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El mundo daba la espalda a Bután hasta que los Oscar lo devolvieron al mapa

Javier Zurro

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Cuando en los pasados Oscar se anunciaron las películas nominadas en la categoría de Mejor película internacional, muchos tuvieron que sacar el mapamundi para localizar Bután. Un pequeño país al sur de Asia, en plena cordillera del Himalaya, y que con apenas 800.000 habitantes había logrado una histórica nominación que les ponía en el foco. Era la primera vez que el país lo lograba y la primera vez en 23 años que se podían permitir mandar una película a la preselección, ya que en esta categoría cada país elige su candidata y es la Academia la que escoge entre todas las seleccionadas.

SI Bután es un país desconocido para la gran mayoría, Lunana, el pueblo donde se desarrolla Lunana, un yak en la escuela, el filme dirigido por Pawo Choyning Dorji, es una incógnita. Parece un Macondo creado por la imaginación de este fotógrafo de Vice y Esquire que ha debutado con una enternecedora historia de un profesor que elude sus responsabilidades planeando su huida del país, pero al que sus jefes acaban mandando a la escuela más remota de Bután, en la aldea de Lunana. Un lugar sin electricidad, ni calefacción y solo con una pizarra. Una película de buen corazón que enamora por su sencillez.

Pawo Choyning Dorji nació allí, y eso se nota en que su mirada no es la de un turista ni tiene el complejo de 'salvador blanco' que impregna muchas ficciones. Choyning Dorji subraya una y otra vez lo afortunado que se siente de haber podido rodar una película en un país donde “la industria es muy pequeña”. “Bután es un país muy pobre. Tenemos suerte si podemos rodar una película cada cinco o seis años. No se han hecho muchas películas en Bután, así que cuando decidí hacer esta película tuve claro que quería contar una historia sobre cómo es este país en este momento concreto”, asegura.

Con el filme también quiere romper los prejuicios sobre el lugar. “Cuando le digo a alguien que soy de Bután, normalmente lo siguiente que me dicen es que debo ser muy feliz. Tienen esta concepción de que allí somos un país feliz, que es el último Shangri-La. Bután es un país muy bonito, es especial, pero también tenemos muchos problemas. Por ejemplo, somos un país cuya cultura y forma de vida se han protegido por casi un siglo y de repente se ha abierto de golpe. Según nos modernizamos, nuestra cultura, valores y tradiciones se están olvidando en nuestra conquista por la modernización. He intentado mostrar eso en la película. También somos un país con un gran éxodo rural porque somos pobres. Cada mes, miles y miles de personas se van de Bután a lugares como Australia. Así que… ¿somos realmente felices?, ¿cómo se puede decir que lo somos cuando tantos jóvenes se van del país?, ¿por qué se van? Pues porque no son felices”, explica.

Su idea era crear una cápsula del tiempo en forma de película. Nunca pensó en llegar a Hollywood sino capturar su país, pero eso también le provocó un conflicto interno, ¿quién era él para exponer un lugar que había estado tan protegido? “Me preguntaba todo el rato qué derecho tenía yo para presentar a toda esta gente al mundo exterior, a robar sus historias y compartirlas con gente de fuera. Mientras rodaba, me preguntaba si estaba haciendo lo correcto, pero el último día de rodaje, cuando estaba dejando Lunana, llegaron varias personas del Gobierno de Bután y cuando les preguntamos qué hacían allí nos dijeron que venían a instalar torres de 3G, de internet. Me sentí triste, porque sí, les va a mejorar la vida y será todo mucho más fácil para la gente de Lunana, pero su inocencia se perderá”, opina y se alegra de haber capturado ese lugar antes de que “esté lleno de vídeos de gente bailando en Tik Tok”.

En el resto del mundo crecéis viendo la televisión. Aquí, hasta 2007 el rey no permitió la entrada de la televisión. Fuimos el último país en tener internet

Bután nunca ha participado en los Juegos Olímpicos ni en una competición deportiva a nivel internacional, “nunca nos han mencionado en ningún lugar del mundo” hasta que llegaron los Oscar. El país se llenó de “orgullo y felicidad”. Para el director también ha traído algo muy importante, referentes: “Creo que ha inspirado a una generación de directores de Bután que ahora dicen, si este filme sobre Lunana puede viajar desde una escuela remota hasta Hollywood nosotros también podemos hacer nuestra película, y eso es lo que los directores tenemos que intentar, inspirar a otras generaciones”.

La felicidad por la nominación fue a medias, ya que las políticas escritas de Bután contra el Covid todavía se mantienen. Tienen el mismo protocolo que en China, “un caso, un confinamiento”. “Cualquiera que viniera a Bután tenía que hacer 21 días de cuarentena y cuando anunciaron la nominación estábamos confinados. La gente estaba muy deprimida y de repente llegó la noticia de los Oscar y el espíritu de todos se elevó. La gente de los pueblos, de Lunana, los monjes de los monasterios, todos estaban tan felices… fue muy emocionante verlo, y como alguien que nació en Bután me sentí muy orgulloso de ver a mi país en un escenario internacional”. Su idea es convertirse en alguien como Ang Lee, capaz de seguir contando historias fieles a su cultura pero también de rodar La vida de Pi.

De momento no se atreve, y su segunda película será, también, en Bután. Hablará de este momento de apertura del país tras años de aislamiento. “En el resto del mundo crecéis viendo la televisión. Aquí, hasta 2007 el rey no permitió la entrada de la televisión. Fuimos el último país en tenerla. Fuimos el último país en tener internet. Así que imagina el impacto de esa apertura y tener de repente televisión e internet”. Un filme que ya prepara y que hará que su país no vuelva a estar cinco años sin rodar una película.

JZ