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El problema es mucho más grande que Jeffrey Epstein

Jeffrey Epstein (izquierda) y  Donald Trump, en Mar-a-Lago, Palm Beach, Florida, en 1997.

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El 2 de julio el jurado dictó un veredicto de culpabilidad por algunas de las acusaciones contra el magnate de la música Sean Combs, acusado de abusos sexuales horribles contra mujeres con la ayuda de su numeroso personal y su gran poder económico. También se lo acusa en numerosas demandas civiles de abusos sexuales contra adultos y menores.

Parece que todo el mundo se olvidó rápidamente de Combs cuando los detalles de décadas de horribles abusos sexuales del financiero Jeffrey Epstein a al menos 100 niñas y mujeres, con la ayuda de su extenso personal, su gran poder económico, los bancos y sus conexiones con la élite, se convirtieron en el siguiente escándalo de primera plana.

En junio, el productor cinematográfico Harvey Weinstein fue declarado culpable en un nuevo juicio celebrado en Nueva York por algunos de los horribles abusos sexuales que cometió contra mujeres durante décadas, una vez más, con la ayuda de su numeroso personal, abogados de prestigio, la industria cinematográfica, algunos exagentes del Mosad y, por supuesto, su gran poder económico.

En febrero, un tribunal federal de apelaciones confirmó las condenas y la pena de 30 años de prisión del cantante R Kelly por extorsión y tráfico sexual. El año pasado también se confirmó su otra condena a 20 años por producir imágenes de abuso infantil y seducir a menores con fines sexuales. Por supuesto, su gran poder económico y su amplia red de ayuda también fueron factores que le permitieron abusar de niñas durante tanto tiempo.

Una de las razones por las que la epidemia de violencia contra las mujeres es tan poco reconocida es porque los casos como estos se tratan de forma individual y, muchas veces, se consideran aberraciones impactantes en lugar de parte de un patrón generalizado que opera en todos los niveles de la sociedad. Otra razón es que, en el sentido más literal, no es noticia: hay oleadas de odio y violencia contra otros grupos que van y vienen, pero la violencia contra las mujeres es global y duradera, una constante más que un acontecimiento. Otra es que las fuerzas del orden y el sistema legal muchas veces se interesaron más en proteger a los agresores y la sociedad muchas veces normalizó e incluso celebrado la violencia contra las mujeres.

Imaginemos que no tuviéramos una palabra para referirnos al cáncer y no reconociéramos las diversas formas en que se manifiesta, de modo que solo tuviéramos noticias ocasionales y espeluznantes sobre crecimientos extraños y a veces mortales en diversas partes del cuerpo de diversas personas, sin relacionar las versiones en el cerebro con las versiones en la próstata y los senos. Si no reconociéramos los denominadores comunes, no podríamos desarrollar diagnósticos y tratamientos ni abordar las causas fundamentales. De hecho, el feminismo ofreció un diagnóstico, de forma constante, durante décadas y siglos: que la causa es la misoginia y que la violencia tiene por objeto perpetuar la desigualdad, la explotación y la subordinación de las mujeres. Pero las historias de casos aislados evitan este reconocimiento al tratar algo omnipresente como excepcional y aislado.

Lo único excepcional de los delitos de Epstein era su magnitud y, tal vez, la complejidad de los sistemas financieros, de transporte y de otro tipo que utilizaba a nivel internacional para traficar, controlar, abusar y silenciar a sus víctimas. La naturaleza de los delitos es ordinaria y común. En Estados Unidos, se produce una violación cada 68 segundos, una mujer es golpeada por su pareja cada nueve segundos y, aunque cada año se asesina a más hombres que mujeres, “más de la mitad de las mujeres víctimas de homicidio son asesinadas por su pareja actual o anterior”, según datos oficiales de US Centers for Disease Control and Prevention (CDC). A nivel mundial, cada 10 minutos una mujer o una niña es asesinada por su pareja o un miembro de su familia. Un alto porcentaje de la trata de personas en todo el mundo corresponde a mujeres y niñas con fines de explotación sexual.

