Ofelia, la loca de amor resarcida por Taylor Swift
Ni Julieta ni Desdémona ni Rosalinda. Ni Cordelia ni Lady Macbeth ni Cleopatra, entre otros muchos relevantes personajes femeninos de obras de Shakespeare, han alcanzado la repercusión en las artes visuales, la música, la literatura que ha obtenido la desgraciada Ofelia. Empujada a la locura y el suicidio por los caprichos de Hamlet, por las advertencias y manipulaciones de su hermano y su padre, agobiada de dolor por la muerte de su progenitor a manos del príncipe misógino que la manda al convento dando por sentado que no podrá zafar de la calumnia. Es decir, otra víctima de los hombres que le explican cosas, le hacen (el propio Hamlet) una especie de gaslighting que la enajena.
Ignorada en sus deseos, no escuchada, usada, acosada, sermoneada, pasada de mano en mano (de varones), bastante antes de morir, Ofelia ya está condenada. Y paradójicamente tiene su momento de libertad de expresión merced a la locura al cantar a su aire antiguas melodías, cerca de su final, regalando flores con dedicatoria. A la reina Gertrudis, por ejemplo, que le muestra alguna simpatía, ruda para aplacar los demonios del alma.
Pobre Ofelia. Nadie se compadece de ella, salvo Gertrudis, que no es trigo limpio, como se sabe, pero que al menos denota una cuota de misericordia al hacer el relato de la caída al agua de la chica, cuando se quiebra la rama del sauce (llorón) donde –temerariamente– estaba ella cantando.
¿Por qué, antes y después de los prerrafaelitas ingleses, con Everett Millais a la cabeza, Ofelia –ya muerta– (salvo alguna excepción que la imaginó en la previa) inspiró a tantos pintores, incluso a algún escultor? La bonita joven, flotante o ya arrojada a la orilla del arroyo, como atractivo objeto de deseo, entre la fetichización y la necrofilia. No faltando quienes, como el francés Eugène Delacroix la ofrecieron a la mirada –preferentemente masculina– con los pechos desnudos. Arbitrariamente, abusivamente.
Pasividad, ¿tu nombre es mujer?
Como apunta Bram Dijkstra en su atinado ensayo Ídolos de perversidad, “el arte raramente da forma, pero casi siempre ayuda a consolidar y afianzar los prejuicios culturales dominantes”. Lo escribe refiriéndose al XIX, siglo en que se exaltó particularmente la imagen de la mujer yacente, muerta o enferma. Es decir, cuando ya Alfred Tennyson, en el poema La Dama de Shalott (1833) había explicado que la demencia y la muerte eran consecuencias que recaían sobre la mujer cuyo impulso de sacrificio no hubiera sido satisfecho.
En esas fechas, estalla la Ofelia del Hamlet como el más alto ejemplo de la mujer autoinmolada, la loca de amor que entre flores se lanzaba a una tumba húmeda, cumpliendo las fantasías de sumisión femenina de muchos hombres del XIX. “Aunque se trataba de un personaje secundario, para los ideólogos del sacrificio femenino, Ofelia era mucho más importante que Hamlet”. Y parte de la Hermandad de los Prerrafaelitas –Millais, Arthur Hughes, John William Waterhouse– la puso en el rol estelar de finada disponible, dedicando tiempo y energías a pintarla una y otra vez. En el caso de Millais, además, hay que remarcar que, aprovechándose de la resistencia física y buena disposición de la modelo Elizabeth Siddal, muy convocada por otros integrantes de la agrupación, la mantuvo muchos días largas horas en una bañadera llena de agua que se iba enfriando porque había comenzado el invierno y las lámparas puestas debajo se apagaban. Millais concluyó en 1852 su famoso cuadro Ofelia, al tiempo que ES se pescaba una neumonía que puso en riesgo su vida. El médico le recetó láudano y el pintor –tan insensible como irresponsable– se negó a pagar las facturas de la farmacia hasta que el padre de la joven lo amenazó con denunciarlo a la justicia.
