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TEATRO

A casi medio siglo de su violento secuestro, el teatro rescata con mucho apego a Haroldo Conti

Marcelo Bucossi, alucinante encarnación de Conti.

Moira Soto

30 de octubre de 2025 15:47 h

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Para cualquiera que haya tenido la vivencia directa de asistir a esta sala en los años de la dictadura, bajo la gestión de Jaime Kogan estrenando sobresalientes obras de Ricardo Monti como Visita, La oscuridad de la razón, o –un poco antes, en época de la Triple A– El señor Galíndez de Tato Pavlovsky, o que simplemente conozca de oídas o de leídas esa parte de la historia del teatro Payró, siempre habrá una cuota de emoción extra al trasponer la puerta de la calle San Martín al 700. 

Después de la muerte de Kogan, prosiguieron al frente su mujer, la actriz Felisa Yeni, y sus hijos Diego y Luchy. Director, dramaturgo, docente, Diego Kogan está ahora a cargo de la gestión artística, y para esta cronista fue una alegría encontrarlo y saludarlo en la boletería del Payró que, en esta etapa, renueva su antiguo halo de espacio de resistencia cultural.

Ariel Haal, Lara Olgiati, Pablo Mingrino.

Y si bien Alfredo Martín ya ha presentado en este lugar espectáculos de su autoría interpretados por Marcelo Bucossi, parecería un evidente caso de justicia poética que Huellas de Haroldo se esté representando en una sala que, durante la dictadura, estuvo en un borde muy finito de ser clausurada. Porque en esas fechas sombrías, Conti era declarado “agente subversivo” por su militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y en el Frente Antiimperialista por el Socialismo. El autor de las novelas Sudeste y Alrededor de la jaula pudo haberse exiliado, pero eligió quedarse en su casa de Villa Crespo, en “mi lugar de combate”. Con la integridad que lo caracterizaba, renunció a la Beca Guggenheim porque sus principios así se lo dictaron. 

Aunque ha sido muy divulgado el episodio, viene a cuento refrescarlo, quizás para lectores de las generaciones Y o Z: HC fue secuestrado en un violento operativo cuando volvía con su mujer, Marta Scavac, de ver El Padrino II. Luego de que se lo llevara esa temible Brigada del Batallón 601, previo saqueo de pertenencias, ella logró escapar por una ventana con su bebé de tres meses y una niña de 7, de una unión anterior. En cuanto a Haroldo, luego de pasar por varios centros clandestinos, fue visto por última vez, en lamentables condiciones físicas, en Villa Devoto, según el testimonio de su amigo, también escritor, el padre Leonardo Castellani, quien bregó por su liberación hasta antes de morir en 1981.

Haroldo Conti

En la obra Huellas de Haroldo, el relevante especialista en adaptaciones literarias desde hace casi dos décadas, Alfredo Martín, que ya había dado a conocer una suerte de anticipo en 2012 (Lo que llevo de ausencia, en Teatro del Borde), retoma y enrique la evocación afectuosa, cercana, celebrando el humor implícito y el lenguaje coloquial –a veces con expresivos neologismos– tan propios de Conti. Y de nuevo es el actorazo Marcelo Bucossi quien se deja habitar de manera confiada, generosa, sin que se le note el menor esfuerzo por componer. Como si el mismo Haroldo viniera hacia él porque, desde algún cielo para personas justas y bondadosas y unívocas, encontró a un intérprete que se identificaría naturalmente con él. Ambos, hombres de Chacabuco, provincia de Buenos Aires, ciudad que antes fue un pueblo “con tapialitos amarillos de sol y callecitas de tierra”.

Alfredo Martín, dramaturgista y director

De relecturas, versiones, adaptaciones

Alfredo Martín, aparte de haberse desempeñado como actor, director y en otros oficios del teatro –y de ser médico psiquiatra y psicoanalista–, se ha consagrado con perseverancia y un respeto esencial a realizar trasposiciones de textos literarios a la escena: de Gombrowicz a Arlt, de Silvina Ocampo a Pessoa, de Dostoievski a Kafka… Sin dejar de lado a piezas propiamente teatrales como La casa de Bernarda Alba, que versionó bajo el título Un mar de luto (2023), con un elenco masculino en el que descollaba Bucossi como la terrible madre represora de García Lorca.

Elenco completo de Huellas de Haroldo.

Con la actitud de tender puentes entre novelas, cuentos, poemas y el público, asimismo entre el momento de la escritura y el actual, Martín ha concretado logros tan encomiables como Detrás de la forma (Ferdydurke, Gombrowicz), Niños de madera (Pinocho, Collodi), La metamorfosis (Kafka), La tempestad (Shakespeare) y, desde luego, la antes nombrada Lo que llevo de ausencia. Siempre dejando en claro cuáles son sus preferencias en materia de literatura, y haciendo una traducción escénica que no se apartara ni del sentido cabal ni de la índole del texto escogido, creando un sistema teatral reconocible en su diversidad, sin ponerse por delante del autor en cada oportunidad.

