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PURA ESPUMA

Empanadas de la nada

Ricardo Darín, Luis Caputo
1 de junio de 2025 00:03 h

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De golpe, de la palabra “empanada” florecieron mundos. Ocurrió porque en la Argentina una empanada es menos una unidad gastronómica que una moneda de cambio. El precio de la empanada, la cantidad que se calcula por persona, su uso tanto sea como entrada o plato principal, la practicidad de su forma para evitar el uso de vajilla, la celeridad con la que puede comerse al paso a cualquier hora del día y en cualquier lugar (es decir su ubicuidad), consagraron su existencia a la altura mitológica del dólar.

La docena de empanadas a $48 mil de Mi Gusto utilizadas de referencia en la discusión pública inaugurada por Ricardo Darín y Luis Caputo, puso en marcha la máquina de las asociaciones, las comparaciones y los contrastes nacionales. Se habló de lo que valen las empanadas en el interior, o (por insistencia de Luis Caputo y toda la mascotería trajeada puesta a su servicio en LN+) del abismo de precios que existe desde siempre entre las empanadas premium y las que no sabemos qué tienen adentro -es decir entre lo caro y lo barato-, pero no se desarrollaron debidamente los contrastes internacionales. 

Caputo, que se viene tragando la píldora dorada de la agresividad libertaria acompañándola de prácticas verbales de nonsense (para no ser menos papista que el Papa), intentó hacernos creer que no entendió el mensaje de Darín, además de aplicarle diminutivos de descalificación por afuera del uso amable que hacen de los diminutivos declinaciones cariñosas de la lengua. Lo que levantó una vez más la vara de la boludez libertaria de redes, “elevando” por reducción al bonómano endeudador y predador de economías productivas más grande del planeta a la categoría boludísima de “chad que doma” (solo una percepción idiota de los fenómenos es capaz de reducirlos a esa nada).

El mensaje de Darín fue transparente: la empanada, “moneda” de la economía, está carísima. La prueba viviente es el propio Darín que, aún en su prosperidad, se queja cuando compra una docena de las mejores. Pero eso no sería nada si nos desentendiéramos del argumento “gatillo” de Darín, y que es lo que se negó a entender nuestro Ministro de Economía y yonqui del carry trade: que no sólo lo caro está caro sino que, sobre todo, está caro lo barato. Un ejemplo: la empanada de La Torre de Retiro, que desde 1969 es la que comen a diario los miles de trabajadores que merodean las líneas ferroviarias de cercanías, cuesta $2300 ($27600 la docena). Queda a doscientos metros de Sheraton (la reference es para que el “chad” se haga una representación geográfica de la position de La Torre).  

Las empanadas de Tío Bigote que pueden pedirse en Barcelona o Madrid cuestan más o menos lo mismo que las de Mi Gusto, pero bajo condiciones disímiles de accesibilidad: allí donde el sueldo mínimo en España es de €1381 ($1.800.000), el de Argentina es de $308.000. La cuenta se hace sola. Si la vida sólo consistiera en el acto monográfico de comprar empanadas, un español con su sueldo mínimo podría comprar 456 empanadas de Mi Gusto o Tío Bigote, mientras que, con el suyo, un argentino solo compraría 77, es decir 6 veces menos. Y, por supuesto, en la medida en que de manera proporcional se abaraten los precios, aumentará la cantidad de empanadas. Así, un argentino de sueldo mínimo podría comprar con sus ingresos mensuales 134 empanadas de La Torre (en realidad 133, más una mordida) y, un español, compraría 782 con los suyos.

Si quisiéramos pedir una docena de empanadas en De Nadas, en el precioso barrio de Notting Hill, en la capital de “la verde Inglaterra”, tendríamos que pagar £ 43, equivalentes a $68 mil nuestros; y si fuésemos jeques podríamos pedir tal vez las mejores de Londres, que son las de Malevo, a £ 4,2 la unidad ($7600), en un país donde el sueldo mínimo es de £ 1950, es decir $ 3.120.000. Con lo cual un trabajador inglés compraría 410 de esas empanadas de ensueño y un argentino apenas 40.

Las cuentas no dan ni siquiera cruzando el charco, donde las empanadas de D’ la Ribera se compran en Montevideo $ 1224 la docena ($ 35.000 nuestros). El sueldo mínimo de Uruguay es el equivalente a $ 675.000 argentinos, con los que un hermano uruguayo puede comprar 20 docenas de D’ la Ribera, mientras que el argentino no llega a 9. ¿Entendés ahora “chad domador” cuál es el concepto de “moneda” respecto de lo caro y lo barato, “empanadamente” hablando?

Y, sin embargo, aun desplegado para dummies, como es el caso, este no es el tema. El tema -disculpen las molestias odiosas de las comparaciones- no son las empanadas en sí mismas, ni si es mejor la que va n chala que la de hojaldre, o si la de carne cortada a cuchillo es más o menos valiosa que la de carne picada a máquina, o si la picante zarpada nos lleva a la crisis hemorroidal o a la úlcera estomacal, o si la pasa de uva es un condimento o una provocación.

El verdadero asunto es con qué se comen las empanadas, una vez probada su carestía en el océano de esta grandeza económica. ¿Con qué las tragamos? La guarnición nacional que acompaña a las empanadas más caras del planeta, contrariamente a lo que se habría esperado (ya que hay que soportar el castigo de su elevado valor), no es un buen clima social, una mano en el hombro del esforzado, un trago dulce en la amargura, un solaz de cualquier tipo, pero solaz al fin (ni siquiera un solaz placebo hay).

No, no, no. Lo que acompaña el precio astronómico de las empanadas es la boludez atómica de la Batalla Cultural, dada por especímenes ¿solamente “raros”? contra el Hospital Garraham, las universidades, las obras públicas, los ingresos, la calma y la piedad. Digamos que montados en las empanadas más caras del mundo viajamos contentos y orgullosos hacia la Nada.  

JJB/MF        

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