El periodista, profesor universitario, exdiputado y activista político brasileño Jean Wyllys (Alagoinhas, Brasil, 1974) se vio obligado a salir de Brasil en 2019 tras la llegada al poder de Jair Bolsonaro. Destacado promotor de los derechos LGTBI, la homofobia rampante del expresidente brasileño y sus huestes lo forzaron a un exilio que en los últimos años ha pasado en Barcelona. Allí ultima ahora una tesis doctoral sobre la desinformación en las plataformas digitales cuya esencia ha vertido en un libro, Falsolatria, todavía pendiente de traducción al español.
Wyllys viaja en los últimos meses entre Barcelona y Madrid tratando de articular una red iberoamericana de periodistas que plante cara a la “internacional fascista” que se mueve a sus anchas por las redes sociales, silenciando al disidente. Recibió con alegría la noticia del procesamiento de Jair Bolsonaro por intento de golpe de Estado tras perder las elecciones contra Lula da Silva —un procedimiento judicial que Donald Trump quiere revertir a través del chantaje económico con una guerra comercial—, pero advierte de que la celebración no será total hasta que el ultraderechista esté “condenado y preso”.
–Para su trayectoria el procesamiento de Bolsonaro fue muy simbólico. ¿Cómo le hizo sentir?
–Muy feliz. De entrada, es la primera vez que notamos una especie de aurora de la justicia. Los criminales por fin están siendo tratados por la justicia como tales. Ya no solo es que se procesara a Bolsonaro, sino también al núcleo central del golpe, en el que estuvieron implicados militares de alto rango.
El Gobierno Bolsonaro, que se instaló en 2019, era un gobierno militar disfrazado de gobierno civil. Tenía muchos más militares que los gobiernos de la dictadura militar. Así que estamos de celebración, pero no será total hasta que esté detenido, condenado y preso. Bolsonaro solo ha sido procesado por tentativa de golpe de Estado y abolición del Estado de derecho, pero sus otros crímenes aún no se han juzgado.
Además del golpe, de toda la violencia, de intentar abolir el Estado de derecho y atentar contra la democracia; de amenazar y acosar a las autoridades de la República; de involucrarse en un plan de asesinato de Lula y del vicepresidente Geraldo Alckmin; además de todo eso, su gobierno cometió un crimen contra la humanidad: fue negacionista de la pandemia de la Covid-19. La negaba al tiempo que estimulaba el contagio. Y su ministro de sanidad [Eduardo] Pazuello fue un incompetente que tardó en comprar la vacuna y, cuando lo hizo, se vio involucrado en corrupción. Eso llevó a la muerte de 700.000 persoas. Aunque Brasil sea un país continental, eso es mucha gente.
Lamentablemente, y en eso Lula tiene algo de culpa, no hemos logrado construir liderazgos fuertes que pudiesen garantizar su legado
–Su autoexilio, por así llamarlo, también está vinculado a las amenazas que sufrió cuando Bolsonaro accedió al poder. Entiendo que ha sido un alivio.
–Es un alivio, pero yo no lo considero un autoexilio. Yo no quería salir de Brasil. Me lo recomendó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA en 2018, que fue un año terrible. Yo suelo decir, parafraseando el título del libro sobre 1968 del periodista Zuenir Ventura, que 2018 fue el año que no terminó. Fue el año en que Lula fue arrestado injustamente, Marielle Franco fue asesinada y los fascistas emprendieron una campaña de acoso y violencia contra sus adversarios con la complicidad de las plataformas de medios sociales.
Así que tuve que marcharme para seguir vivo. Y ahora es muy importante que esas personas sean castigadas, a mí me daría más seguridad para volver a mi país, aunque en España y en Catalunya me hayan recibido muy bien.
–¿Se plantea regresar a la militancia partidaria?
–En este momento, no. Aún sigo muy herido, con muchos traumas, aunque me pidan que me presente en 2026.
–¿Sería por el PT [Partido de los Trabajadores]?
–Sí. Yo pertenecía al PSOL [Partido Socialismo y Libertad], pero lo dejé, sin que hubiese una pelea, cuando Lula recuperó los derechos políticos al salir de prisión. Me sentí en la obligación ética y política de rehabilitar su imagen, porque no teníamos a otra persona para derrotar a Bolsonaro. Otras personas hicieron lo mismo después. Llevé a cabo una campaña internacional en la que invité a Ada Colau, que entonces era alcaldesa de Barcelona, a Geneviève Garrigos, de Amnistía Internacional, y a Dilma Rousseff, entre otros.
–Lula es una figura determinante, pero ya tiene una edad. Cuando desaparezca, ¿habrá un movimiento detrás que sostenga los avances o hay un riesgo de retroceso?