Párrafo aparte merece Elizabeth Siddal, una chica trabajadora que temprano empezó a ganarse la vida como modista, oficio al que luego sumó el de modelo, sin abandonar su afición por escribir poesía y por dibujar. Después de superar la neumonía comenzó a modelar para Dante Gabriel Rossetti, con quien mantuvo una relación de varios años durante los cuales él la alentó a que perfeccionara su vocación artística, le dio lecciones y la proveyó de materiales para que pintara. Sus obras fueron apreciadas por el crítico y mecenas John Ruskin, que le dio apoyo financiero y le abrió la posibilidad de exponer algunas acuarelas en 1857. Pero la salud de Siddal había quedado resentida después aquella enfermedad. Finalmente, Rossetti aceptó casarse en 1860. Ella siguió escribiendo en secreto poemas que fueron descubiertos luego de su muerte en 1862, poco después de haber dado a luz a una niña que no sobrevivió. Sumida en honda depresión, Elizabeth volvió al láudano y murió en 1862, a los 32, de una sobredosis probablemente accidental. Un par de años más adelante, sobreponiéndose al duelo, el viudo empezó a pintarla como Beata Beatrix, la amada imposible de su tocayo florentino apellidado Alighieri. En 1870, Dante Gabriel Rossetti hizo publicar los versos de Elizabeth Siddal bajo el título Poems, provocando cierto escándalo por sus manifiestos acentos eróticos.
Grande, Heiner Müller
Entre otros cuadros que se pueden citar como inspiración para la apertura y el cierre del video de El destino de Ofelia, la canción de Taylor Swift, vale sin duda mencionar Ophelia, 1900, del alemán Friedrich Heyser, en estos días muy visitado por swifties que cantan y bailan en el museo de Wiesbaden, Alemania, donde está colgado.
Además de múltiples versiones escénicas y fílmicas más o menos fieles a la obra de Shakespeare, y de piezas musicales de Schumann, Berlioz, Shostakovitch, Richard Strauss, de la ópera Hamlet, compuesta por Ambroise Thomas (ofrecida en 2016 por Juventus Lyrica, en el teatro Avenida, con dirección escénica de María Jaunarena), también en expresiones populares del siglo 20 se pueden encontrar alusiones a este personaje icónico: un tanto banalizado por Bob Dylan en Desolation Row, 1965 (“…ya es una solterona, para ella la muerte es bastante romántica, su pecado es su falta de vida…”), y posteriormente, en 1989, por Serge Gainsbourg (“Me gustaría tanto que me ames como esa pequeña ingenua…”).
Empero, Ofelia encontró a su vengador justiciero en 1977 en el gran poeta, dramaturgo y director de escena Heiner Müller, autor de esa obra maestra que es Máquina Hamlet, 1977. Apretada, aggiornada reescritura de la tragedia donde, con una síntesis y una densidad admirables, con una poética deliberadamente chocante, sin conceder respiro en la puntuación, le da derecho a réplica a la maltratada heroína (y asimismo, podría deducirse, a Elizabeth Siddal, a Sylvia Plath, a tantas otras): “Yo soy Ofelia. La que el río no retuvo. La mujer con la soga al cuello. La mujer con las venas rotas. La mujer con la sobredosis. Nieve sobre los labios. La mujer con la cabeza en el horno. Ayer dejé de matarme. Estoy sola con mi pecho mis muslos mi vientre. Rompo las herramientas de mi cárcel la silla la mesa la cama. Destruyo el campo de batalla que era mi hogar. Arranco de cuajo las puertas para que entre el viento y el grito del mundo. Destrozo las ventanas. Con mis manos ensangrentadas rompo las fotos de los hombres que amé y me usaron sobre la cama la mesa la silla el suelo. Prendo fuego a mi cárcel. Tiro mi ropa al fuego. Desentierro de mi pecho el reloj que fue mi corazón. Salgo a la calle vestida con mi sangre”.
Cantando llegó el amor
Bueno, sin llegar a esos magníficos extremos müllerianos, Taylor Swift, en la letra y en el video de su canción, reivindica a Ofelia, remitiendo no solo al personaje del Hamlet sino también a la muchacha que sufrió el agua helada y enfermó gravemente para servirle de modelo a un artista tan desconsiderado. La “torre solitaria” acaso refiera al poema de Tennyson que, a su vez, Siddal reflejó en su pintura: esa Dama que, si bien con final trágico, sigue su deseo de tomarse el barco para conocer mundo por sus propios medios.
