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El lugar de las mujeres en la Iglesia

Ni sacerdotisas ni obispas ni –mucho menos– papisas

La papisa (2009) dirigido por Sönke Wortman.

Moira Soto

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Hace unos 12 años pareció que, con su renuncia al poder papal, Benedicto XVI se había convertido en un níveo cordero inmolado por la “hipocresía de la Iglesia” –según sus propias palabras–, en poco menos que un mártir de la rectitud y la bondad más prístinas. Nadie (salvo algunas monjas protestonas –no argentinas, precisamente–) parece acordarse de sus manejos para instalarse en el pontificado, de su conservadurismo recalcitrante, de las modificaciones de 2010 a la Carta Apostólica Sacrametorum Sanctiatis Tutela, donde bajo el título Normae Gravioribus Delictis, incluye la ordenación sacerdotal de las mujeres entre los delitos más graves que pueden cometer los eclesiásticos (¡en el mismo nivel que la pedofilia y la pornografía infantil!).

La papisa Juana, 2001, por Silvina Benguria

En verdad, las mujeres no le deben nada de nada a Joseph Ratzinger, un papa retrógrado que recién en 2010, en Barcelona, se dignó decir que la Iglesia abogaba por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encontrase en el hogar y el trabajo su plena realización. Y hasta hubo quien consideró un avance que les reconociera a ellas el derecho a trabajar, sobre todo teniendo en cuenta que el Papa anterior, Juan Pablo II, solo concedía a la mujer su condición de “insustituible como madre y educadora, las tareas que el Creador le había asignado”. Y si nos remontamos a 1988, veremos que el mismo Pontífice en la Carta Apostólica del Año Mariano, Mulieribus Dignitatem, le sermonea a más de la mitad del cielo: “Hagamos ahora objeto de nuestra meditación la virginidad y la maternidad, como dos dimensiones particulares de la personalidad femenina”. 

Por cierto, estos dos últimos Papas se mantuvieron ciegos y sordos frente a -al decir de Susan Sontag- la revolución más importante del siglo XX, a los justos reclamos y avances del movimiento feminista, a la evolución de las costumbres que -con altibajos- se fue dando. Nunca una palabra de Wojtila o Ratzinger sobre el machismo o la violencia de género. Pero sí la pertinaz resistencia a que las mujeres accedieran al sacerdocio, la obcecada negativa a reconocer sus derechos reproductivos (anticoncepción, aborto).

La zona del poder o la representación sigue obturada para las mujeres en la Iglesia Católica Romana oficial, mientras que la gran mayoría de la grey que la sostiene es femenina. Para ellas, se reserva el rol secundario de monjas, secretarias, catequistas, asistentes domésticas y, más recientemente, algún carguito administrativo... Por más que se intente cada tanto dorarles la píldora hablándoles de la dignidad de ser mujer en la Tierra, la mentalidad arraigada en el trasfondo, con leves cambios, es la de los Padres de la Iglesia. No la de Jesucristo que permitió acercarse a las mujeres, perdonó a la adúltera, discurrió con María (la hermana de Marta y Lázaro), trató de igual a igual a María de Magdala (que fue la primera testigo de la resurrección)… Para nada: el aprecio y la proximidad de Jesucristo respecto de las mujeres fue demolido por la acendrada misoginia de los Pablo de Tarso, de los Tomás de Aquino y de otras figuras influyentes que estigmatizaron a la mujer por ser ocasión de pecado para el varón –pobre víctima de femmes fatales– entre otros anatemas.

Francisco, pero no El Juglar de Dios*

En marzo de 2013 se eligió nuevo jefe de la cristiandad, que resultó ser argentino. Obvio de toda obviedad que las mujeres no tuvieron ni presencia ni voto en el cónclave, ni siquiera fueron consultadas por fuera de esas reuniones secretas que tan genialmente satirizó Nanni Moretti en su film Habemus Papam (2011). Discriminadas y excluidas porque no se las considera iguales en su valor como personas: esa es la verdad de la milanesa, aunque la Iglesia no pueda prescindir de ellas como fieles practicantes y colaboradoras subalternas.

Purpurados, por Silvina Benguria

En 2019, La Iglesia Católica de Alemania era una de las más liberales del mundo, al punto que proponía temas como la aceptación de la homosexualidad, el fin del celibato clerical, la ordenación de las mujeres sacerdotes. Como era de prever, no faltó quien advirtiera que semejante apertura, rechazada por el Vaticano y los católicos conservadores de ese país, podía conducir a un cisma. Justo en donde Martín Lutero dio comienzo a la Reforma Protestante. 