–Lamentablemente, y en eso Lula tiene algo de culpa, no hemos logrado construir liderazgos fuertes que pudiesen garantizar su legado. Me preocupa mucho que sigamos dependiendo tanto de él. Está envejeciendo y no tiene la energía de antaño. Si vuelve a ser candidato, por supuesto que lo votaré, pero me gustaría que fuese otro candidato que él avalase, como Marina Silva [actual ministra de Medio Ambiente] o Simone Tebet. Si el PT apoyase una candidatura con la dupla de Tebet y Geraldo Alckim o Marina Silva y Eduardo Paes, el alcalde de Río de Janeiro, que es un hombre de gran habilidad política, sería lo ideal porque evitaríamos entregar Brasil a la extrema derecha e incluiríamos en el gobierno a un centro derecha civilizado, una cierta derecha no fascista.
–Ha señalado que la política española se parece más a la de Brasil que a la de Portugal. ¿A qué se refiere?
–Encuentro similitudes sobre todo por una falta de luto y de memoria, de encarar el pasado y los traumas. En el caso de España, una guerra civil, que da como resultado una dictadura larguísima. En el nuestro, sucesivos golpes militares. Brasil es una República creada por militares, que desde entonces han sido un factor de inestabilidad política.
Aparte de que en España sigan teniendo rey, lo que para los latinoamericanos y en el sur global resulta muy extraño, la política brasileña se parece mucho a la española. Se ve en el radicalismo político de sectores de la izquierda que rechazan dialogar con una izquierda más pragmática; por ejemplo, cuando la CUP intenta perjudicar al gobierno socialista, o los errores cometidos por Pablo Iglesias. Veo un paralelismo entre el PSOE y el PT.
Los medios de comunicación y el entorno de la comunicación están sufriendo una serie de mutaciones que han llevado a la destrucción de la esfera pública, lo que Hannah Arendt llamaba el mundo común
Luego está el tema de la memoria y la verdad. Ustedes no han formado una verdadera comisión de trabajo sobre la memoria y la justicia de la Guerra Civil y el franquismo, de modo que el franquismo siempre asoma como un fantasma, no como un espectro en el sentido marxista sino en el shakespeariano. Esto es muy parecido a lo que pasa en Brasil, donde se organizó un golpe parlamentario contra Dilma Rousseff cuando intentó crear una comisión de memoria y justicia.
–Para su último libro ha creado un neologismo, Falsolatría, que sería la idolatría de lo falso.
–Este libro recoge las principales ideas de mi tesis doctoral. Los medios de comunicación y el entorno de la comunicación están sufriendo una serie de mutaciones que han llevado a la destrucción de la esfera pública, lo que Hannah Arendt llamaba el mundo común, en el que un mensaje llegaba a las multitudes. Ahora estamos ante una gran cantidad de medios que ya no configuran una única esfera pública, sino espumas, por usar la imagen del filósofo Peter Sloterdijk.
Esto tiene tres vertientes: la concentración mediática, en la que unas pocas personas controlan toda la comunicación mundial, el surgimiento de Estados-Plataforma por encima de los Estados nacionales, a los que tratan de imponer sus propias reglas, y el propio capitalismo, transformado en capitalismo de la vigilancia, como lo llama Soshana Zuboff, donde toda la información consultada en los teléfonos se recoge y convierte en una mercancía, además de captar constantemente nuestra atención.
Los hechos ya no importan. La gente vive en burbujas en las que consumen desinformación. La inteligencia artificial ha sido entrenada para construir imágenes falsas, de forma que la gente ya no sabe lo que es noticia y lo que es opinión, o que la cámara del teléfono mide cuanto tiempo pasamos atendiendo a determinada información para saber lo que nos interesa.
Ese es el ambiente que yo llamo de falsolatría, que es típico de períodos de crisis, como lo fue la caída del Imperio Romano o la Segunda Guerra Mundial. En esas situaciones hay dos emociones políticas que se vuelven importantes: el miedo y el odio. La extrema derecha sabe esto, y manipula esas emociones con la complicidad de los Estados-Plataforma. Meta, Amazon, X, saben muy bien que este es el combustible de la audiencia.
–Su militancia inicial estuvo muy vinculada a la lucha por los derechos LGTBI y contra el racismo. Pasados estos años, ¿cuál cree que es el principal reto ahora? ¿Estamos en riesgo de regresión? En su experiencia en España, ¿cree que existe una cierta negativa a reconocer que existe discriminación?
