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Los parques nacionales argentinos desde una perspectiva transnacional

Olaf Kaltmeier

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“A la Argentina le gustaba comparar su papel en la historia del mundo con el de los Estados Unidos del Norte, y en realidad, a pesar de los contrastes resultantes de la diferencia en el número de habitantes, había cierta analogía entre el desarrollo de las dos naciones”, escribió el geógrafo anarquista Elisée Reclus en su gigantesca obra Nouvelle Géographie Universelle sobre el papel de la Argentina en la historia mundial. También se aplica a su papel pionero en la historia ambiental con respecto a la concepción y el establecimiento de parques nacionales. Ambas son sociedades de colonos que, a finales del siglo XIX, se enfrentaron a la hercúlea tarea de incorporar al territorio nacional las zonas conquistadas a los pueblos indígenas que allí vivían y de civilizar la naturaleza de forma material e imaginaria. Con el trasfondo de este punto de partida homólogo, los defensores de la idea de parque nacional se refirieron de manera repetida al ejemplo de los Estados Unidos en diversas situaciones. Ya encontramos esta referencia al modelo norteamericano en las primeras menciones internacionales de los parques nacionales. El geógrafo francés Maurice Zimmermann presentó en 1907 dos parques nacionales argentinos, el de Iguazú y el del Nahuel Huapi, en estrecho contacto con el “ejemplo del gobierno de los Estados Unidos, que ha fundado en 1873 el célebre ‘parque nacional’ conocido bajo el nombre de Yellowstone Park” y de Canadá, con el Parque Nacional Banff“.

Sin embargo, también podría demostrarse que no podemos entender la genealogía de los parques argentinos en términos de un simple modelo de transferencia. Con la excepción del geólogo Willis, ningún activista de los parques nacionales de América del Norte intervino directamente en los debates argentinos. Y cada recepción de la idea estadounidense del parque nacional no fue copiada, sino adaptada y modificada. En este sentido, la idea de wilderness, lo salvaje, muy influyente en los Estados Unidos, no pudo prevalecer en la Argentina. La imagen de la civilización, la domesticación y la colonización de las regiones periféricas era demasiado predominante en estas tierras. También se pudo demostrar con claridad que el debate sobre los parques nacionales argentinos tuvo lugar en una zona transnacional de entrelazamientos, de modo que aquí —mediante ejes y personajes clave como Thays, Hosseus y Hauman, para mencionar solo los más importantes— circularon las ideas y los conceptos internacionales, que no solo influyeron en el contexto argentino sino que además, en intercambio con las experiencias locales, se modificaron y a su vez influyeron en otros contextos.

En el debate sobre el tema se observan una notable riqueza y un alto nivel de reflexión. Además, los conceptos de parques nacionales que se han establecido en la Argentina tienen características especiales que se destacan en los debates transnacionales, también debido a las particularidades naturales del país.

En vista de la destacada relevancia de los paisajes de las cataratas del Iguazú y del lago Nahuel Huapi, que han sido definidos como maravillas naturales, la importancia de la fauna es por completo secundaria en el discurso de la conservación de la naturaleza en la Argentina. Así pues, el debate sobre los parques nacionales de la Argentina es fundamentalmente distinto del debate que tuvo lugar en el África subsahariana, donde predomina la importancia de la caza mayor. La discusión sobre la conservación de la naturaleza en América del Norte también estuvo dominada en parte por la caza mayor —en especial, el bisonte—, en contraste con los depredadores —como el puma—, que fueron parcialmente liberados para la caza, mientras que al mismo tiempo la protección de las aves también tuvo un alcance destacado. En el plano internacional, la importancia de la fauna fue muy evidente en la Conferencia Internacional para la Conservación de la Naturaleza celebrada en 1913.

Sin embargo, tras la aprobación de la Ley de Parques Nacionales, en la Argentina también se inició un pequeño debate sobre la protección de la fauna. En una carta dirigida a Bustillo, el presidente de la Comisión Nacional Protectora de la Fauna Sudamericana de Argentina se desvincula explícitamente de las declaraciones críticas que el conocido zoólogo Ángel Cabrera Latorre debió hacer con respecto a la política de parques nacionales de la Argentina. Una carta escrita por Hugo Salomón —presidente de la Federación de la Fauna Sudamericana— a Bustillo al año siguiente desde Dalat, Indochina, aclaró el debate. Subrayó Salomón: “La división de animales en útiles y dañinos y la consecuencia de permitir por esto la caza del jabalí y del puma es incompatible con la idea de entregar a las generaciones venideras un santuario del suelo de la patria en el estado origen”.

