Preparan 365 raciones de comida por día pero no alcanza: la inseguridad alimentaria golpea en los barrios vulnerables

Empieza a caer la tarde del jueves en la Villa 31. Hay niños jugando en la calle, en una parrilla se cocinan chorizos y en un salón comunitario jóvenes aprenden a cortarse el pelo. Aunque la mayoría de las calles del barrio Carlos Mugica están tranquilas, frente a un pequeño edificio ya se forma fila: hay gente que espera en la puerta del comedor Gustavo Cortiñas, de La Poderosa, a que se abran sus puertas. “¡Tenemos hambre”, gritan algunos en la fila. El grito parece reflejar que la crisis social, lejos de la estabilización económica que promociona el Gobierno, está en aumento. “La alimentación es uno de los mayores problemas en las villas”, alerta Claudia Albornoz, referenta nacional de la organización.
Pese a los primeros indicios de baja de la inflación de Javier Milei, el acceso a una alimentación suficiente sigue siendo incierto para muchos argentinos. La suba del desempleo, el bajo consumo y el costo de la vida cada vez más apremiante amenaza especialmente la seguridad alimentaria de las familias de bajos ingresos. Cuán grave es la situación lo revelan nuevos datos de la Encuesta de la Deuda Social realizada por la Universidad Católica Argentina (UCA), en la cual se encuestaron alrededor de 3.000 hogares en 2024.
Según el relevamiento difundido recientemente, el año pasado el 28% de la población argentina padeció inseguridad alimentaria. Eso no significa necesariamente que hayan pasado hambre, pero sí que su acceso a alimentos estuvo restringido por razones económicas. “Desde 2018 observamos un aumento de la inseguridad alimentaria”, explica la politóloga Valentina González Sisto, integrante del Observatorio de la Deuda Social, que compiló los datos.
Como en años anteriores, la proporción es especialmente alta entre los niños: más de un tercio estuvo afectado por inseguridad alimentaria, según el estudio. “Cuando los niños no pueden alimentarse adecuadamente, esto impacta directamente en su educación: tienen más dificultades para asistir con regularidad a la escuela o terminar sus estudios a tiempo”, advierte González Sisto. Al mismo tiempo, aquellos niños que asistían regularmente a clases eran menos propensos a sufrir inseguridad alimentaria, ya que el programa estatal de alimentación escolar garantiza comidas a muchos chicos. Aun así, los autores estiman que alrededor de cuatro millones de niños en Argentina tuvieron algún grado de dificultad de acceso a la comida el año pasado, ya sea reduciendo porciones o pasando hambre. La tendencia es creciente, al igual que en los adultos.
Lo que los números revelan se ve en la vida cotidiana en las villas: “La demanda aumenta cada día”, dice Alicia Casemiro, quien dirige el comedor en la Villa 31. A menudo no alcanza la comida que provee el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En este momento las cocineras –tanto profesionales como voluntarias– están cortando una gran horma de queso en trozos gruesos, mientras el arroz humea en una olla enorme. Todo debe estar listo para las 18, como cada día. Preparan 365 porciones diarias y cada jornada se forma una fila.
Además de los niños hay también personas de otras edades afectadas por la crisis. Desde hace algunos meses creció el número de jubiladas que esperan aquí una comida caliente. “Sobre todo desde Milei”, apunta Albornoz. En La Poderosa es clara la opinión sobre las políticas del libertario: les quitó subsidios poco después de su asunción y, hasta ahora, nadie en el barrio todavía se benefició de la estabilización económica. Aunque la metodología estadística registra actualmente menos personas pobres en el país, Albornoz subraya: “La mayoría vive por debajo de la línea de pobreza”.

En ese contexto, cada vez más las personas dependen de organizaciones sociales como La Poderosa. Para algunos, el problema no es solo la inseguridad alimentaria: en CABA también aumentó la necesidad de un techo. El número de personas en situación de calle aumentó un 122 % desde 2017 y un 55 % entre 2022 y 2024.
Quienes no se ven afectados por esa situación y tienen trabajo lo hacen generalmente fuera del barrio, en el sector informal. Para los autores del estudio de la UCA, esto es una de las razones por las que la inseguridad alimentaria continuó elevándose el año pasado. “La fuerte inflación que experimentamos en 2024 ya está reflejada en los datos actuales de inseguridad alimentaria”, explica González Sisto. La inflación subió fuertemente a principios de año y solo luego se estabilizó lentamente. Aunque los costos de vida aumentaron, apenas hubo ajustes salariales, relata la especialista. “En el mercado informal es mucho más difícil que los salarios se ajusten a los aumentos de precios”.

González Sisto y el resto de los autores del estudio exigen un mejor acceso al empleo formal. Señalan que el impacto negativo del trabajo precario supera el efecto positivo de las transferencias estatales. Y agregan: “Además de mejores oportunidades laborales, se necesita continua asistencia a través de la alimentación escolar y estrategias locales más cercanas a la realidad diaria de las personas, especialmente en materia alimentaria”, afirma la politóloga.
Eso también piden las mujeres del comedor en la Villa 31. Exigen más comunicación con las autoridades, pero también más alimentos y dinero. Lo suficiente para no tener que enviar a alguien a casa con el plato vacío.
En la fila del comedor sobraron personas a las 365 raciones de comida que se repartieron. Las mujeres en la cocina están frustradas por no haber podido, una vez más, alimentar a todos. Pero también sienten la satisfacción de haber logrado, hacer una pequeña diferencia en la alimentación de tantas personas. Cae la noche en la Villa 31 y el comedor Gustavo Cortiñas cierra sus puertas. Llenar un plato sigue siendo un desafío constante.
MH/MC
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