AL FINAL, NO ERA TAN ASÍ

Hombres buenos de derecha

0

Unos días atrás miré el documental Summer Soul. Una obra audiovisual grandiosa que realizó en su debut como director el músico Ahmir (Questlove) Thompson, a quien probablemente no conozcan, aunque es el responsable de la banda que musicaliza el show de Jimmy Fallon.

Se estrenó en 2022. Alguno puede que lo recuerde porque ganó el Oscar a mejor documental ese mismo año. Antes, en 2021, ganó un premio central en el Festival de Sundance, y varias menciones en muchos otros.

El documental de Thompson volvió a poner en el centro de la conversación pública un festival deliberadamente olvidado, el Harlem Cultural Festival, que se celebró en el Mount Morris Park (el actual Marcus Garvey Park), en Manhattan, durante una serie de domingos entre finales de junio y finales de agosto del año 1969.

Un festival alternativo al Woodstock —apodado por algunos el “Black Woodstock”—, que no solo presentó una cartelera de ensueño, sino que constituyó una de las reuniones y expresiones más completas y categóricas de la defensa y la lucha por los derechos de la comunidad negra. Es, además, de una nostalgia dolorosa escuchar a algunos de los asistentes realizar críticas políticas con más altura y filo que casi cualquier político de estos días (Gastamos plata en llegar a la Luna pero no para darle a comer a los pobres de Harlem.…).

El escenario, colorido pero austero, dio lugar a músicos como Stevie Wonder, Nina Simone, B.B. King, Mahalia Jackson, y los fantásticos Sly & the Family Stone, entre muchos otros. Cada uno de ellos dejó un mensaje. En ocasiones musical, en otros de un nivel explícito que no dudarían de denunciar como subversivos en estos días. Nina Simone, por ejemplo, leyó un poema que instaba a dar la vida por la revolución, a defender el respeto y la legitimidad de los derechos de los negros en aquella sociedad (mundo) segregada de los Estados Unidos como fuera. “¿Están listos para matar, si toca?”, preguntó al público con una seriedad y un compromiso nada retóricos.

Dura casi dos horas y cada minuto está justificado. Sin embargo, yo no quería hablar del documental sino de un hombre que aparece allí. Se trata del exalcalde de Nueva York, John V. Lindsay. Si no me falla la memoria, es el único hombre blanco que aparece sobre el escenario del festival a excepción del baterista de una de las bandas que se presentó. Con un semblante a lo Kennedy —no solo carismático sino atractivo—, Lindsay aparece sobre el escenario junto a Tony Lawrence, mítico presentador del festival, para que la multitud lo aplauda. Aquí está “nuestro hermano de alma de ojos azules”, señala Lawrence mientras le pasa un brazo por la espalda como si fuese un amigo de toda la vida.

La alcaldía de Nueva York que dirigía Lindsay había auspiciado el festival, pero el alcalde no estaba allí por eso solamente. Desde que asumiera el cargo, en 1967, el dirigente neoyorquino había puesto a la comunidad negra en el centro de su gestión. En un contexto de violencia y discriminación contra ellos, Lindsay fue uno de los primeros en establecer una presencia y una comunicación real con la comunidad negra de la ciudad. Sus constantes visitas, diálogos y medidas para fortalecer las condiciones de negros y latinos construyó, a los ojos de la comunidad, una percepción verdadera de que alguien se ocupaba de ellos. Ese alguien, encima, era un hombre blanco del partido republicano.

Sí, del partido republicano. ¿Se imaginan? Fue una sorpresa tan inesperada que los medios acuñaron el término “republicano liberal” para describirlo. Un hombre bueno de derecha. Algo casi imposible de encontrar estos días.

No la tuvo fácil igual, aunque se mantuvo en el cargo durante seis años. Debió dejar su partido, formar uno nuevo, el liberal, e incluso en el año 71 se unió al demócrata para lanzar una carrera presidencial que no prosperó. Como cita un artículo de la revista The New Yorker de la época, Lindsay había llegado al cargo “sin vínculos con ningún grupo de poder establecido”; por tanto, carecía de una base de apoyo económico. No bastaba con el respaldo de las comunidades más pobres.

