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Yo, libertario

De lo fatal a lo imprevisible

El pesimismo nacería de la tensión entre el mundo tal como pensamos que debería ser y el mundo tal cual es.

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Sobran razones para ser pesimistas. Estaba por iniciar esa frase con “hoy” o “actualmente” pero tal vez siempre ha sido así. Eugene Thacker, músico experimental y filósofo, rastrea cómo irrumpe el pesimismo históricamente en la filosofía, la literatura, la religión, en su libro Resignación infinita, donde revisa vida y obra de autores como Schopenhauer, Kierekgaard, Dostoievsky, Camus, Kafka, Montaigne, entre otros. Verdad es que en esta época “somos capaces de producir más malas noticias que en cualquier otra época”, dice Thacker. Se ve en los fracasos de los distintos proyectos de vida en común, en el colapso ecológico en ciernes, en la guerra y en la posibilidad hasta hoy nunca imaginada de la total extinción humana, del borramiento de nuestra especie de la faz de un planeta agotado. También en los datos de la ciencia que examina desde hace tiempo la irrupción arbitraria de la vida en la Tierra y que afirma que todo tiene fecha de vencimiento.

Y si es así, ¿qué hacer? ¿Suicidarnos? Uno de los filósofos más pesimistas, Emil Cioran, cierta vez pronunció la sentencia desmesurada “sólo los optimistas se suicidan”. Y sólo los pesimistas piensan en el suicidio, remata Thacker: el pesimista más radical es incapaz de suicidarse, aunque piense todo el tiempo en ello, porque cree que el suicidio no resuelve nada. Está tan cansado y desapegado del mundo que vive como si estuviese muerto, por lo cual suicidarse ya no valdría la pena. En cambio, un optimista podría albergar alguna esperanza en esa “gran solución” que ponga fin al sufrimiento.

El pesimismo nacería de la tensión entre el mundo tal como pensamos que debería ser y el mundo tal cual es. Ahora bien ¿qué hace a una persona optimista o pesimista, en distintos grados o momentos, ante el drama humano? No se encontrarán respuestas de autoayuda en este libro. Sí una larga serie de entradas como si fuesen de diario, anotaciones sueltas en las que se exponen los tópicos del pesimismo, sea en forma de dictum, anécdota, chiste, lamento, denuncia, admisión o suspiro, a la manera aforística y fragmentaria en la que suele expresarse ese estado de ánimo.

Alguna gente llama escépticos a los pesimistas, pero hay diferencias y superposiciones entre ambos, subraya Thacker. El escepticismo puede llegar a ser un tipo moderado de pesimismo, un matiz que preserva cierta alegría, la de abstenerse, la de no avanzar ni participar en el juego. Y el pesimismo también puede ser circunstancial: “todo es para peor (hasta que las cosas empiezan a salir bien); es mejor no haber nacido (hasta que haber nacido no está tan mal)”. O sea, nunca se es tan optimista ni tan pesimista como uno cree. Es una cuestión de escala.

Lo cierto es que el pesimismo tiene una potencia antagonista extrema. Ataca al optimismo que confía en la ciencia o en la autoayuda y se niega a la esperanza en el futuro. Podrá admitir que este es el mejor de los mundos posibles, pero afirmará que ese es justamente el problema. Hay un sentimiento antagónico en el corazón del pesimismo, escribe Thacker, un antagonismo contra el mundo hecho a imagen humana y también un antagonismo contra el mundo hecho para consumo y destino humano. Por momentos, ese antagonismo no conoce límites, es tan radical que se siente casi sagrado, se aparta de lo social, de lo político (o incursiona allí a desgano: “apoyo la causa, pero simplemente no creo en ella”) y se vuelca hacia la mística, en particular la que viene de Oriente. De allí el interés de varios de los “santos patronos del pesimismo” por el budismo. Aunque esta tradición, que enseña que vivir es sufrir, luego de ese primer enunciado (llamado “Primera Noble Verdad”) presenta otros tres, en una serie a la que llama las “Cuatro Nobles Verdades”. En la última de estas se describen caminos para superar el sufrimiento, aunque no son senderos fáciles de seguir. Están atravesados por la compasión, aquella que ayudaría a los demás a reducir o atenuar su sufrimiento al mismo tiempo que, paradójicamente, afirma que todo es vacío, pasajero y efímero.

Uno de los problemas del pesimismo, aun con toda su lucidez y claridad, es el desliz hacia la melancolía y la depresión. Desde Deleuze, que retomó la idea de Spinoza sobre la existencia de pasiones tristes y alegres, sabemos que los poderes establecidos necesitan de los afectos y pasiones tristes para mantenernos como esclavos. Las pasiones tristes serían aquellas que reducen nuestra potencia. Y las alegres, por el contrario, serían aquellas que aumentan nuestra potencia y capacidad de obrar, de actuar (pero ¿para qué obrar? preguntaría un pesimista). Dado que siempre habrá alguien que vea el lado inútil en cualquier cosa que uno hace, es posible participar de una especie de pesimismo colectivo. Claro que ni los optimistas ni los pesimistas pueden decir con absoluta precisión cómo será el futuro. Porque hay un tercer elemento que suele entrar en juego en cualquier momento: lo imprevisible. Lo que nadie esperaba. Esa fatalidad, desgracia o desdicha que por otra vuelta de la rueda se convierte en fortuna. Y viceversa.

¿Se podría derivar del pesimismo y de los efectos que produce una pasión alegre? Tal vez sólo por el humor (negro), por la risa sarcástica que genera, según escribió Bataille, que deseaba poder reírse desde su barco a la deriva de toda la gente que se quedó en la orilla. Y mediante ese estilo o estilete con el que corta el lugar común del pensamiento a través de su sentencia lapidaria. Contra el sentido común, el pesimismo afirma que el optimismo es una expresión de ansiedad. Que una persona demasiado optimista es una pesimista encubierta. Y que, si todo va bien, es evidente que faltó revisar algo.

Cierto error común es confundir optimismo con entusiasmo. ¿Puede alguien ser un pesimista entusiasta? Con todos los libros que ha escrito y la música que ha compuesto, Thacker diría que sí. Y pone de ejemplo justamente a la filosofía del mayor pesimista, Schopenhauer: “La escritura es una prueba del optimismo del pesimista”.

OB/DTC

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