Los elegidos
Esta será una lista arbitraria. Como todas. Tendrá, no obstante, una virtud. No pretenderá no serlo. Se tratará, simplemente, de los discos que más me gustaron –o interesaron, no siempre es lo mismo– entre lo que escuché en 2025 y no fue aún comentado en esta sección. Al igual que todas las otras listas publicadas en estos días por diversos medios, omitirá más que lo que nombre. Lo contrario, como aquel mapa narrado por Borges, que pretendía igualar a la realidad, sería no sólo imposible sino, sobre todo, inútil. Y, como todas las otras, permitirá, tal vez, la reparación de algunos olvidos, ciertos descubrimientos y eventuales reencuentros.
En el campo de las canciones que rondan los bordes del pop actual y escapan a las rítmicas uniformes y los usos ingenuos de la electrónica y el repetitivismo, la argentina Lucy Patané (Hija de Ruta fue publicado en 2024 pero va como licencia poética) y la colombiana Lucrecia Dalt (en “Cosa rara”, el primer tema de A Danger to Ourselves, aparece David Sylvian y, en “The Common Reader”, Juana Molina) rencuentran estéticas originales y frecuentemente desafiantes. Ben Kweller, un compositor, cantante y multi instrumentista, en su séptimo disco, Cover the Mirrors, ofrece un conjunto de buenas canciones, en la vieja y buena tradición estadounidense que las transforma en espejo exacto de las short stories, esas historias cortas, muchas veces devastadoras y a veces confesionales. Y Los Besos, uno de los grupos más interesantes del pop rock-local, aunque no edita disco nuevo desde 2023 (Nadie Duerma), sí ha actuado en vivo y esas canciones donde lo sencillo suele abrir puertas –o ventanas– impensadas a una vidala, a la distorsión o a las luminosas revisitas a los próceres de la canción argentina aúnan potencia y frescura.
Una joven banda de rock de Brooklyn, Geese, en Getting Killed, muestra que la oscuridad y las voces lánguidas contra texturas de guitarras y eventuales ritmos festivos todavía siguen rindiendo frutos. En otra esquina del mundo, Ganavya Doraiswamy, conocida –es una forma de decir– como Ganavya, nacida en Nueva York y crecida en el estado indio de Tamil Nadu, canta en inglés pero en la tradición de la música carnática, toca jalatharangam, un arpa típica de esa región y logra, con Nilam, un álbum de extraña e hipnótica belleza. Y, desde la Argentina, una reedición reciente de un disco fundamental, el debut conjunto de Suna Rocha y Raúl Carnota, publicado en 1983 y largamente ausente, resulta de gran trascendencia.
En el siempre dudoso terreno de los aniversarios redondos, el cincuentenario de Wish You Were Here, de Pink Floyd, fue festejado por la industria con la edición titulada con el nombre original más la cifra 50, ampliada a tres discos que incluyen, entre otras cosas, la toma en que el gran violinista Stéphane Grappelli, aquel que a mediados de los ’30 había formado parte del Quinteto del Hot Club de Francia junto con Django Reinhardt, se sumó a Pink Floyd para improvisar sobre la canción del título. Tan resonante reedición no debería ocluir la de otros grandes cincuentenarios, los de Sui Generis y su Adiós Sui Generis –y el gran adiós de un año antes, con Pequeñas anécdotas sobre las instituciones–, Durazno Sangrando, de Invisible, Free Hand de Gentle Giant –con ese fantástico canon llamado “On reflection”– y el hoy casi olvidado The Rotter’s Club, de Hatfield and the North, una de las cumbres de aquello que en Canterbury creció como un fértil retoño del prog rock británico. También cumplió cincuenta años, aunque Universal, el sello propietario de la Philips original no se haya enterado, A que florezca mi pueblo, de Mercedes Sosa. Y fuera de toda redondez, simplemente porque fue la fuente de mucho de lo inteligente y creativo que sucedió a orillas del Plata, a 57 años de su publicación, siempre es bueno volver a La Conferencia Secreta del Toto’s Bar, grabado en Buenos Aires por los montevideanos y geniales Shakers.
La gran lectura del Requiem Alemán de Johannes Brahms, expresivísima, intensa hasta el paroxismo, de Raphaël Pichon al frente de su orquesta Pygmalion, el Concierto para violín de Edward Elgar por la extraordinaria Vilde Frang junto con la Orquesta Sinfónica Alemana de Berlín, con dirección de Robin Ticciati, la música de cámara de Maurice Ravel por el Ensemble Nash, El aprendiz de brujo de Paul Dukas junto con obras de Édouard Lalo, Albert Roussel y Claude Debussy por la orquesta Les Siècles, en vivo en el Théâtre de Champs Élysées, conducida por François-Xavier Roth, las Danzas olvidadas de Thomas Adès por el guitarrista Sean Shibe y Stravagante Pensiero, el álbum dedicado por Rinaldo Alessandrini y el grupo Concerto Italiano a Carlo Gesualdo y la Nápoles del 1600, encabezan la lista de lo que más me impresionó, gustó e interesó (y, en todos los casos, todo ello) de la tradición académica.
DF/MF
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