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Un mundo con más acólitos y menos periodistas

El jefe de Gabinete Manuel Adorni durante la cena anual de Adepa.

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“Nosotros estamos para gobernar y ustedes para contar la verdad. Y confiamos en que, si hacemos las cosas bien, lo van a contar; y, si hacemos las cosas mal, lo van a contar”. La frase es parte del discurso que el jefe de Gabinete, Manuel Adorni, pronunció el último jueves en la cena anual de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa).

“Nos sentimos más que cómodos con la crítica”, insistió en otro tramo. Su discurso resultó difícil de sostener frente a lo que se anunció ese mismo día: la intención del Gobierno de derogar el estatuto del periodista, establecido por ley hace casi 80 años –fue sancionado el 18 de diciembre de 1946–, un instrumento pensado para darle a los trabajadores de prensa garantías en el ejercicio de su profesión.

La decisión de avanzar sobre el estatuto es un nuevo escalón en una política sistemática de hostigamiento que el gobierno de Javier Milei ejerce sobre la prensa. Desde su llegada al poder, el Presidente desmanteló los medios públicos, cerró la agencia Télam, y naturalizó como política de Estado los ataques contra los trabajadores de prensa. Sus burlas, en particular, dejaron al descubierto su misoginia.

Sobre eso ya hemos hablado en estas columnas. Lo que hoy nos preocupa es la soltura con el jefe de Gabinete describe la relación de su gobierno con la prensa. El mismo día de la cena de Adepa, Adorni hizo en su cuenta de X un balance autocelebratorio sobre la cantidad de conferencias de prensa ofrecidas a lo largo de sus dos años como vocero y mencionaba, entre otras cosas, “1.341 entrevistas de funcionarios a medios de comunicación”. Cerraba el posteo así: “Nunca un gobierno respetó tanto la libertad de prensa”.

En este racconto el ex vocero no olvida, mas bien decide omitir que en estos dos años el Presidente sólo ofreció entrevistas a periodistas que comulgan con sus pensamientos, quizás con la excepción del reportaje que aceptó darle a Eduardo Feinmann a pocos días de las elecciones. ¿Se preguntará acaso que resulta inconcebible en cualquier democracia que quien ejerce la máxima autoridad de un país llame a odiar más a los periodistas?

Hace apenas dos semanas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) expresó su intención de visitar el país para conocer de cerca la situación que viven los trabajadores de prensa. Un relevamiento de Foro de Periodismo Argentino (Fopea) indica que los ataques a la prensa pasaron de 179 casos en 2022 a 256 en 2023. Según indicó Paula Moreno, su titular, las agresiones parten en su mayoría del propio Presidente y superan, incluso, a las de Nicolás Maduro.

Adorni no es periodista. Estudió Economía –en una universidad pública, la de La Plata, y luego se recibió de contador–. Su carrera en los medios es más bien errática, basada más en su voluntad para construir un blog personal que luego lo convirtió en columnista. Quizás por eso, por no haber asistido a las clases de Periodismo I, no aprendió que la función de un periodista no es celebrar lo que está bien, para eso están los acólitos. El periodismo, por definición, está para meter el dedo en la llaga incluso cuando el poder prefiere el aplauso.

Adorni no es periodista. Pero es jefe de Gabinete. Un cargo lo suficientemente relevante como para entender —o hacerse cargo— del rol central que cumple la prensa en una democracia.

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