¿El fin de los surfers? Los mares se están quedando sin olas y los científicos culpan al ser humano
 
            
            El agua del planeta ha empezado a mostrar señales de agotamiento. La disminución de su energía se refleja en mares más planos, en rompientes que se desvanecen y en costas que parecen adormecidas. El mar, que durante siglos respondió al movimiento del viento, ahora se apaga y pierde fuerza.
La disminución del movimiento superficial revela un deterioro impotante: los océanos y mares están perdiendo sus olas y, con ellas, parte de la energía que regula su funcionamiento. En ese escenario nace una investigación que transforma esa realidad física en datos, imágenes y sonidos.
Las obras costeras alteran el fondo marino y cambian la dinámica del litoral
El proyecto Las olas perdidas, presentado en el Centro Botín de Santander, reúne al dúo de artistas e investigadores Daniel Fernández y Alon Schwabe, conocidos como Cooking Sections, con el grupo de geomática y oceanografía de la Universidad de Cantabria. Su estudio demuestra que la actividad humana ha alterado el fondo marino hasta modificar la energía del océano. “Señalamos un día, mes y año y eran capaces de mostrar la altura, velocidad o dirección de las olas a la perfección”, explicó Fernández a ABC. Esta investigación conecta arte y ciencia para documentar la desaparición de once rompientes emblemáticas en distintos puntos del planeta.
 
            Los datos obtenidos confirman un patrón constante. Cada vez que una obra portuaria corta la deriva de los sedimentos o un dragado altera la arena del fondo, la ola pierde energía. La consecuencia inmediata es la desaparición de la rompiente y, a largo plazo, un cambio en la dinámica costera. Desde Cabo Blanco en Perú hasta Jardim do Mar en Madeira, los investigadores identificaron que las infraestructuras humanas provocan una pérdida de fuerza en los mares que altera tanto los ecosistemas como la economía local.
La ola de Mundaca, en la costa vasca, se convirtió en el ejemplo más conocido de este fenómeno. En octubre de 2003, un dragado de 243.000 metros cúbicos de arena del río Oka, realizado para permitir el paso de barcazas a un astillero, deshizo el banco submarino que moldeaba su rompiente. La ola, considerada una de las mejores izquierdas del mundo, desapareció. Con ella, también se hundió el turismo del surf que sostenía buena parte de la economía de la zona.
La modelización digital revela cómo la alteración del lecho marino debilita la superficie
Para comprender las causas, el grupo GeoOcean de la Universidad de Cantabria aplicó su tecnología de modelización a imágenes satelitales y bases de datos históricas. Gracias a estos modelos, pudieron reconstruir el comportamiento de las olas antes y después de las intervenciones humanas. “Lo más interesante de haber trabajado con ellos ha sido descubrir su capacidad de viajar en el tiempo”, comentó Schwabe. La reconstrucción digital reveló con exactitud cómo la alteración del fondo afectaba a la energía superficial y confirmaba la conexión entre ambos planos del mar.
Las conclusiones fueron bastante claras: cualquier modificación en el lecho marino repercute en la superficie. Las olas son consecuencia de la energía que nace bajo ellas. Cuando un espigón, una presa o la pesca de arrastre modifica la base del océano, esa energía se dispersa y la ola muere. Los investigadores describen esta relación como una cadena física que enlaza profundidad y superficie, una línea invisible que mantiene el equilibrio del planeta.
Con la colaboración del compositor Duval Timothy, el proyecto convirtió esos datos científicos en once piezas sonoras. Cada una reproduce las vibraciones y ritmos de una ola desaparecida. En la sala, estructuras suspendidas ondulan y responden a las frecuencias registradas, reproduciendo lo que los artistas llaman la respiración perdida del mar. Las obras transforman la información técnica en experiencia sensorial, permitiendo que el público perciba el silencio que queda tras la desaparición de las rompientes.
Las comunidades costeras reclaman proteger las rompientes que aún sobreviven
La pérdida de olas no afecta solo al paisaje o al surf, sino también a las comunidades que viven del mar. En Perú, las protestas de surfistas y pescadores en Cabo Blanco dieron lugar a la Ley de Rompientes, una norma que protege las olas frente a infraestructuras que puedan alterarlas. En Cantabria, asociaciones como Surf & Nature Alliance proponen declararlas patrimonio natural para evitar que la presión humana las destruya.
Fernández y Schwabe señalan que el turismo de surf, convertido en estos momentos en una industria global, ha impulsado desarrollos urbanos que acaban dañando las mismas rompientes que lo originaron. Esa paradoja resume la situación actual: la búsqueda de beneficio inmediato provoca pérdidas irreversibles. Las olas desaparecen, el mar se calma y con él se apagan procesos vitales que sostienen el clima y los ecosistemas. En esa quietud creciente se refleja el agotamiento de un planeta que intenta seguir respirando.
 
        
    
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