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El efecto político dominó del colapso bancario en EEUU
Bancos ricos por el covid, indigentes por la Fed, rescatados por Biden, disputados por los republicanos

Un cajero manipula dólares estadounidenses durante una transacción en una casa de cambio de divisas, en la ciudad de Santiago, capital de Chile.

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Que esperen Rusia y China, la inmigración y la inflación: lo primero es rescatar a la banca y las empresas tecnológicas arrastradas en su colapso. Absolutamente imprevista, aunque categóricamente previsible para el gobierno de EEUU, la insolvencia del Silicon Valley Bank impulsa un efecto dominó económico y político. Será acaso causa mayor o concausa de crisis que sobrevendrán, imparables en dar la vuelta al mundo en menos de un día, o que se verán detenidas y aminorarán su velocidad de ficha que hace caer a otra que hace caer a otras. Pero no es el origen del efecto dominó, sino una pieza caída en una cadena de caídas anterior. El mayor colapso bancario desde 2008 y el cuarto más grave en la historia de EEUU ha sido una de las consecuencias que dejan las dinámicas de un juego más amplio de crisis sanitarias y económicas globales y respuestas políticas locales ordenadas y organizadas por Washington.

Pestes que nutren (no sólo a los virus)

Nunca recibió el Silicon Valley Bank más depósitos ni ganó más dinero su clientela californiana de start-ups tecnológicas que en pandemia. Washington pagaba planes durante la cuarentena, para compensar el confinamiento y la pausa de actividad económica de los negocios y empleo retribuido para los trabajadores. Inmóviles en sus domicilios, los beneficiarios recibían por correo en sus domicilios el cheque mensual de un IFE o ingreso familiar de emergencia.

Como también ocurrió en Chile y en Brasil, el monto fijo de estas transferencias directas y regulares del Tesoro no era mezquino. Sumado que se trataba de un pago recibido mes a mes con puntualidad, para muchos trabajadores temporarios representó un ingreso total de un valor superior, en su conjunto, que el que habrían reunido en período equivalente por una sucesión de contrataciones, cada una de por sí relativamente breve, e interrumpidas por brechas de desempleo. Inmóviles, los confinados gastaron en tecnología como nunca antes. Las tecnológicas ganaron como nunca después, y los bancos que, como el Silicon Valley Bank (de Santa Clara, California), operaban casi exclusivamente para esa clientela, recibieron más depósitos que nunca jamás. Invirtieron en bonos del Tesoro y otros papeles del Estado, tal como recomendaba el gobierno, pero tal como esas inversiones se recomendaban a sí mismas por su habitual solidez y rendimiento.

El aumento del consumo y el crecimiento de la base monetaria (los IFES se financiaban con emisión de dólares) generarían, más pronto que más tarde, inflación. Finalizadas las cuarentenas, ya en la actual administración demócrata, el presidente Joe Biden no se apresuró para declarar el fin de la emergencia económica, así podía contar, todavía, con el caudal de dólares disponibles que fluía para los IFES. Janet Yellen, la ministra de Economía de Biden (y ex directora de la Reserva Federal) admitió que ella “no se la veía venir”. Fue encomiada en CNN y en la prensa por su rara sinceridad. Pero cuando llegó, la inflación era la más elevada y voraz de los últimos cuarenta años. Jerome Power, el actual presidente de la Fed, enfrentó el problema aplicando con énfasis el más clásico, o el más ortodoxo, de los instrumentos de política monetaria. A sabiendas, desde luego, del riesgo de recesión que conlleva.

Remedios que matan (no siempre a la inflación)

Para enfrentar a esa inflación de magnitudes récord, Powell subió mucho, y siguió subiendo mucho en cada nueva reunión de la Reserva Federal, las tasas de interés. En menos de un año, treparon de 1,9% a 4,75 por ciento. Se ubicaron nuevos bonos en el mercado, adecuados a los nuevos porcentajes. Aquellos en los que había invertido el Silicon Valley Bank hallaron su valor reducido a la mitad. Sabedores de la incapacidad de su institución bancaria para atraer más inversores o nuevos clientes, la subsistente clientela tecnológica corrió en masa a retirar sus ahorros. Era tarde. El viernes 17 de marzo el banco quebró. El Wall Street Journal cuenta con gusto esta historia de ruina y apunta su moraleja con regocijo: “El único peligro sistémico es Washington”. El intervencionismo del Estado en la economía favoreció primero a start-ups tecnológicas y los bancos a su servicio, y después los privó de esas ganancias con el remedio del alza de tasas de interés.

El dólar estadounidense bajó abruptamente el lunes frente a las principales divisas en las transacciones finales. La reacción del mercado se produjo cuando los analistas apuestan a que la Reserva Federal asumirá una actitud menos agresiva en el alza de las tasas de interés en medio de la turbulencia en el sector bancario. Básicamente, se asegura que la próxima reunión de la FED no se aumentará ni en una fracción menor a uno, esta vez, las tasas.

El lado de las sombras y la generosidad como egoísmo racional

Aunque podrían ser visualizadas con un poco más de intolerancia por la distracción, las crisis son así. Llegan desde la oscuridad, y dejan a las clases dirigentes en unas mayores tinieblas. La nueva misión salvífica del católico Biden se impuso de improvisto en la cabecera de la agenda del presidente. Y fue cambiando de hora en hora. El viernes era: “Rescatar a Silicon Valley”. A lo largo del fin de semana se fue transformando en “Rescatar el sistema bancario”. El lunes 14, a las 8.00 hora de Washington, Biden declaraba su misión cumplida: “El sistema es seguro; ninguna pérdida estará a cargo del dinero de los contribuyentes”.

De momento, evocar la gran crisis financiera de 2008 resulta prematuro. Las diferencias son sustanciales. Sin embargo, el gobierno de Washington y la Reserva Federal no quisieron correr riesgos. La intervención impresionó por su celeridad. Pero también por su generosidad. ¿Acaso excesiva? Ciertamente, los cuestionamientos políticos ni faltarán, ni serán poco incisivos.

Apartándose de las reglas, la administración de EEUU ha decidido redimir a todos los clientes de los bancos que explotaron. E incluso aquellos que tenían depósitos por más de 250 mil dólares. En caso de una corrida donde nadie dejara de correr, un total de 19 billones de dólares.

La corrida bancaria californiana ha sido la primera sin una sola foto de clientes corriendo o haciendo fila. Corren por las pantallas o teclados (y corren más rápido). Y toda la clientela es rica, muy rica. La alfabetización digital no sólo es de excelencia en este grupo: este grupo del Silicon Valley se cuenta entre los inventores y desarrolladores de ese lenguaje y ese alfabeto.

La decisión de Biden desencadenará las más polémicas de las polémicas en la política. Las ha desencadenado ya, y las ha abierto, como era previsible, el Partido Republicano, que busca ser bien oído. Formuló airados reclamos por las distracciones y leniencias de la Fed para controlar a estos bancos especializados.

En 2024 hay elecciones presidenciales en EEUU. A los candidatos demócrata y republicano, Biden y Donald Trump, que volverán a ser rivales en noviembre del año próximo, se dirigen las incriminaciones cruzadas responsabílizándolos por el colapso de los bancos de Santa Clara y de Nueva York, que hicieron sentir el estrépito de su derrumbe en uno y otro extremo del país, de la Costa Oeste a la Este, del Océano Pacífico al Atlántico. Si los del Silicon Valley Bank y del Signature Bank cierran la temporada de colapsos mayores, o son sus heraldos, está por verse.  

AGB

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