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OPINIÓN

Juzgamos, no escuchamos

Lorena Vega, la psicóloga de "Envidiosa".

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Hace unos días vi un video en el que una mujer cuenta que llevó helado a la sesión con su psicóloga. Luego de comerlo, habrían salido juntas a dar un paseo. O algo así. La verdad es que no entendí muy bien, ni me pareció relevante.

Sí me llamó la atención que la consecuencia de este episodio fuera una catarata de los más diversos comentarios, que juzgaban la actitud de la profesional. Como mínimo, se asistía a un reclamo de que le quiten la matrícula.

Como dije, a mí no me pareció relevante la situación. Mientras lo veía, recordé los años en que trabajé en un hospital público y, ante la falta de consultorio disponible, atendíamos en el estacionamiento. Una vez pasó la Jefa del Servicio y me llamó a su oficina. Yo pensé que me iba a reprender. Sin embargo, me dijo: “Escribí un texto sobre tu experiencia, que lo vamos a publicar en el próximo libro”.

Después me quedé pensando en lo que ocurrió en los años de pandemia, sobre todo en el primero, cuando con algunos pacientes varios colegas tuvimos que improvisar consultorios ambulantes (sobre todo en plazas) para no interrumpir los tratamientos de aquellos que no se llevaban bien con la virtualidad.

Con esto que escribo no justifico a la colega de la que se habla en ese video. En efecto, nadie conoce su palabra, salvo por el rodeo de lo que dice la paciente. Con esto digo que no sé cómo pensó esa decisión y, además, no soy nadie para juzgarla. Una noción más que importante en un tratamiento psicoterapéutico es la de encuadre, pero este no es la suma de variables rígidas que establecen una situación estandarizada.

El encuadre es la condición mínima con que un terapeuta tiene que tratar a un paciente, en función de que su sufrimiento no se acreciente y no se proyecte de más en su persona. Por otro lado, recuerdo una idea que Sigmund Freud plantea en la primera de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis:

“La conversación en que consiste el tratamiento analítico no soporta terceros oyentes; no admite ser presentada en público”. Esta frase encierra muchos problemas, porque pone a los analistas a tener que pensar de muchos modos las vías por las que se constituye un caso clínico.

Me gusta especialmente que Freud diga que el tratamiento es una conversación. Sobre todo, porque hoy no está asegurada esa instancia. Toma mucho tiempo empezar a conversar con alguien; durante mucho tiempo se habla, se cuentan cosas, pero solo después de un buen tiempo es que se empieza a conversar.

¿Cómo se reconoce ese momento? Cuando el paciente dice algo que el analista estaba a punto de decir, o bien cuando este recuerda –sin saber por qué– un sueño (u episodio) que el paciente tuvo quizá hace meses y sobre el que nunca hablaron, entre otros indicadores de lo que se llama “transferencia”.

Es muy difícil explicar la transferencia, si es que se puede. Esta es la que no admite “terceros oyentes”. Es también la que tiene que llevar a ser cautos a la hora de opinar sobre un video como el que comento. Puedo entender que quienes no son colegas se despachen con un moralismo insensato, pero si escribo estas líneas es porque leí a colegas escandalizados.

Un grave error clínico es creerse mejor que otro colega. Pienso en una situación típica: la del paciente que viene y habla de que se trató con alguien a quien tilda de un pésimo profesional, ¿en serio vamos a tomar literalmente esa acusación? No pocas veces, si uno se cree que es el que va a hacer las cosas bien, esa es la antesala de que luego vayan a otro analista a decirle que el pésimo profesional somos nosotros.

Y a veces el reproche es un modo de la transferencia que muestra toda la eficacia de esta y lo mejor que podríamos hacer es reenviar al paciente a continuar el tratamiento que interrumpió. Por lo general, quienes juzgan a otros en nombre de la ética nunca tienen en cuenta que una de las indicaciones más precisas del código profesional es no intervenir ni realizar intrusiones en el tratamiento de un colega.

Mientras escribo este artículo, mi reflexión se desvía hacia el interés que despiertan en la opinión pública los profesionales de la salud mental. Pienso, por ejemplo, en los debates que hubo acerca de la personificación de la psicóloga en la serie Envidiosa.

Hay quienes decían que era demasiado estricta, otros que no era empática y que culpaba a la paciente, etc. Yo no lo sé, porque directamente no podría decir nada interesante sobre el modo en que trabaja un colega sin antes escucharlo hablar de la metodología del tratamiento que lleva adelante.

También en estos días se popularizó la frase “Escuchamos, pero no juzgamos” y, en esa vía es que, en diferentes escenarios, se replicó la actitud como un modo de hacerle frente a la exigencia: en un trabajo, la jefa escucha a sus empleadas (“Escucho, pero no despido”) o bien un docente escucha a sus alumnos (“Escucho, pero no repruebo”).

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