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El placer de la transgresión

El placer de la transgresión

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¿Quién gana con las imágenes de la pobreza?

Cuando miramos fotografías impactantes y cine documental sobre las áreas más pobres del mundo, nos preguntamos quién gana con eso y si los pobres obtienen algún beneficio por aparecer en los periódicos occidentales o en los programas de televisión. Es evidente que con las imágenes de la pobreza ganan los medios, pero también los fotorreporteros y los productores de televisión de los países ricos. Muchos de quienes han sido objeto del registro desolador de la pobreza o de los padecimientos de la guerra muchas veces no saben que se han vuelto famosos y que los conoce todo el mundo a través de las fotografías. Esto es lo que ocurrió con una de las fotografías más publicadas de National Geographic, de una niña afgana de ojos verdes, que se ha usado desde hace décadas en las publicidades de la revista. La fotografía de la niña de bellos y conmovedores ojos que observa muda la cámara se ha vuelto el ícono de la gente del Tercer Mundo para los espectadores occidentales. La niña tiene la cabeza cubierta y una vestimenta pobre, pero una mirada penetrante. Sin embargo, lo importante es que tiene ojos claros. El hecho de que el color de sus ojos no sea frecuente en el Tercer Mundo la ha vuelto atractiva para los espectadores del mundo desarrollado. La niña se parece a los occidentales, justamente por sus ojos. Su otredad es menos molesta, nos resulta más fácil identificarnos con ella porque tiene algo parecido a nosotros.

Esta fotografía fue publicada por primera vez en National Geographic en 1985. Había sido tomada un año antes, cuando a causa de la guerra afgano-soviética muchos afganos fueron refugiados en Pakistán. En uno de los campos de refugiados el fotógrafo Steve McCurry siguió de cerca los padecimientos de los refugiados. Una de sus últimas fotos después de un largo día de registro del sufrimiento fue la de la tímida niña que llegó al campo después de que los rusos hubieran asesinado a sus padres. Cuando el fotógrafo la abordó, estaba furiosa y atemorizada, porque jamás le habían tomado una fotografía. McCurry no esperaba en absoluto que la foto de la niña tocara el corazón de tantas personas y que su imagen fuera usada sin pausa en los medios. A pesar de ser una gran celebridad, nadie sabía cómo se llamaba ella o dónde vivía. Solo diecisiete años después, el equipo de National Geographic decidió salir en su búsqueda junto con el fotógrafo. En 2002, por un indicio de un ex refugiado del campo pakistaní, fueron a las montañas Tora Bora en Afganistán y en un pueblito apartado encontraron a la mujer que se llamaba Sharbat Gula y recordaba que alguna vez la había fotografiado un occidental. Sharbat era madre de tres hijos, muy pobre, casada con un musulmán conservador. Para asegurarse de que Sharbat era aquella niña, los productores pidieron ayuda a científicos de una universidad estadounidense y corroboraron que el color de los ojos de Sharbat coincidía con el de los ojos de la fotografía. Claro que el problema era cómo convencer a Sharbat para que se dejara fotografiar otra vez. Cuando finalmente su esposo se lo permitió, ella posó para el fotógrafo, pero no quiso mirarlo a los ojos ni sonreírle. Durante un tiempo breve recorrieron el mundo fotografías de Sharbat sosteniendo en la mano la National Geographic con su foto de niña en la tapa. Los comentarios a sus fotografías subrayaban lo envejecida que se veía para una mujer de veintinueve años, qué desmejorada estaba, cuán profundamente habían marcado su rostro los traumas de vivir en un país que llevaba décadas en guerra y donde cada familia había sufrido alguna dolorosa pérdida. Por supuesto, Sharbat fue rápidamente olvidada y no obtuvo ningún beneficio de su imagen, utilizada en las publicidades de National Geographic durante décadas. Si a National Geographic le interesa tanto esta mujer, bien podemos preguntarnos por qué sigue utilizando la imagen de ella a los doce años de edad y no la actual. ¿Estará de acuerdo Sharbat con que su imagen de niña siga utilizándose en los medios?

