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OPINIÓN

Viejas y nuevas canciones

Fito Páez, en tiempos de "El amor después del amor".

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El tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos. Y nos empieza a gustar música que antes no nos gustaba. Música que incluso despreciábamos, porque creíamos que era de viejos. Era la música que escuchaban nuestros padres.

Me pasó con el disco Serious Hits… Live!, de Phil Collins. Durante mucho tiempo, en particular en los viajes en auto, escuché la música que le gustaba a mi papá. En 1991 se lanzó este disco y, al año siguiente, salió El amor después del amor, de Fito Páez. Definitivamente, ahí fue que nos separamos. Ese pasaje marcó para mí una brecha generacional.

Entré a la adolescencia de la mano del álbum más exitoso del rock nacional, el que –en mi psiquismo musical– reprimió otro disco de grandes éxitos, pero internacional. En aquel entonces era inevitable que el amor reprimiera la seriedad.

En una época se decía que en cada casa había un ejemplar de El amor después… Creo que lo mismo puede decirse del disco de Phil Collins. Hace un tiempo, para mi cumpleaños 43, la esposa de un amigo me regaló el vinilo de Fito y mi esposa el otro. Hoy escucho más el segundo, no porque me parezca mejor, sino para recuperar el tiempo perdido.

Aunque no sé muy bien qué tiempo perdí, porque curiosamente –cuando lo empecé a escuchar– me di cuenta de que conocía todas las canciones de ese disco. Las conocía, pero no les había prestado atención. Sin duda ese es el efecto de la represión. Lo digo muy en serio: reprimir no es que algo desaparezca, a veces es que permanezca en la conciencia, pero sin consecuencias.

De repente me di cuenta de que muchas de esas canciones eran de una gran sabiduría, solo que yo no lo sabía. Mejor dicho, no sabía que lo sabía. Algo parecido ocurre con aquello que amamos, cuando muchas veces no sabemos cuánto lo amamos. Del mismo modo, hay una parte en que el amor por un padre permanece reprimido durante un tiempo.

Y es necesario que así sea, porque de lo contrario, ¿quién podría crecer? Si olvidásemos de algún modo lo que sabemos, ¿cómo haríamos para tener nuestra experiencia? El amor por Fito Páez vino –para mí– después del amor por Phil Collins, un amor que estaba ahí, como una huella inconsciente, a la espera de ser leída.

En algún momento nos reencontramos con nuestros padres. Las huellas inconscientes del vínculo con ellos se reactualizan. Como dice el refrán: la manzana no cae lejos del árbol. Al final, terminé escuchando Phil Collins y, en este tiempo, también me di cuenta de que hay un montón de canciones que desprecié y que son extraordinarias.

Por ejemplo, durante muchos años me pareció de una cursilería enorme que hubiese una canción que empezara diciendo: “¿Te dije últimamente que te amo? ¿Te dije últimamente que no hay nadie por encima de ti?”. Y no es que no hubiese amado antes, o que no supiese qué es enamorarse. Tal vez la diferencia está en que antes creía que el amor tenía que estar en un sentimiento excepcional y hoy me parece que es el más simple y cotidiano de los afectos. Es lo que siento cuando veo a mi esposa y me dan ganas de decirle ese verso de otra canción que también en otro momento me pareció increíblemente cursi: “Querida, estás maravillosa esta noche”.

Un día, después de la cuarta década de vida, te das cuenta de que cuando jugás con tus hijos sos tan feliz como cuando tu papá jugaba con vos. Entonces su música se transforma en tu música y la brecha generacional tiende a cerrarse. En ese momento, decir “Te amo” es lo más parecido a decir “Gracias”.

Mi esposa me contó que su papá también escuchaba ese disco de Phil Collins. Hace poco él dejó este mundo. En el velorio y, luego en el funeral, ella dijo unas palabras que me hicieron pensar: habló de Bob como de un hombre que había vivido una vida y que siempre se preocupó por sus hijos y los hijos de sus amigos; la escuché hablar con tanto amor de su papá, que me alegró que ella hubiese resuelto mejor la represión psíquica.

Voy a intentar explicarme. Para un hombre es comprensible que el amor por el padre tenga que pasar por la represión, porque de lo contrario quedará subordinado en su virilidad. Pero, ¿cómo es para la mujer? Si ella siguiese amando al padre, quedaría infantilizada. De lo contrario, si amase al padre como mujer… esa tendencia adquiriría un carácter incestuoso. El trabajo psíquico que tiene que hacer una mujer es mucho más complejo: tiene que poder amar al padre sin quedarse en la posición de hija.

No es raro que haya mujeres que toda la vida amen a su padre como “nenas de papá”. Un hombre se convierte en otro hombre, junto a su padre, cuando puede ser un sucesor. Uno que, paradójicamente, llevará las huellas del anterior. Como dice el aforismo: se busca lo mismo, pero por un camino diferente. Este es el núcleo de la filiación masculina, pero ¿hay filiación femenina?

No estoy seguro, pero creo que el desafío para una mujer está en convertirse en la hija de un hombre. Solo así podrá amarlo sin que ese amor sea incestuoso. Es un lugar común que se diga que los hombres son infieles, pero esta afirmación es para velar la más común de las infidelidades: los hombres sabemos que contra el amor de una mujer por su padre se puede hacer muy poco, aunque ese amor esté hecho de odio.

Es extraño, pero creo que hay una diferencia sustancial entre ser la nena de papá o una mujer que ama a su padre. Lo segundo jamás me puso celoso. Porque una mujer solo puede amar a su padre a condición de haber renunciado a él. Paradójicamente, si una mujer no ama mucho a su padre, no puede amar a un hombre. Una nena de papá idealiza a su padre, hace de la idea del amor una vara con la que medir a los hombres, incluso cada tanto se prenda de uno para invalidarlo o hacerlo competir con ese superhombre.

Cuando en la despedida de su padre escuché hablar a mi esposa, me quedé pensando en que era una mujer que hablaba de un hombre. Por eso mismo es que yo pude amar un poco más a ese hombre, que no fue mi padre. Por caminos diferentes, a veces se llega a las mismas canciones.

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