El sexo es sagrado

En los últimos años la sexología tuvo un desarrollo renovado. La nuestra es una época en la que ya (casi) nada está prohibido en términos sexuales. No creo equivocarme si digo que vivimos en un mundo hipersexualizado.
No obstante, a veces tengo la impresión de que este empuje a la sexualidad no va de la mano de una profundidad erótica. De acuerdo con una proporción inversa, hay un aumento de la sexualización y un retroceso del erotismo.

Esta idea no es nueva. La comparto con diferentes autores. Lo que quiero decir va en otra dirección. La ilustraré a partir de una anécdota. Recuerdo que en mi adolescencia leí un viejo libro de la disciplina sexológica y una idea en la que se insistía mucho en esas páginas es la comunicación.
“El sexo es comunicación”, decía con énfasis el autor. A mí me sorprendió, porque yo era un joven que se estaba iniciando y mi interés estaba más que nada en concretar. Luchaba con mis síntomas y la propuesta de un vínculo basado en la sexualidad me resultó lejana. Creí que esas eran cosas que hacía Sting, de quien para ese entonces se difundía que se dedicaba al sexo tántrico.
Eran mediados de los ’90. En esos años también empezaron a aparecer, como una gran novedad, los restaurantes afrodisíacos en Buenos Aires. Mis amigos y yo nos reíamos con la fantasía de que un alimento podía despertar una excitación irrefrenable. Todavía es parte del inconsciente de nuestra cultura que ciertos condimentos predisponen a la sensualidad.
Hoy me parecen divertidas esas remembranzas, porque revelan una especie de espíritu de ingenuidad. Parecen alusiones a un tiempo remoto, cuando las comparo con lo que hoy se ve en las redes donde nos encontramos con personas que masturban almohadones.
Hasta no hace mucho tiempo el sexo era un misterio, no porque fuera tabú, sino porque era una práctica de iniciación. Los misterios siempre requieren iniciación. Hoy es un artefacto que viene con manuales de instrucción. Pareciera que la sexología también hizo un viraje en estos años, convirtiéndose en un entrenamiento sobre los modos de gozar.
No quiero generalizar. Tampoco soy un especialista en el tema, por eso no me interesa el debate en el interior de una disciplina. Me refiero más bien a mi percepción en el mundo en que vivo, en el que la comercialización del sexo se extendió más allá de la prostitución (sea que se la entienda también como trabajo sexual) y tiene nuevas derivas, por ejemplo, en la creación de “contenido”.
¿Es el sexo un contenido? Lo dudo. El sexo es lo velado por excelencia. Pueden crearse todas las imágenes excitantes que se quieran, pero el frenesí voraz ante la pose no está hecho de la misma materia que el erotismo. Sería como confundir el hambre con las ganas de comer y un proceso de descarga con un cuidado de la tensión.
Hace poco escuchaba en una entrevista a una mujer que se dedica al oficio que algunos consideran el más viejo del mundo y decía que la verdadera prostitución es más un arte de la palabra que de la consumación; ella decía que hay algo seriamente degradado y vulgar en dar una imagen (visual o acústica) para el onanismo táctico de un consumidor.
Me resultó interesante que, en cierta medida, esta mujer renegara de que su profesión se estuviera precarizando. La prostituta como compañera de confianza –por supuesto que ella no se dedicaba a ofrecer su cuerpo para meramente sobrevivir, situación de vulnerabilidad que excede un ejercicio liberal– no es el complemento de un goce autoerótico.
El sexo es lo oculto, es lo invisible. No puede condescender a la imagen. En eso pienso cuando recuerdo el énfasis –de ese viejo libro– en la comunicación. El sexo no se muestra. Si no me equivoco fue Roland Barthes quien dijo que no hay nada más vulgar y menos erótico que un cuerpo desnudo.
Como psicoanalista, escucho regularmente a personas hablar de su vida sexual. Siempre tengo presente la distinción si los escucho hablar de un encuentro erótico o de una práctica que drena su ansiedad. ¿Qué encontró esa persona en ese cuerpo del otro, que es también el suyo? Este es el milagro del erotismo, revelarnos a nosotros mismos una dimensión corporal a la que no se accede por vía de agotamiento y liberación de tensión.
Si el sexo es comunicación, es diálogo; es decir, camino a través del cual (dia-) se llega a un conocimiento. En este punto cabe distinguir entre quienes tienen síntomas neuróticos (como la impotencia o la falta de sensibilidad) como respuestas defensivas a la entrega y quienes padecen una incapacidad para entregarse y convierten el sexo en una constatación aliviante.
Creo que durante mucho tiempo se insistió en las prohibiciones del sexo, en su carácter de tabú; pero en la pendiente de cierto liberalismo (en conformidad con el individualismo que les atribuye una sabiduría a las zonas erógenas) olvidamos que la sexualidad es una de las experiencias de lo sagrado en el ser humano.
LL/MF
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