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opinión

Los libertanquistas que quieren destruir la democracia

El presidente Javier Milei arriba del tanque de guerra en el desfile militar del 9 de julio de 2024.

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“TANQUES A LA CALLE. ES AHORA”, tuiteó así con mayúsculas, el Gordo Dan, el jefe de la guerrilla de trolls paraestatales que trabaja sin descanso para defender el discurso oficial y atacar a cualquier crítico del Mesías libertario (a quien el referente del ala fascista del mileísmo, Agustín Laje, comparó recientemente con Jesucristo). Más de 10.000 “libertarios” likearon el pedido de tanques. “HAY QUE DINAMITAR TODO EL CONGRESO, CON DIPUTADOS Y SENADORES ADENTRO”, acotó, también con mayúscula, Fran Fijap, quien se hizo famoso por correr, del brazo del policía que lo protegía, cuando fue a provocar a una protesta. La cuenta @Gordoedición tuiteó un tanque disparando contra el Congreso.

Obviamente, cualquier referencia crítica a este sueño húmedo de ver cerrado el Congreso será respondida con una carcajada: los kukas, es decir cualquier opositor, se tomaron en serio el baiteo. Pero, en una lógica que procesa la política como un videojuego, a los libertanquistas les gustaría ver a Milei corriendo entre cadáveres de opositores, como Alberto Fujimori lo hizo en su día entre guerrilleros muertos en la embajada de Japón. El “Chino” logró cerrar el Congreso y convertirse en dictador. Más tarde fue juzgado y encarcelado por crímenes de lesa humanidad. Pero es seguro que los libertarios no quieren realmente acabar con la democracia, solo se estarían divirtiendo trolleando a los progres. Por eso, la Justicia, tan predispuesta a perseguir, e incluso encarcelar opositores no se digna a mover un dedo. Baiteo.

Pero estas provocaciones encarnan la esencia del mileísmo. Milei está más cerca de Curtis Yarvin que de Murray Rothbard; más cerca de los neorreaccionarios que de los anarcocapitalistas.

Rothbard efectivamente quería destruir el Estado, por eso nunca habría aceptado ser presidente; Yarvin, por el contrario, dice que Estados Unidos debe perder la “fobia a los dictadores”, que los países deben ser gobernados por CEOs-monarcas y que hay que separar la libertad política de la libertad personal (solo habría que conservar esta última). Libertad sin democracia. En su blog una vez bromeó con convertir las clases marginales de San Francisco en biodiesel para el transporte urbano. Después propuso confinarlos, enganchándolos a una interfaz de realidad virtual. Baiteo.

Milei sigue odiando al Estado aún desde la jefatura del Estado, y sigue diciendo que el Estado es peor que la mafia. Pero ese odio, que es real, es también esquizofrénico. Milei odia sin duda a los empleados públicos, incluidos los médicos del Garrahan (ya Ronald Reagan había dicho que la salud pública era la antesala del comunismo), y a cualquier cosa que suene a justicia social. Si el Milei rothbardiano hablaba de los “aparatos represivos del Estado”, el Milei neorreaccionario aumenta el gasto en armamento e inteligencia (inclusive interna). En este punto, converge con los “liberales” que apoyaron a Pinochet; de hecho, hace pocos días dijo que el error del dictador chileno fue no dar la batalla cultural; lo cual además es falso, como se vio en el resultado del referéndum de 1988.

Al final, si se trata de dar la batalla cultural a fondo, ¿por qué no usar el Estado en lugar de destruirlo?, o dicho más precisamente, ¿por qué no usarlo como aparato ideológico y represivo? Mejor mantener Paka Paka para difundir propaganda anticomunista de Guerra Fría producida por mormones estadounidenses que privarse de ese canal infantil. (Aunque parece dudoso que los niños se enganchen escuchando a Milton Friedman hablando de oferta monetaria). Laje mira a la Hungría de Viktor Orbán, no a la revista Reason, cuyo eslogan es “Free Minds and Free Markets”.