En este contexto, Salomón pidió a la DPN que se abstuviera de anunciar la caza en el parque nacional en sus folletos. Entre otras cosas, también se refirió a las reservas que los británicos habían introducido en Malasia, donde la caza de elefantes y tigres estaba completamente prohibida. También se refirió al debate internacional sobre la conservación de la naturaleza. Esta correspondencia indica también el alto grado de entrelazamiento transnacional en la discusión sobre los parques nacionales. Frente al paradigma dominante estadounidense, Salomón deseaba que los parques argentinos se orientasen hacia las experiencias de protección de fauna realizadas en las colonias asiáticas de Europa Occidental. En una carta escrita a Bustillo y Lynch, expresó la esperanza de que las prácticas internacionales mencionadas fueran beneficiosas para el ejemplo argentino. Sin embargo, Bustillo no ocultó lo que pensaba sobre presidente de la Federación de la Fauna Sudamericana y sus ideas. En sus memorias, identificó a Salomón como el principal representante de una política de parques nacionales que él llamaba “ortodoxa”.

Salomón debió protestar contra la construcción de la carretera en el Parque Nacional Nahuel Huapi, ya que perturbaba la fauna local, especialmente la avifauna. A partir de entonces, también llegó a mantener con Bustillo una conversación personal, que este describió con indisimulada arrogancia: “La entrevista se desarrollaba en mi despacho y confieso que ante semejante pedido me quedé tan atónito que lo miré con mayor atención, como para comprobar si no estaba dialogando con un demente. Por supuesto que su gestión nos entró por un oído y salió por el otro oído”

Otro concepto transnacional de parque nacional se centraba en la protección y el uso de los recursos naturales, en especial el bosque. Estas ideas estaban vinculadas tanto con el enfoque de la silvicultura sostenible, tal como se desarrolló en Prusia y la Francia absolutista, como con las ideas del experto forestal estadounidense Gifford Pinchot que le siguieron. Especialmente en Chile, bajo el liderazgo de Federico Albert, se había establecido un concepto de conservación de la naturaleza orientado a la masa forestal. A este respecto, un debate ecológico de la época en la Argentina vinculó el concepto de conservacionismo con el de reforestación y propugnó una política forestal más integrada que abordase las cuestiones de la deforestación descontrolada por parte de colonos no reconocidos y el peligro de incendios. Aunque el Segundo Congreso de Municipalidades de los Territorios Nacionales adoptó por unanimidad una declaración “tendiente al conservacionismo y la reforestación de nuestros bosques”, estos planteamientos no fueron suficientes para el gran terrateniente y representante de la elite Lorenzo Amaya. Con comentarios en los principales diarios argentinos, abogó por una mayor aplicación de programas políticos para proteger los bosques. Esto puso en claro cuán fuerte era la idea anclada en la elite acerca de la conservación, incluso más allá de la variante turística perseguida por Bustillo y la Dirección de Parques Nacionales.

Mientras que parte de la elite, sin embargo, estaba a favor de un concepto paisajístico-estético del patrimonio natural, que estaba destinado a la edificación moral de la nación, los representantes de los bosques se basaban en una justificación utilitaria. El ingeniero forestal Otto Neumeyer, primer director del Parque Nacional Lanín de 1937 a 1939, escribió con respecto a la riqueza de los bosques en ese parque adyacente al Nahuel Huapi: “Como es de su conocimiento existen extensas áreas cubiertas con bosques de alto valor comercial, que representan un verdadero privilegio y el recurso natural más valioso de esta Reserva, que al ser explotado con criterio y aplicados los trabajos culturales correspondientes, no solo contribuye a conservar este patrimonio nacional por un tiempo indefinido, sino [también] aumentaría su valor de forma apreciable a medida que pasan los años, obteniéndose así el rendimiento máximo de las tierras de esta Reserva” (Carta de Otto Neumeyer a Bustillo, 26/9/1940, AGN, Legajo Bustillo, Caja 3346).

Neumeyer entiende el bosque como un recurso, que por lo tanto representa un patrimonio económico de la nación. Este puede, en el espíritu de la silvicultura sostenible, preservarse para las generaciones futuras mediante un uso planificado y controlado, de modo que puedan esperarse beneficios económicos constantes.