Para este desprendimiento y ampliación de Lo que llevo… que resulta el espectáculo que ahora tiene en cartel, ha tomado dos cuentos de Conti: Una noche perfumada (que es teatralizado en la primera parte por un trío de cómicos de la legua) y A la diestra, el relato que quedó inconcluso en la máquina de escribir aquella noche fatal.

Entre el encanto de la ficción y la crudeza de la realidad

En la primera parte, entonces, la historia de amor unilateral de un hombre mayor, cohetero del pueblo para más datos, hacia una joven dulce y etérea. Flechazo que, sin embargo, dará sentido, nueva luz a la vida del señor Pelice; le inspirará corteses cartas de amor que no llevará el cartero sino que serán despachadas del modo más elevado que imaginar se pueda. Lara Olgiati, Pablo Mingrino y Ariel Haal cantan, bailan y dicen este cuento como si se tratara de un sucedido de antaño, actuando esos personajes cuando corresponde, ataviados con el vestuario de Bucossi y teniendo como punto de apoyo escenográfico las miniaturas de los edificios que con el tiempo se fueron sumando al pueblo, primorosamente realizadas por Gustavo Reverdito.

En la segunda parte –con la participación en comentarios musicales del notable guitarrista Agustín Giganti– los cómicos, antes de partir, disponen una nueva escenografía: algunos muebles derribados, papeles escritos esparcidos por el suelo. En la platea, el corazón se nos aprieta porque sabemos que ya ocurrió lo inenarrable, pasaron los milicos del 601. Pero un objeto sacrosanto permanece sobre el escritorio: la máquina de escribir. 

Haroldo entre sus libros y su máquina de escribir.

Y entra en escena Haroldo Conti. Porque –algo que, se supone, nunca hay que decir de una extraordinaria actuación– Marcelo Bucossi es Haroldo Conti. Y nos provoca ese sentimiento ambivalente entre la pena por lo ineluctable que ya sabemos y la gratificación de verlo ahí, tan bien plantado, tan humano, hablando en pasado, hablando en presente… Toma la hoja de la máquina y empieza a decir el cuento que quedó a medio camino, dibuja referencias geográficas en el pizarrón, chamuya acerca de la tía Teresa que ya no está en este plano. Haroldo-Marcelo, siguiendo la dramaturgia de Martín, comienza a entrelazar datos muy personales y el texto del relato A la diestra; rememora el “penacho gris de la iglesia que se incorpora detrás de un montecito de acacias negras, y ahí está el pueblo (…), ahí voy doblando por la inmutable calle Moreno”.

Conti nombra cada una de las flores de aquel patio hasta llegar a la de papel, como la llamaba su tía, repasa perfumes, cosas tan ricas como las tortitas negras de cierta panadería, menciona a algunos de sus familiares. Y torna a la amenaza que se cierne sobre él y que está dispuesto a afrontar… Vuelve al cuento, a la tía ya sentada en su sillita de paja a la diestra de un Dios Padre en alpargatas, a la imagen del álamo Carolina. Cada tanto, intervenido por la cruda realidad, en diálogo con los sonidos de la guitarra. 

En el interregno ficcional tiene lugar un asado de cuerpo presente en honor de la tía, ordenado por Don Dios, la parrilla armada por una peonada de ángeles, la lista de carnes y sus derivados pronunciada con fruición. El difunto maestro Bimbo arremete con su banda. Pero la escena del allanamiento brutal, del interrogatorio vuelve a colarse. Haroldo vuelve otra vez a los festejos celestiales, tironeado entre el allá arriba ficcional y el acá abajo que lo sorprende entre sus amores más cercanos, ejerciendo su oficio de escritor. Persona de una pieza, fiel a sus ideales.

La última crónica bellamente filmada

En 2022, Igor Galuk dirigió un excelente documental poético inspirado en la crónica final de HC, publicada en la revista Crisis, 1976: Tristezas del vino de la costa o la parva muerte de la isla Paulino. Silencio en la ribera es el título de este film que se puede ver por CINEAR.Play, como dignísimo complemento del espectáculo teatral. Fruto de 10 años de trabajo colectivo de la productora Riocine, fundada en La Plata en 2009. Realización que Haroldo Conti debe haber aprobado desde arriba, a la izquierda de Don Dios, obviamente.

Galuk, realizador de cine y tevé, había hecho previamente varios cortos y dos series muy recomendables sobre oficios y artesanías (Olvidados del río, Paisanos, en Youtube), trabajando siempre con un enfoque ético y estético distintivo, leal a una temática que le es muy cercana. De ahí la elección de la tocante crónica de Conti que, según descubrió el cineasta emocionado, ponía en palabras 40 años antes sus propias percepciones, en particular de la isla Paulino. Al material filmado sumó imágenes que se daban por perdidas de la Escuela de Cine de La Plata, cerrada por la dictadura en 1978 y reabierta en 1993 (para más información, googlear: Escuela de Cine, Universidad Nacional de La Plata, Creación, rescate y memoria, por Romina Massari, Fernando Martín Peña y Carlos Vallina, 2006).

“Huellas de Haroldo”, hoy jueves a las 20:30. Retoma el 7/11, los viernes a las 20,30. En el Teatro Payró, San Martín 766. Entrada general a $ 17.000. Estudiantes y jubilados, a $ 13.000

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