Los hombres de derecha buenos casi no se encuentran. Pero, ¿qué pasa con la izquierda? El caso del Reino Unido ofrece un triste ejemplo. Después de varios años de laborismo neoliberal, tatcherista y nacionalista, el gobierno del laborista Keir Starmer es una lágrima para los progresistas. En un año de gobierno no ha tomado medidas reales para los trabajadores, pero sí ha elevado su retórica belicista y ha prometido aumentar la inversión en material militar. ¿Dónde está la izquierda en Reino Unido? ¿Existió alguna vez?

The Financial Times refleja esta semana que ni aquellos “ilustres” dirigentes del laborismo conservan algo de la izquierda. Una investigación del diario inglés reveló que el instituto que lleva el nombre del exprimer ministro laborista Tony Blair participó de reuniones (¿gestiones?) para transformar la Franja de Gaza en un parque temático capitalista con torres Trump y empresas de Tesla. Esas reuniones dieron pie a un documento compartido con el presidente de Estados Unidos, cuyo punto central es pagarle (dinero) a medio millón de palestinos para que dejen su tierra.

Si bien el Instituto Tony Blair negó que estuviera trabajando en el proyecto, el Financial Times accedió a un documento hecho por la institución en el que sostiene que se está ante una “oportunidad única” para hacer de Gaza un lugar “próspero”, “moderno” y “seguro”. Faltaría agregar que se haría sobre los cadáveres de los palestinos; sobre el hambre de sus habitantes, que se agrava cada día.

Sería interesante, por otra parte, preguntarle a Lindsay qué opina de la guerra en Gaza, de la muerte de civiles palestinos a manos del ejército israelí en estos días. ¿Hay acaso un ejemplo más claro en la actualidad del atropello ilegítimo y sistemático contra civiles que este? ¿Hay acaso una bandera más clara para enarbolar por cualquier progresismo que se precie de tal?

El mundo, sin embargo, no da grandes ejemplos de gobiernos que gestionen para los trabajadores. Si acaso hay uno que ha hecho algunos méritos es el de Pedro Sánchez en España. Pero estas últimas semanas, su mandato se ha puesto en cuestión. Dos de sus colaboradores más cercanos —ya no están en el gobierno, pero lo acompañaron en sus primeros años— fueron acusados de corrupción. Escuchas telefónicas explícitas circularon en los medios españoles —un caso de cloacas y filtraciones incluso más inescrupuloso que el de Argentina. Sánchez asegura que el robo, si existió, ha sido a título personal. No en nombre del partido ni del gobierno. Veremos cómo sigue, pero es evidente que se trata de un asunto medular.

Gabriel Rufián, portavoz de Esquerra, una de las fuerzas progresistas de Catalunya, dejó algunas frases valiosas para la izquierda. Se las dijo a Sánchez en el Congreso de los Diputados durante una sesión de esta semana. “La izquierda no puede robar, señor presidente, porque la pena es extremadamente mayor que con la derecha… Cuando la izquierda roba, la gente llora. Cuando la derecha roba, la gente vota…”, señaló para argumentar que el Partido Socialista Español no debía utilizar el argumento de “ustedes roban más”.

Sin embargo, no fue solo eso. Se animó, además, a decirle que si quiere que la gente valore todas las iniciativas progresistas que se han tomado en los últimos años, ponga en marcha un plan “radical de medidas”. “Yo le propongo tres”, dijo Rufián, “vivienda, vivienda y vivienda…”.

¿Hay un problema mayor que el de la vivienda para las clases medias y bajas de Europa? No. El trabajo existe, con sueldos miserables, pero existe. La vivienda, en cambio, no. La poca que hay se alquila a precios siderales. Por eso: vivienda, vivienda y vivienda. ¿Por qué será que a las izquierdas les resulta tan complicado resolver la cuestión de la vivienda? ¿Será que, en poco tiempo, se terminará por naturalizar la situación? No faltará algún político de izquierdas que justifique la ausencia de viviendas a precios razonables en aras de defender el “buen funcionamiento de la economía...”.

Me habría gustado preguntarle a Lindsay qué opina de lo que dijo Rufián. Probablemente le quedara lejos la idea de un partido catalán, mucho más si este plantea la independencia de España. Aunque sí habría entendido lo de la vivienda. El problema es que era un hombre bueno de derecha, un rara avis, una especie en extinción, del tipo que ya no existe. Por eso pensamos en la izquierda, en los partidos progresistas. Ellos sí deberían tomar esas medidas, se imagina uno. ¿O es que, para nuestra poca suerte, los buenos hombres de izquierda también están en vías de extinción?

AF/MG