Pilar Ruiz, salvada varias veces de la muerte, vivita y creando

Ella llega a este espectáculo con cinco heridas ya cicatrizadas que ahora las dibuja en el aire y las convierte en danza antes de caer al suelo para tomarse un respiro porque previamente leyó muy acelerada (“Nazco prematura, con una malformación estructural denominada atresia de esófago y fístula tráqueoesofágica al pulmón derecho. En esa época, la mayoría de los y las niñas que nacían con mi patología congénita no sobrevivían, etcétera, etcétera…). Cicatrices en su espalda que a los 18, cursando la Universidad Nacional de las Artes, Pilar Ruiz decidió no quitarse como había planeado con anterioridad. Y que, en Respirar, muestra con mezcla de orgullo y ternura, protegida por un admirable diseño de iluminación, de Diego Becker, integrante del equipo que hizo posible, con diferentes aportes, esta singularísima obra con tendencia performática. Es decir, con una actriz presente que toma riesgos, que sigue una lógica interna que le da sentido a su presentación. Que mantiene una relación con el público y, a la vez, se aleja de la teatralidad más tradicional, partiendo de una escritura previa de la que es autora. Para decirlo mejor con las palabras de la crítica y curadora de arte contemporáneo canadiense Chantal Portbriand, hace más de cuatro décadas: ”Un mapa, una escritura que se descifra en lo inmediato, en el presente, una confrontación con el espectador“.

Pilar, salvada cinco veces de la muerte a partir de sus primeras 24 horas de vida en este planeta, subtitula a esta obra, perfo, espectáculo: Bitácora escénica en un acto. Tirando acaso alguna pista respecto de esa suerte de mueble que se instalaba en los barcos cerca del timón y que albergaba una brújula o compás magnético; también un cuaderno o diario de a bordo con los detalles de la navegación. Podría decirse que en Respirar hay dos brújulas principales que preservan el norte de esta chica –hoy de 37 años– que aterrizó en este (en ocasiones) valle de lágrimas con mínimas probabilidades de sobrevida en sus primeros años. En primer lugar, su mamá Graciela –abogada y analista de sistemas– que se pasó días enteros en el hospital público Garrahan, atendiendo a su hija mayor por la noche cuando volvía a casa para descansar. Y que la fecha de la endoscopia necesaria para obtener un diagnóstico, con Pilar de año y medio, anota minuciosamente en su agenda todo lo que va sucediendo y observando; que se da cuenta de que las cosas no van bien cuando la nena sale del quirófano respirando penosamente; y entonces, desde el teléfono público del hospital llama a la otra brújula importante en esta historia de perseverancia y sanación: el doctor Arnaldo Grosman, neonatólogo y pediatra que llega volando a salvarle otra vez la vida a Pilar, en esta oportunidad debido a la mala praxis de una médica que le ha quemado un pulmón y medio. La primera fue cuando nació, se le descubrió la atresia de esófago y dispuso que fuera inmediatamente a cirugía.

Y de vuelta, Graciela a hacer lo que había que hacer cuando a los 8, la niña, en el apuro por llegar a tiempo a la escuela, se atora con un pedazo de milanesa mirando a los Pitufos. Ahí, en el relato con suspenso de thriller que hace Pilar Ruiz en escena, esta madre siempre alerta llama al salvador Grosman, él la manda urgente al Gutiérrez. Graciela toma a sus dos hijas, sube al coche y enfila a toda marcha, una mano en el volante, la otra con un pañuelo blanco que saca por la ventanilla en pleno tránsito de hora pico.
Cuando llega al hospital es una tigresa sorteando obstáculos para defender a su cría en peligro y, en simultáneo, cuidando a la otra cría. Ni niños ni madres en la sala de espera la detienen, a la primera puerta que se abre, ella avanza irreductible, llega frente a la médica y antes de que esta la rete por no respetar la cola, le dispara: “Está operada de una atresia de esófago y una fístula del pulmón derecho y se acaba de atorar”. Momento en que llega el papá verdulero, gran soporte de la brújula principal que, junto a la hermana Amparo, le susurra palabras amorosas a la atorada antes de que entre otra vez al quirófano, de donde saldrá liberada del trozo milanesa. Pero no de tener que volver a ingresar a ese sitio cuando, a los 16, hay que operarla de escoliosis doble, después de un año de corsé que solo se ha quitado los sábados, para la clase de teatro. Un tratamiento que fracasó.
A la hora de esta última cirugía, Graciela, fiel a sí misma y a Pilar, asume la responsabilidad ante un médico que se burla ante la pregunta de la adolescente: “¿Voy a poder seguir haciendo teatro?”. Naturalmente, esta madre la tiene clarísima: “No te vas a operar con nadie que desvalorice tus deseos”.
Deseos profundos de Pilar Ruiz que, desde muy pronto, descubre esa vocación irrenunciable, inquebrantable por las artes escénicas. Vocación de compartir ideas, una visión del mundo, emociones, historias con el público. Vocación que la ha impulsado, además de actuar, a ampliar su horizonte como dramaturga, directora. A respirar teatro de manera sobresaliente, tratando temáticas que le importan como la condición de las mujeres más desvalidas, la amenaza de la trata, la vuelta de Malvinas… Y, obvio es decirlo, la necesidad de contar su autobiografía clínica, razón por la que consulta en 2023 al doctor Grosman, el de la noble praxis, le habla de este proyecto que se fue concretando con tanta felicidad y que actualmente comenzó a ofrecerse en la Sala de Máquinas, cobrando fuerte vigencia imprevista frente a la muy deplorable situación actual del hospital Garrahan.

Pilar Ruiz, a años luz de cualquier forma de demagogia o de autobombo, apelando a múltiples recursos –de imagen, sonido, luz, vestuario, escenografía– propone una distancia intermedia, no exactamente brechtiana, dirigiéndose al público sentado alrededor de una gran mesa ratona, al que se le ofrece té de eucalipto y orégano, bueno para las vías respiratorias. Pilar interviene las proyecciones de videos con su discurrir y voltea paredes teatrales dejando solo la del fondo que, en verdad, es una pantalla. No hace el retrato psicológico de ningún personaje salvo a través de determinadas acciones o frases que dan una parte de sus perfiles, animando indirectamente al público a completarlos. Con su narrativa episódica que va y vuelve en el tiempo, aunque ya sabemos que toda la angustia y el sufrimiento pasaron y ella está bien viva, se genera episodios de creciente voltaje. Por otra parte, ciñéndose casi exclusivamente a lo referido a su historia clínica, Pilar Ruiz introduce un lenguaje técnico inusual en escena (nombres de patologías, de instrumental médico, de cirugías), seguramente ajenos a muchos/as, que resultan casi una provocación estética. Nombres que no suenan bonitos pero que se van haciendo familiares en el transcurrir de Respirar.
“Respirar, bitácora escénica en un acto”, en Sala de Máquinas, Lavalle 1145, los sábados a las 20,30. A la gorra. Hasta el 30/8.
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