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PURA ESPUMA

Canuto Cañete: el regreso

Carlitos Balá interpretando a Canuto Cañete y Daniel Parisini alias "el Gordo Dan"

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Tire-au-flanc, que en nuestro idioma debería traducirse como “Esquivar el bulto” o, lisa y llanamente, “Hacerse el boludo”, es una comedia francesa escrita por André Sylvane y André Mouëzy-Éon en 1904. La historia transcurre en tres cuadros de enredos en los que está en juego el resultado de la guerra que llevan a cabo desde sus respectivos nacimientos la disciplina y la indisciplina, o -para entender un poco más los alcances sociales de ese combate- la vida productiva e improductiva, la responsabilidad y la irresponsabilidad.

De fondo, lo que se advierte es el espíritu ridículo de la cultura militar, sostenida por la autoridad y la obediencia, ying y yang del concepto de jerarquía como estructura inalterable de sus actividades. Se manda y se obedece sin contemplación de matices, y punto. Es decir: ¡vista al frente y carrera march! Pero si eso es lo que se ve de fondo, lo que se ve de frente es cómo le tira la fiesta a la tropa, atenta a cualquier desvío que le haga desentenderse del sometimiento al deber y la lleve a la selva donde se encuentra lo inesperado de la vida.

La primera versión cinematográfica, de 1912, es de Georges Lordier; y, la segunda (de 1928), de Jean Renoir, ambas mudas y con abundancia de textos fijos y dibujos, especialmente la de Renoir. Y, como en la obra original, los soldados que encauzan su energía guerrera hacia fines más nobles -el ocio, las mujeres, la fuga- son ni más ni menos que niños lelos armados. Ese núcleo dramático tampoco se altera en la versión de 1960 de Francoise Truffaut y Claude de Givray, con la colaboración en el guion de André Mouëzy-Éon, aunque sí tiene un encuadre más específico, en el que el individuo -un aristócrata inútil que debe servir a su ejército- tiene más peso protagónico que la tropa.

Es una pena que por desidia francocentrista no figure en los papeles en los que se asientan las adaptaciones de Tire-au-flanc la versión argentina, Canuto Cañete, conscripto del 7 (1963), de Julio Saraceni, con guion de Abel Santa Cruz, protagonizada por Carlos Balá en la cima de su talento físico y verbal, en el que se pueden encontrar, como pulverizados por una minipimer y sin embargo muy reconocibles, elementos actorales que fueron la marca de Jerry Lewis en el campo de los gestos deformantes, del que también abrevó Jim Carrey; y de Buster Keaton en el campo del silencio (aunque sin su destreza de gimnasta artista).

Canuto Cañete, conscripto del 7 conserva su gracia sesenta años después de estrenada y, también, sus particularidades argentinas, es decir sus argentinidades, que diluyen un poco el contrato de la adaptación para pisar a veces -no muchas- el fleje del costumbrismo.

En la primera escena, en la que la primera imagen que vemos es la cúpula de una iglesia, Balá camina por las calles de su barrio y se saluda con los vecinos. Todos saben que le toca hacer la conscripción, pero él se resiste. Al canillita que le recuerda el hecho le dice: “¡Que no se haga ilusiones el ejército!”, y al tintorero japonés que le insiste con lo mismo, le contesta que en un país que importa todo, lo más lógico sería que se importaran soldados, si fuese posible “los norteamericanos, que son los que ganan las guerras”.

Está yendo a la deserción. Tiene contactos para lograrlo sin perjuicios: un operador de bar que le pide plata y luego lo engaña. Por lo que “Canutito”, como le dicen en la familia, un loquero con un padre casi de su edad y dos hermanos mellizos que podrían ser sus hijos (o sus nietos), termina reclutado en un batallón del que, ahora sí bajo el influjo de Tire-au-flanc, se termina desviando.

Canuto Cañete es un joven bajo los efectos de una adultez retrasada, al que podríamos adjudicarle una edad incierta, digamos entre los 10 y los 40 años. Su misión fallida de salvarse de la conscripción no es impulsada por la voluntad de superar ese obstáculo sino por la de “esquivar el bulto”. El cuerpo crece, pero el alma no. Por lo que su conciencia -ni hablar de su inconsciente- está en situación de suspenso. Como quien dice, no va ni para atrás ni para adelante. Tan incontratable es esa inmovilidad mental (todo crece a su alrededor y hasta en su interior, excepto él) que, sobre el final de la historia, convertido en héroe nacional, reincide como idiota.

Este personaje y su espíritu tuvieron su heredero en estos días. En un tanque como los que lavaba Carlos Balá en la película de Saraceni, hemos visto desfilar a Daniel Parisini por las autopistas o más bien los scalextric de X. Su cerebro superdotado asomando de la escotilla, manando inteligencia por los cuatros costados, impresionó al mundo entero. Qué demostración de poder, qué manera de meter miedo marcial, qué pedazo de guerrero hemos visto -y vemos todavía: es tan… atractivo todo lo que es y lo que hace- cabalgando el Sherman, el TAM o como se llame ese cascajo camuflado, cuyo mando hubo de delegarle el Ministro de Defensa Luis Petri, otro tremendo varón de la guerra por cuyas venas corren balas y balines.

En coincidencia con ese despliegue infernal de potencia bélica, que llevó a este gordo argentino a ser considerado un ejército en sí mismo, además de un cosplayer que rencarnó el retraso de carácter de Canuto Cañete y restauró los ¡eaeapepé! de Balá en versión destrucción masiva, también vimos su twit: “Los strikers por la 9 de Julio ahora, Javeto. El momento ha llegado”. Para esta columna, ese es el twit del año, ya sea por la sordidez de la jerga como por la repentización que intentaba poner una curita en el meñique del Javeto, justo en el momento en el que el Senado de la Nación lo estaba revolcando. Lo único que se le podría objetar al twit son las mayúsculas (aquí suprimidas por cariño a su autor), que podrían envolver su expresionismo de la sospecha de que escribe con Viagra.

Ahora, ¿y si todos los esfuerzos de este gordo superior por hacerse no fueran más que baiteos atrapagiles? Cuidado: no es que se piense eso en estos párrafos: acá se lo admira hasta el estrabismo. Pero, ¿si las Fuerzas de la Indiferencia dejaran pasar de largo sus mayúsculas, sus tanques, las sombras de Carajo en el que el gordo aparece decorado con otros gordos, su sonrisa inenarrable, qué sería de Él?

Imaginemos un mundo, de costo y mantenimiento cero, en el que nadie le responda a sus genialidades de gran felino de feed lot, ni siquiera yo, que lo adoro con todo mi corazón. Nadie es nadie. Entonces, quedaría reducido a la nada. Sería un gordo sin interlocutores, errando a los gritos en el desierto del monólogo. ¿Tan difícil sería sustraerse de su existencia a partir de 1, 2, 3, ¡ya!?“.

JJB/MF

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