–Además del cambio mediático, las mutaciones del capitalismo, la conexión cada vez mayor entre hombre y máquina —vamos camino del cyborg— provocan una cierta ansiedad generalizada. A alguien que haya vivido toda la vida bajo el binarismo y la división sexual, el encontrarse con un hombre trans que es gay y hace porno gay, le provoca ruido en la cabeza, en sus clichés. No lo entiende. Estas transformaciones inevitables —no hay fascismo que pare la rueda del tiempo— generan inseguridad frente al futuro, frente a ese mundo que se acaba.
La extrema derecha se aprovecha de esto, de modo que la comunidad LGTBI vuelve a ser blanco de este pánico moral. Aunque los derechos de los gays y lesbianas empiezan a estar más o menos asentados —no así los de las personas trans— es posible que se produzca una embestida en contra. Pero ninguna ofensiva va a detener los cambios.
Respecto a España, además de que hay mucha más seguridad —Brasil sigue siendo el país donde más gente muere por ser LGTBI—, no está tomada por un fenómeno que en Brasil es determinante del retorno conservador y reaccionario, que es el de las iglesias neopentecostales evangélicas. Creen que son el pueblo elegido y que tienen que convertir a todos, pero como saben que solo con el proselitismo no lo lograrían, están tomando las estructuras de poder para tratar de convertir las leyes que son universales para que se correspondan con sus dogmas religiosos: prohibir el aborto y el matrimonio igualitario, aprobar terapias de conversión.
–Usted ha dicho en alguna ocasión que esos grupos habían proliferado tanto en Brasil porque dotaban a las comunidades de unos espacios sociales que no existían, que el Estado no proveía.
–Nacen de la necesidad humana de estar juntos y dar sentido a la vida. Brasil es un país mayoritariamente católico y durante mucho tiempo los evangélicos estuvieron perseguidos, hasta la Constitución de 1946. Ahora son ellos los grandes perseguidores de las religiones minoritarias. Hay barrios enteros de Río de Janeiro controlados por narcotraficantes evangélicos que expulsan a personas de otras religiones.
La subjetividad de secta pervierte el lenguaje para decir que la libertad de expresión es libertad para ofender a las minorías. Es un despropósito. La derecha se ha apropiado de palabras y expresiones como esta, o como la de exilio, que el hijo de Bolsonaro usa ahora para señalar su situación, cuando si se ha ido de Brasil a EEUU es para conspirar contra el Tribunal Supremo.
–Es como un reflejo tenebroso de su propio proceso.
–Exacto. Se apropia de una experiencia dolorosa como la mía para decir que está en el exilio cuando vive en una mansión, tiene negocios en EEUU y nunca ha dejado de ser diputado. Pero dice que Brasil vive en una dictadura judicial. Es la mentira deliberada y amenaza el pacto social.
–La extrema derecha se está internacionalizando con luchas y discursos comunes. Sin embargo, no hay una respuesta unitaria de la izquierda. ¿Qué se puede hacer?
–Para esto estamos aquí. Estamos intentando crear una plataforma de debate periodístico y político que implique a España, Portugal y el mundo iberoamericano porque tenemos que articularnos contra la internacional de extrema derecha. En 2019 estaba en Alemania con la filósofa Marcia Tiburi, que fue la primera en señalar esto en la fundación Rosa Luxemburgo: hay una internacional fascista. Por ejemplo, Eduardo Bolsonaro fue a EEUU a conspirar con Steve Bannon para articular digitalmente a la extrema derecha en toda Latinoamérica. Utilizar los métodos de mentira, de acoso, enviar a bots en los comentarios en redes, practicar el lawfare para silenciar a la disidencia política...
–Hay un vínculo transatlántico.
–Sí. Por ejemplo la diputada brasileña Bia Kicis tiene relación directa con la extrema derecha de Hungría, de Ucrania, de Rusia y con la de Abascal en España. La extrema derecha está conectada y utiliza la tecnología para impedir las disidencias y cambiar el mundo a su imagen y semejanza.
–Para terminar, quería remontarme a su salto a la fama, cuando participó en el programa Gran Hermano en Brasil. Dijo en su día que había entrado en el concurso para hackear el sistema e introducir una serie de temas que no se trataban públicamente.
–Hace ya 20 años de aquello. La verdad es que entré por un interés académico. Era un programa de mucha audiencia, pero muy criticado en los cuadernillos de cultura de la prensa. Yo, que vengo de la clase obrera, tengo otra perspectiva y creo que las estratificaciones culturales sirven para justificar privilegios. Fue la primera vez que un hombre gay dijo con orgullo en la televisión brasileña que era gay. Después de eso, el desfile del orgullo LGTB llegó por primera vez a un millón de participantes. Fue una revolución. Yo sabía que pasaría, lo que no sabía es que iba a ganar [risas].