Pero a los libertarios no les importa mucho lo que hace o dice Milei, solo basta con que “dome a los zurdos”. Si decidiera romper relaciones con China, festejarían su compromiso con la libertad; si fuera a Beijing y lo recibiera Xi Jinping celebrarían que es un líder mundial. Si hubiera dinamitado el Banco Central, como hacía en su obra de teatro donde su hermana actuaba de secretaria del Consultorio de Milei, “aguante el emperador Milei”; si opta por el dólar barato está domando a los turistas brasileños que “canchereaban” con los precios irrisorios de la Argentina, y de paso la clase media puede ir a comprar a Uniqlo en Madrid.

A los libertarios no les importa mucho lo que hace o dice Milei, solo basta con que “dome a los zurdos

Pero Milei no solo es ideológicamente autoritario, también lo es psicológicamente. De verdad no tolera la más mínima crítica; su inseguridad es de manual. Por eso, primero se enzarzó con el complot de los economistas que osaban discutir el tipo de cambio (econochantas) –Nicolás Maduro también anda en eso, e incluso hizo detener a varios–; después Milei se sumergió en una delirante insultadera contra los periodistas (ensobrados, soretes, basuras, cucarachas… y, más recientemente, embistió contra los historiadores que discuten su absurda visión decadentista de la historia argentina. Por eso, ahora el Gobierno habla de “liberar a los museos” echando a reconocidos historiadores como Gabriel Di Meglio.

Solo en este marco, una sesión parlamentaria para aumentarle el sueldo a los jubilados y declarar la emergencia en discapacidad, con representación de sectores muy diversos de la oposición, puede leerse como un “golpe institucional”. No deja de ser patético, aunque ya no sorprenda, ver a fervientes republicanos de antaño defendiendo estos discursos potencialmente autogolpistas.

No es la primera vez que la derecha cree que podrá usar a la extrema derecha para sus fines y se ve tragada por ella. Frente a eso, unos se someten, a veces de buen grado, como Sabrina Ajmechet, que alguna vez vivió de luchar por la libertad en Cuba, con el mismo entusiasmo que ahora apoya el genocidio israelí, y defiende un proyecto mileísta que estaría encantado con un unanimismo estilo cubano. Otros se someten sin entusiasmo, por puro pragmatismo, y quienes no quieren teñirse de violeta quedan a la deriva, como pasó con los liberales más serios que militaban en las filas macristas.

En estos días, Milei parece si no estar desnudo, al menos un poco más desaliñado. Su apuesta se reduce a un buen resultado electoral que lo consagre como el CEO-rey. Ahí reside la próxima batalla, que requiere que, más allá de las diferencias, y sin dejar de lado el combate político e ideológico civilizado, se articule un espacio de defensa de la democracia que vaya desde demócratas liberales hasta la izquierda trotskista. Algo de esto ha comenzado a vislumbrarse. Pero no puede reducirse a la defensa del status quo; es el status quo el que está generando monstruos por todos lados.

Milei no solo es ideológicamente autoritario, también lo es psicológicamente. De verdad no tolera la más mínima crítica; su inseguridad es de manual

No importa tanto si esto es o no fascismo, como se discute por estos días. Quienes dicen que sí lo es, a menudo no son consecuentes con las estrategias que deberían asumirse frente a tal amenaza; y quienes niegan que lo sea, a menudo le bajan el precio a los riesgos que penden sobre la democracia.

Se llame como se llame, no es difícil identificar lo que está en juego. Todos los países se consideran excepcionales al momento de imaginar procesos intempestivos de desdemocratización (desde la Alemania de los años 30 hasta los Estados Unidos preTrump). Pero nadie está a salvo. Menos aún ahora, en un mundo marcado por la desconfianza social, el resentimiento, la ansiedad, la depresión y la rabia, como dice Richard Seymour en su libro Nacionalismo del desastre; sentimientos que, interpelados por las nuevas derechas radicales, prometen un futuro sombrío. Al final de cuentas, se puede destruir la democracia vaciándola desde dentro, sin necesidad de los tanques en la calle.

PS/MG

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