En lugar de centrarme en casos de gran repercusión mediática en mis primeros párrafos, podría haber encontrado ejemplos entre los cientos de casos de abuso sexual de mujeres, niñas y niños por parte de ministros de la Iglesia Bautista del Sur. La National Public Radio de EEUU (NPR) informó en 2022 que “el Comité Ejecutivo de la Convención Bautista del Sur (SBC) gestionó mal las denuncias de abuso sexual, obstaculizó a numerosas víctimas y dio prioridad a proteger a la SBC de cualquier responsabilidad”. O en las grotescas acusaciones de acoso sexual y tocamientos por parte de Andrew Cuomo mientras era gobernador de Nueva York, seguidas de su persecución a quienes alzaron la voz. También podría haber mencionado que tanto los internados estadounidenses como los canadienses para niños indígenas están recibiendo denuncias a medida que antiguos alumnos que sufrieron abusos sexuales en ellos encuentran el espacio para hablar.

La pretensión de descubrir si Donald Trump es o no un depredador sexual si se publican los archivos de Epstein es en sí misma una especie de encubrimiento, ya que ya sabemos que lo es, aunque estoy totalmente a favor de averiguar exactamente qué es lo que tanto le interesa ocultar. Fue declarado culpable de agredir sexualmente a E Jean Carroll en un juicio civil en 2023 y fue acusado de manera creíble de manosear, agarrar y agredir a numerosas mujeres. Su comportamiento más que espeluznante con las adolescentes de los concursos de belleza que dirigía está bien documentado, al igual que su cercanía con Epstein.

Ahora, al igual que todos los hombres mencionados en los primeros párrafos de este ensayo, Trump cuenta con una máquina de protección en marcha, sin precedentes. Nuestro propio Gobierno federal, financiado con nuestros impuestos, aparentemente se esfuerza por proteger a Trump de lo que sea que haya en esos archivos. Mike Johnson, el presidente de la Cámara de Representantes, suspendió la actividad en el Congreso para proteger a Trump de las medidas demócratas destinadas a obligar a los republicanos a votar sobre la divulgación de los archivos de Epstein. Muchos altos funcionarios no sirven al pueblo, sino a Trump.

Según informa The Hill, el senador Dick Durbin, miembro del Comité Judicial del Senado, “afirma haber recibido información según la cual la fiscal general Pam Bondi 'presionó' a unos 1.000 agentes del FBI para que revisaran decenas de miles de páginas de documentos relacionados con el delincuente sexual condenado Jeffrey Epstein y avisaran de cualquier mención al presidente Trump”. Mil trabajadores se vieron apartados de sus funciones oficiales, un esfuerzo extraordinario que solo consigue que Trump parezca tener mucho que ocultar.

Pero, en otro sentido, toda la sociedad está ocultando algo: que esta violencia está en todas partes y que moldea profundamente —o desfigura— nuestra sociedad. Las estadísticas que cité anteriormente se refieren a las víctimas de delitos específicos. Pero todas las niñas y mujeres se ven afectadas por la realidad de que muchos hombres quieren hacernos daño y que estos delitos nos pueden ocurrir a cualquiera de nosotras.

Esta violencia afecta a las decisiones que tomamos sobre dónde ir y cuándo, qué trabajos aceptar, cuándo hablar y qué ropa ponernos. La amenaza de violencia y la violencia real de algunos hombres contra algunas mujeres y niñas establece la vulnerabilidad, el miedo y la falta de empoderamiento de las mujeres de una manera mucho más amplia. La sociedad nos exigió en gran medida que cambiemos nuestras vidas para evitar esto, en lugar de cambiar la sociedad para hacernos libres e iguales. Esta violencia es un motor de desigualdad que beneficia a todos los hombres, en la medida en que ser “más iguales que otros” en este sentido es un beneficio.

Las historias aisladas —“aquí hay un hombre malo al que hay que hacerle algo”— no abordan la realidad de que el problema es sistémico y la solución no es la policía ni la cárcel. Se trata de un cambio social, y las sociedades habrán cambiado lo suficiente cuando la violencia contra las mujeres deje de ser una pandemia que se extiende por continentes y siglos. Los problemas sistémicos requieren respuestas sistémicas, y aunque estoy totalmente a favor de que se publiquen los archivos de Epstein, quiero un debate más amplio y un cambio más profundo.

Rebecca Solnit, escritora, columnista, historiadora y activista, es autora de 'Los hombres me explican cosas'.

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