Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
ENSAYO GENERAL

La cultura del cinismo

"Magic Farm", película de Amalia Ulman.

0

Ya lo he dicho muchas veces, es difícil escribir todas las semanas en este país una columna que no habla de coyuntura política. No es que pasen aquí “más cosas” de las que pasan en otros países, por lo menos si hablamos de nuestra región: nuestra vida política no es más inestable, movida o accidentada que las de Perú, Chile, Bolivia o Brasil. Pero supongo que sí hay una diferencia difícil de describir en el ámbito discursivo, un goce en desmenuzar el día a día de la cosa pública, un rasgo cultural que nos convoca a sentir una responsabilidad, incluso, de hablar mucho de política. Eso debe tener sus externalidades positivas, pero no hay que exagerarlas. Siempre recuerdo (y perdón si lo cito demasiado seguido) lo que dice Foucault en el primer tomo de Historia de la sexualidad: no es verdad que siempre hablar más sobre sexo es “liberador” respecto del sexo. No funciona así el discurso. Hay un punto en el que hablar sobre sexo o sobre política se trata más de instalar una forma correcta de hablar sobre algo que de efectivamente enterarse de algo; las palabras exhiben, pero también organizan. Al tiempo que exhiben, entonces, también ocultan. Separan la luz de la oscuridad y las aguas del cielo de las de la Tierra, como el Dios del Génesis el día que inventó el mundo y el lenguaje.

Todo esto para decir que escribir sobre un libro, un chisme, una película o cualquier imagen azarosa que a una se le haya cruzado en el camino en lugar de dedicarse a reiterar el minuto a minuto de la corrupción y el desempleo a veces se lee como un escapismo, o como si una viviera en Marte; no creo que sea hacer patria, no creo que tenga nada necesariamente edificante pensar y escribir sobre nada, pero hay algo que tampoco se siente constructivo o comprometido de sumarse al runrún constante sobre el devenir de nuestro chiquitaje político solo para demostrar que una también mira, que una también presta atención, o que una está del lado correcto, sobre todo si no se tiene, como es mi caso, nada que agregar. Hace poco una alumna en un taller me preguntó si existía alguna diferencia entre un ensayo y una columna de opinión, y yo le dije que no se me ocurría, pero ahora sí se me ocurre. En un ensayo una intenta, con mayor o menor éxito, darle lugar a un pensamiento, una imagen o una idea; opinar, en cambio, es suscribir a una posición u otra de otras que ya se suponen disponibles, fijadas. No sumarle al mundo, en otras palabras, ninguna novedad: solamente ubicarse. Supongo que es importante si uno es un funcionario en campaña o un ministro de relaciones exteriores; para el resto de nosotros, es vagancia y narcisismo.

Hace un par de semanas vi en Mubi Magic Farm, una película bilingüe y extraña escrita y dirigida por la joven argentina (criada en España) Amalia Ulman. Me llamó la atención en principio, supongo, por la misma razón que a otros espectadores argentinos: la posibilidad inverosímil de ver actuar juntas a la reina del indie neoyorquino Chloë Sevigny y la reina del teatro independiente nacional Valeria Lois. Finalmente en la película creo que Sevigny y Lois no comparten ninguna escena, pero ambas se lucen a su manera como divas fuera de lugar: Sevigny como la conductora de un programa claramente berreta sobre “tendencias alrededor del mundo”, autopercibida mezcla de Susana Giménez con Oriana Fallacci, Lois como una de esas señoras medio jefas de pueblo que parecen estar la mitad del tiempo tratando de resolverle la vida a todo el mundo y la otra mitad deliciosamente desinteresadas en cualquier cosa que no se trate de ellas mismas. Es de hecho Popa, el personaje de Vale Lois, la encargada de revelarle a la crew del programa que no están encontrando al músico que vieron en TikTok porque se equivocaron de país. A partir de ese descubrimiento, los productores deciden hacer lo que haría cualquier profesional razonable en su lugar: inventar una tendencia y filmarla y listo, que está ya está todo pago y acá nadie se iba a ganar un Pulitzer de todos modos.

Para los críticos ingleses o norteamericanos, por lo que vi en sus reseñas, el gran tema de la película es el choque cultural entre los productores hipsters y los lugareños; yo no sentí eso para nada, más allá de algún que otro chiste. Es refrescante, de hecho, que no muestren al puelo enloquecido por recibir unos gringos, como si nunca hubieran visto uno: ni unos ni otros parecen tan sorprendidos por nada, salvo el personaje de Sevigny, que justamente se lee como un poco anticuado. Todos los demás están, simplemente, tratando de hacer su trabajo, y en el medio de pasarla bien: conocer gente, conectar con sus compañeros y también con los desconocidos, volver a casa con algo que contar. Pero quizás lo que más interesante me pareció fue el hecho de que casi desde el principio, mientras los norteamericanos hacen lo que pueden para inventarse un programa, se hace evidente que hay algún tipo de crisis ambiental en el pueblo. Todos son igual de indiferentes a ella: los lugareños la dan por sentada, mencionando las curiosas enfermedades de la gente, incluso suponiendo sus causas, como una ocurrencia cualquier; los gringos oyen con cara de nada, como si les hablaran del clima. No son unos demonios, no vemos al pueblo pidiendo ayuda y a ellos negándose a darla: simplemente están todos en sus cosas. No subraya para nada la película esa contradicción de la época del contenido, en la que una tendencia falsa es más interesante que una oportunidad de periodismo genuina.

Me encanta que no aparezca ningún personaje a enunciar el dilema: que nadie venga a preguntar si ellos hacen periodismo o hacen ruido: nada, es un debate viejo, ya se olvidaron, no es culpa de nadie, pero es así. Es esto lo que me gustó, finalmente: los personajes en general son sensibles y atentos. No hace falta que sean cínicos para que sean habitantes y partícipes de la cultura del cinismo.

TT/MF

Etiquetas
stats