Por ese entonces, el escándalo de abuso sexual dentro de la Iglesia que alcanzó a Alemania daba incentivo al debate que se daba entre el conservaador cardenal de Colonia y el de Münich, dispuesto a que la institución pusiera en marcha un nuevo pensamiento. Por su lado, otra autoridad, el cardenal Marx (sí, tal cual) defendía el diálogo, la consideración de cuestiones como el celibato obligatorio para los curas, promoviendo una discusión libre y abierta hacia nuevas posiciones. Thomas Sternberg, presidente del Comité Central de Católicos de Alemania, a su vez, escribió sobre la necesidad de encontrar otros modelos para las formas de vida sacerdotal, y también una participación significativamente mayor de las mujeres en funciones de liderazgo y de trabajos litúrgicos. 

Desde su arranque como pontífice, Bergoglio empezó a manifestarse como alguien humilde y comprensivo (“¿Quién soy soy para juzgar a nadie?”), muy dispuesto a las entrevistas periodísticas, a aparecer en documentales y series, siempre encantado de pasearse por la plaza en olor de multitudes. En cuanto al lugar de las mujeres y su función en la Iglesia, hizo algunas concesiones paternalistas: en la Semana Santa de 2022, transmitida desde el Coliseo Romano, por primera vez, las meditaciones de la liturgia fueron escritas por una mujer, la biblista francesa Anne-Marie Pelletier, docente de Sagrada Escritura y Hermenéutica Bíblica de la Facultad de Notre Dame de París, elegida por el mismísimo Fran.

Respecto de la última estación del Vía Crucis dijo la experta: “Es un momento de recogimiento, de silencio, pero asimismo un momento femenino que muestra a las mujeres sufriendo por la muerte de Jesús, pero que al mismo tiempo siguen teniendo una actitud de afirmación de vida a preparar las telas para honrar su cuerpo. Una conducta muy distinta a la de los discípulos, que están desilusionados, desorientados. Ellas, en cambio, se preparan para recibir el anuncio de la resurrección”. Méritos que no alcanzaron para alcanzar la igualdad en la jerarquía que crearon y manejaron a sus anchas los varones.

La papesse Jeanne, ilustración de De Mulieribus claris (1500)

En 2024, Francisco dio una entrevista a Norah O'Donnell, de CBS, en la casa de huéspedes del Vaticano. Sesenta minutos sobre temas surtidos. El Papa se mostró entre ambiguo y vacilante por momentos. Cuando la periodista le preguntó por la bendición a parejas homosexuales que supuestamente había proclamado, dijo que no, de ninguna manera a parejas del mismo sexo; sí, en todo caso, bendecir individualmente a cada integrante, “porque se trata de un sacramento”. Caramba. Referido a los roles de las mujeres en la Iglesia, elogió las contribuciones de ellas, faltaba más. Y hasta las lisonjeó: “Son más valientes que los hombres. Saben cómo proteger mejor la vida”. (Mmm, este elogio viene con subtexto...). O'Donnell, católica practicante, de mucha formación, quiso saber si alguna vez tendría la oportunidad de ser ordenada diaconisa (rango que solo pueden alcanzar los varones, casados o solteros, para ejercer el apostolado en alto grado, llevar el viático a moribundos; de los sacramentos, solo bautizar). Minga, por supuesto: “No”, dijo Fran. “Ni sacerdotes ni diaconisas”. Y edulcoró: “Las mujeres han tenido siempre, diría yo, una función como de diaconisas ¿verdad? Las mujeres son de gran utilidad como mujeres (sic) dentro del Orden Sagrado”. ¡Será de Dios! Preguntado nuevamente, especificó que lavar y besar los pies de hombres y mujeres el Jueves Santo implicaba un mensaje :“Que todos somos hijos de Dios”. ¿Pero algunos (varones) son más hijos?

Mejor no perder tiempo hablando del sucesor, Leon XIV, el número 267, más conservador y tirando a inoperante, desprovisto de carisma que ya descartó el sacerdocio y el diaconado para las mujeres, adjudicó algún puesto administrativo como palmadita en el hombro de ellas. Y, para que no haya dudas, confirmó su apoyo a “la familia tradicional: ”Padre, madre, hijos“.

Juana, la papisa travesti

Pero hay una historia –o una leyenda, lo mismo da– que procura deleitosas gratificaciones a las mujeres que se sienten agraviadas por la interdicción de alcanzar el sacerdocio, cuando hace rato existen pastoras protestantes, rabinas judías. Y quien dice el sacerdocio, dice el obispado, el cardenalato, el pontificado… Esta historia es la de la Papisa Juana, una joven mujer que habría reinado sobre la grey católica hacia fines del siglo IX, de 855 a 858, entre León IV y -aquí aflora un guiño inevitable- ¡Benedicto III! Tanto empeño puso la Iglesia siglos después en borrar las pistas de esta pontífice (quitar su busto de la catedral de Siena, arrojar al Tíber la estatua que recordaba el lugar donde había parido en plena calle, etcétera) que es para pensar que Johannes Anglicus –citada por varios cronistas eclesiásticos bajo su nombre masculino– verdaderamente existió.