Sin embargo, ha prevalecido un modelo de parque nacional que, partiendo de la conservación de los paisajes emblemáticos, tiene por objeto abrir las regiones periféricas al uso económico —sobre todo turístico— e integrarlas en el imaginario nacional. El discurso dominante sobre los parques nacionales se mantuvo vinculado a las narraciones históricas de la población y el desarrollo de la frontera. A este respecto, Bustillo describió acertadamente los parques nacionales como un “verdadero instrumento de colonización”. De acuerdo con el culto al progreso de la época, el foco estaba en la civilización y la modernización de la región a través del turismo. Esta idea se expresa de manera acertada en la secuencia de imágenes aparecidas en un folleto de la DPN de 1938, que muestra el desarrollo en las áreas de transporte, alojamiento y cruce de ríos a lo largo de las fases históricas desde la “sociedad tradicional mapuche”, pasando por el asentamiento de los pioneros europeos a partir de mediados y finales del siglo XIX, hasta las obras de la Dirección de Parques Nacionales. 

Muchos elementos centrales de la colonización mediante los parques nacionales pueden ser rastreados hasta los discursos y prácticas anteriores a Bustillo, mientras que otros también han tenido efecto desde su gestión hasta el día de hoy. Después de su partida en 1943, la DPN sufrió considerables cambios conceptuales, cuya presentación iría más allá del alcance de este libro. Sin embargo, algunos datos clave deben ser mencionados aquí para orientación.

Bajo la dictadura establecida tras el golpe militar fascista de 1943, la autoridad del parque nacional no se cuestionó en lo fundamental pero tampoco se desarrolló más. Solo con el surgimiento del peronismo, a partir de 1946, el movimiento de los parques nacionales sería mejorado y se le daría una nueva dirección. Con el fin de integrar a las masas populares en la nación, se promovió sobre todo el turismo masivo en esas áreas. A principios de la década de 1950, la política al respecto se orientó explícitamente hacia la conservación de la naturaleza. Las principales razones de esta tendencia fueron los crecientes debates y convenciones internacionales. Un primer paso en esta dirección fue la Convention for Nature Protection and Wildlife Preservation in the Western Hemisphere de la Unión Panamericana en 1940, que fue firmada por la Argentina en 1941 y ratificada de manera oficial cinco años después (Organización de los Estados Americanos, 1940). Esta convención define, basándose en el modelo de los Estados Unidos, una categorización de las reservas naturales, lo que representa un primer paso hacia la estandarización en las Américas. Cabe señalar que el nombre en español de esta convención no es una traducción literal del nombre en inglés. Más bien, el título inglés se concentra en la protección de la flora y la fauna, mientras que el nombre español todavía se refiere de modo explícito a la protección de la “belleza escénica natural”: Convención para la Protección de la Flora, de la Fauna y de las Bellezas Escénicas Naturales de los Países de América.

En el decenio de 1960, esta tendencia a la normalización internacional iba a aumentar aún más y, en última instancia, daría lugar a normas internacionalmente vinculantes. Los actores centrales en este desarrollo de un régimen mundial de protección del medio ambiente que estableció “planos estandarizados de instituciones y prácticas” a nivel mundial, son sobre todo organizaciones no gubernamentales internacionales como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Esta fue fundada con el nombre de Unión Internacional para la Protección de la Naturaleza el 5 de octubre de 1948 en Fontainebleau, Francia. Desde 1962, organiza los congresos mundiales de parques, en los que se coordinan las estrategias de desarrollo de las reservas naturales en un intercambio transnacional. Uno de los mecanismos de vigilancia ampliamente eficaces es la lista roja internacional de especies animales y vegetales en peligro de extinción, establecida en 1963, que también condujo a la normalización mundial en el ámbito de la biodiversidad. En 1978, la UICN introdujo entonces un sistema que hace que las áreas protegidas sean comparables en todo el mundo según un catálogo definido de criterios. En interacción con estas tendencias de internacionalización, los gobiernos nacionales aplicaron cada vez más normas y categorizaciones establecidas a nivel mundial.

La apertura de significado y la diversidad regional que el concepto de parque nacional todavía tenía a principios del siglo XX fueron sustituidas así por un “régimen ambiental mundial” normalizado internacionalmente, que va más allá de la imaginación nacional para subrayar la importancia de la conservación de la naturaleza en los contextos planetarios del Antropoceno.