En el video, TS aparece en el arranque como modelo para un cuadro que se puede ver en un museo, y al cierre como la popstar que es, posando autoconsciente para una toma, mirando desafiante la cámara, culminando dignamente el derroche de energía y alegría que se desprende del clip, con cantidad de coristas haciendo lo suyo, lejos de todo padecimiento y atropello.
Empero, no han faltado lecturas de feministas, aquí y afuera, que se quejaran porque Swift agradecía haber sido salvada del ahogo de la melancolía por un varón; desaprobando que -supuestamente- se definiera como una princesa necesitada de un príncipe azul que la sacara de la tumba, y así por el estilo… Ay, chicas, por favor, ¡no seamos tan estrictamente puristas! ¿Acaso tiene que hacer más méritos Taylor, hasta cuándo debería seguir rindiendo examen de su conducta y su pensamiento? Ya sabemos que ella va escribiendo, cantando, bailando partes de su autobiografía; que se las ha ingeniado para recuperar los derechos sobre su obra con inteligencia y perseverancia; que ha ganado mucha plata, sí, pero que les da trabajo a muchas personas y les paga bien; que es generosa en sus donaciones a los bancos de alimentos de las ciudades donde actúa (y se rumorea que hace otros aportes solidarios que prefiere que no trasciendan). Y sí, que tuvo un par de novios conflictivos que no se bancaban su celebridad y le amargaron la vida antes de que llegara Travis Kelce.
Entonces, ¿cuál sería la cuestión si se siente gratificada y agradecida por haber encontrado un buen amor que le dio alborozo a su corazón, que respeta su autonomía y festeja su enorme suceso?
Ciertos giros o términos en los versos de El destino… no merecen ser tomados tan literalmente: “me sentí sola en mi torre”, lleva hacia la Dama de Tennyson; “me sacaste de mi tumba”, en evidente sentido figurado, conduce al texto de Shakespeare; los escorpiones de la fría cama, reenvían a Macbeth; obvio es el sentido de “me escuchaste gritar bajo el agua”. Por lo demás, TS nunca ha ocultado su tendencia a un romanticismo contemporáneo, a dejarse arrebatar por emociones amorosas, así como ha asumido francamente su feminismo, la defensa de los derechos LGBT, su rechazo a Trump (y, aunque no se ha manifestado respecto de Zohran Mamdani, este ha declarado que Only the Young es uno de los tres temas que mejor representan su campaña).
Esta chica de 34, cuyas letras y referencias literarias son estudiadas en la universidad, cosa que igualmente sucede con su eficaz procedimiento para convertirse en emprendedora independiente de las discográficas. La misma que devino referente de niñas y adolescentes, de mujeres jóvenes y, por extensión de madres y padres que acompañan a sus hijas menores a recitales. Fans por millones que ahora están mirando pinturas en museos, en libros de arte o en la web, quizás leyendo sobre Ofelia, sobre Shakespeare. Entendiendo un poco más sobre la sujeción de las mujeres a través de los siglos. Y, claro, esperando la serie en seis capítulos The Eras Tour/The End Of An Era, que se estrena el 12 de diciembre en Disney Plus.
En el video de El destino de Ofelia, que TS dirigió, además de abrir y cerrar con significativas imágenes, hay plumas y brillos, coristas felices haciendo numeritos de music-hall, una preciosa escenografía de barco y mar (otro guiño a Tennyson), Taylor en un traje hecho de soga náutica, y salvavidas, muchos salvavidas.
En el nuevo disco hay otros temas donde la popstar sigue contando experiencias de vida, les toma el pelo a managers paternalistas, realimenta códigos de hermandad, igualdad, complicidad. Cuando habla de la (mala) suerte de Ofelia, está hablando de la inconmensurable opresión de las mujeres bajo distintas expresiones del patriarcado, que en algunas latitudes se perpetúa penosamente. Del propio 1600, cuando se estrenó Hamlet en Inglaterra y Ofelia debió ser actuada por un varón adolescente porque las mujeres tenían vedado pisar el escenario.
MS/MG
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