Para explorar la cuestión de la representación del sufrimiento y la pobreza en los medios occidentales, el artista holandés Renzo Martens decidió realizar el film Episode III: Enjoy Poverty. El film se pregunta quién gana con las imágenes de la pobreza y si los pobres obtienen algo de las ventas que los medios hacen exhibiendo imágenes de su sufrimiento. Como los pobres no tienen para vender nada más que su pobreza, el proyecto de Martens se aproxima también al problema de cómo podrían los pobres ganar algo con su pobreza. El film tiene como premisa que lo mejor sería que los mismos pobres tomaran las fotografías y que luego las vendieran a los medios occidentales. En un pueblito pobre del Congo, Martens encontró a fotógrafos locales que hacían unos pocos pesos fotografiando bodas y otros eventos del pueblo. Les propuso que comenzaran a fotografiar imágenes de la pobreza y los padecimientos de sus vidas cotidianas: que registraran a niños hambrientos, mujeres violentadas, pobres moribundos, etc. Ellos tomaron la idea y comenzaron a traer fotografías terribles con distintas imágenes de personas en sufrimiento. Cuando Martens trató de acordar que los fotógrafos locales obtuvieran credenciales de periodistas ante el representante de la organización Médicos sin Fronteras, para que así luego pudieran vender sus fotografías, la propuesta causó gran indignación. El hecho de que los pobres vendieran imágenes de la pobreza era demasiado atroz para los representantes de las organizaciones de ayuda humanitaria y los medios occidentales. Provocó indignación y repulsión. Cuando los fotógrafos locales preguntaron por qué ese tipo de fotografías se vendían bien si las ofrecían los fotógrafos occidentales, recibieron la cínica respuesta de que sus fotografías no eran de buena calidad desde el punto de vista técnico. El experimento artístico de Martens terminó con la indignación generalizada de los participantes: los fotógrafos pobres, que no habían ganado nada, estaban furiosos y se sentían humillados; la crítica de los espectadores occidentales fue que el artista era el único que había obtenido algún provecho de ese proyecto, porque empezó a exhibir el film en los festivales internacionales.

A veces y solo por casualidad, los pobres del Tercer Mundo consiguen algún reconocimiento. Es lo que ocurrió en Costa de Marfil cuando una antropóloga estadounidense investigaba la vida de los pobladores de un pequeño pueblito, célebre por sus excelentes artesanos de talla en madera. La antropóloga descubrió que los habitantes del pueblo recibían muy pocos ingresos, porque la mayoría quedaba en manos de los intermediarios que vendían las piezas de madera. Al final de su estadía en el pueblito, la antropóloga decidió que les regalaría su computadora portátil para que ellos mismos organizaran la venta de sus productos. Después de algún tiempo volvió al pueblo y preguntó a los pobladores si les había servido de algo la computadora, pero ellos contestaron que no sabían cómo usarla. En la choza de uno de los artesanos, la antropóloga vio con sorpresa una maravillosa copia en madera de su computadora. A este artesano le gustaba hacer copias en madera de objetos del mundo occidental como pasatiempo. La antropóloga encontró también en su casa copias en madera de un traje, zapatos y diversos artículos del hogar. Decidió llevárselos a los Estados Unidos y exhibirlos en una galería. Seguimos preguntándonos si, cuando se volvió famoso como artista posmoderno, el artesano pobre habrá recibido algo o si los beneficios se los volvieron a quedar los intermediarios.

Más de una vez la pobreza ha sido entendida como algo de lo cual obtener beneficios en el mundo occidental. En 2010, en la Tate Modern Gallery de Londres hubo una exposición sobre las distintas formas de observación subrepticia presentes en el arte. Los visitantes podían advertir cómo los fotógrafos, ya desde sus comienzos, fotografiaban la pobreza sin ser vistos. Intentaban registrar el rostro de la pobreza con cámaras ocultas. Trataban de sorprender a los pobres con la cámara antes de que ellos la vieran, como si solo así, a escondidas, pudieran mostrar cómo es la pobreza. Si bien desde siempre las imágenes de la pobreza han fascinado a los fotógrafos, a los medios y a sus lectores y espectadores, y con esas imágenes lamentablemente siempre han ganado los que las produjeron y publicaron, también desde siempre ha sido traumático contemplar cómo entienden los pobres las imágenes de sí mismos. Al terminar el proyecto de Martens, los pobladores del Congo le preguntaron si volvería al pueblo y les mostraría el film que había realizado. Martens dijo sin ambages que no. También cuando los pobladores le pidieron ayuda, dijo que esa no era su tarea. Cuando los periodistas occidentales le preguntaron cómo explicaba él su controvertido proyecto, Martens dijo que se daba cuenta de que había sido a la vez observador y causante de sufrimiento, pero que no podía ser su salvador, porque estaba determinado por instituciones cuyos mecanismos de poder provocaban ese sufrimiento. Admitió que no tenía la intención de fingir que podía ayudar a los pobres por el hecho de denunciar con su cámara la lógica del mercado que está detrás de la venta de las imágenes de la pobreza. Según Martens lo mejor es admitir que el que tiene la cámara siempre va a sacar provecho, porque está inserto en las relaciones de poder que están vinculadas a la producción, distribución y venta de las imágenes. Así como desde siempre los causantes de la violencia apelan a que solo siguieron las órdenes de sus superiores, así también hoy los observadores de la violencia y la pobreza subrayan que solo muestran las cosas tal y como son. Ambos tienen en común que se consideran víctimas de los mecanismos invisibles del poder. Las verdaderas víctimas de la violencia y la pobreza son para ellos meras piezas decorativas, en los afiches publicitarios o en las galerías de arte.

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