De origen anglosajón –Jean de Mailly sostiene que era alemana–, Johanna era una joven avispada y arrojada que se enamoró de un monje y huyó con él a Atenas. Sedienta de conocimiento y ya vestida con ropas masculinas, estudió ciencias y filosofía. Luego de la muerte -o quizás abandono- de su amante, Johanna llegó con los hábitos de él a Roma donde, como varón, obtuvo un puesto de lectora de las Sagradas Escrituras, antes de ingresar en la Curia. A esta altura de la soirée, Johanna era bastante popular merced a su carisma, erudición y piedad. El Papa León IV la nombró cardenal y a la muerte de aquel fue elegida papa por aclamación general.

El parto de Giovanna, grabado que ilustra el capítulo de Boccacio dedicado a la papisa, Damas de renombre

Dos años más tarde, la Papisa, según consignan algunos historiadores seducida por un eclesiástico -aunque dados sus antecedentes, es probable que se lo haya levantado ella- quedó embarazada. Y su panza creció disimuladamente bajo el amplio y rico ropaje pontificio. En otras circunstancias, acaso Johanna-Benedicto habría podido ocultar el nacimiento de su hijo, pero hete aquí que en medio de una procesión -algunos dicen que a caballo, otros que llevada en la silla llamada gestatoria-, irrumpieron fuertes contracciones y la Papisa parió en un callejón. Aunque las versiones difieren en algunos detalles, casi todas coinciden en que el populacho indignado se abalanzó sobre ella con intención de lapidarla. El escándalo fue raudamente sofocado y una de las astutas decisiones para anular el papado de la mujer que había fingido ser hombre, fue que el siguiente pontífice se hiciera llamar ¡Benedicto III!

Esta estupenda historia fue acreditada por la propia Iglesia hasta el siglo XVI y reforzada por relatos de cronistas, citas de Anastasio el Bibliotecario que habría dejado registrado el paso de Johanna por el trono pontificio. Lutero y Calvino también supieron dar fe de haber visto huellas del reinado de esta papisa. Y desde luego, los ingleses, con posterioridad a la creación de la Iglesia Anglicana, usaron a Johanna como objeto de chanzas y hasta se escribió una sátira teatral sobre ella.

Tan fuerte fue la creencia en la papisa travesti que para evitar que se repitiera el engaño, durante cierto tiempo, cuando tenía lugar el advenimiento de un nuevo jefe supremo de la Iglesia, el elegido debía sentarse en un sillón calado en la zona donde se apoya el trasero y un diácono tenía que encargarse de palpar manualmente las partes pudendas del prelado. Si el examen daba positivo, exclamaba: Dues habet, bene pendentes e bene occupatus (latinazgo que no requiere de traducción), a lo que el coro de cardenales respondía en extremo aliviado: Deo gratias.

La literatura se inspiró reiteradamente en este atractivo personaje: ya en 1362, Boccaccio escribió una suerte de biografía picante, De Joanne Anglica Papa, dentro del volumen De Claris Mulieribus, que incluye a Safo, Semiramis, Cleopatra… El griego Emmanuel Royidis pergeñó a fines del XIX la novela La Papisa Juana, luego traducida al inglés y adaptada por Lawrence Dürrell, versión esta retraducida al español por Estela Canto y editada por Edhasa (se puede encontrar en librerías de viejo). Por su lado, la feminista estadounidense Diana W Cross es la autora de Pope Joan: A Novel (1996), que dio origen al film La papisa (2009) dirigido por Sönke Wortman. Pero antes, en 1972, la radiante Liv Ullmann elevó la mediocridad de una película también llamada La papisa Juana, que dirigiera Michael Anderson. Y todavía más atrás en el tiempo, en 1760 fue diseñado el segundo arcano del tarot de Marsella con la imagen de nuestra Papisa, la tiara pontificia sobre su cabeza, el libro de la sabiduría en sus manos representando la voluntad de conocimiento y de reflexión.

* “Francisco, el juglar de Dios”, milagroso film de Roberto Rossellini sobre el humilde y bondadoso santo de Asis, que hablaba con los animales. Obra inspiradora de “El evangelio según San Mateo”, de Per Paolo Pasolini

Este artículo se publico originalmente en damiselas en apuros

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