OPINIÓN

Los que aman, se alejan

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En mi anterior columna escribí sobre varones y recibí algunas consultas. Me interesa que esta sea una ocasión de tener el tiempo para responder y, en particular, ampliar lo que ya fue trabajado.

Luego de la distinción entre seductores, donjuanes e histéricos, me centré en el caso de los varones que –más cerca de Casanova– nombré “caballeros del goce”. Por los efectos de la difusión de la nota, me sorprendió el consenso para delimitar la realidad en que se basa esta nominación. Algunas personas directamente me escribieron para contar anécdotas personales y situaciones.

Una mujer me contó que durante años estuvo viéndose intermitentemente con alguien que, cada vez que el vínculo podía llegar a consolidarse, tomaba distancia. En este espacio es que también, hace tiempo, escribí sobre los varones que no están disponibles afectivamente. Lo que hoy quisiera agregar es una consideración mucho más simple, me refiero a que –en general– son muy pocos los varones que, cuando conocen a una mujer, están preparados para el vínculo.

Podría ejemplificar esto último con el relato de otra lectora, quien me comentó su caso: en el inicio de una relación, algo que le llamaba mucho la atención es que él le hablaba de su ex. Me preguntó: ¿lo hace para ponerme celosa? Yo no puedo saberlo, pero sí creo que puede haber una explicación más simple y menos intencional: quizá recién está en el comienzo del duelo, aunque pudo haberse separado hace bastante tiempo.

Siempre es interesante corroborar cómo un varón puede hablar de su ex durante mucho tiempo, sin eficacia psíquica de la cantidad de días, meses y/o años, hasta que conoce a quien lo conmueve de alguna manera. Entonces, es como si necesitara confesarse culposamente y ahí sí, si acaso es valiente, comenzará con una nueva narrativa, para hablar de sí mismo en función de este nuevo vínculo y no del anterior.

Aunque también es cierto, si recordamos el ejemplo anterior, es todo un tema –para un varón– abrirse a un nuevo vínculo. La respuesta es simple: para entrar en un vínculo, tendrá que cambiar, tendrá que ser otro, tendrá que convertirse en quien todavía no es, después de un tiempo apegado a sí mismo.

Recuerdo otra situación, que me contó un lector a partir de otra columna de este año. Separado con hijos, no volvió a estar en pareja después del divorcio, salvo encuentro furtivos, aunque ahora lleva varios meses con una mujer que lo apasiona, de la que también se aleja, luego de cada encuentro. Cuando se ven, se divierten, hay romance, pero él –dice– no podría ser así en su vida cotidiana.

Es mucho lo que se escribe sobre varones, desde una perspectiva exterior y crítica, pero son pocos los que logran develar sus dramas íntimos, el temor que hoy les representa el deseo

Como el suyo, le diría, conozco muchos casos. En efecto, quizá mejor resguardarse en la escena, en la fantasía realizada, para luego volver a la decepcionante realidad. Estoy seguro de que él la quiere, sin darse cuenta de que queda como un necio o un desinteresado, al que ella no puede descifrar, por este rapto de fe insegura.

Esta encrucijada, la necesidad de que sea resuelta, es una de las principales coordenadas por las que sugerirle a un varón el inicio de un espacio terapéutico; para poder decirle –como dice la canción– “Regaláte la poesía de vivir en compañía de la mujer que querés; convencéte que podés, no te vayas a Sevilla; que vas a perder la silla y la alegría más bonita; de encontrar la bombachita colgando de la canilla”.

Freud descubrió un psicoanálisis a partir del tratamiento de los síntomas histéricos de las mujeres. En nuestro siglo, pareciera que despunta otro psicoanálisis a través del análisis de varones a la defensiva, bajo mascaradas narcisistas y precauciones fóbicas. Es mucho lo que se escribe sobre varones, desde una perspectiva exterior y crítica, pero son pocos los que logran develar sus dramas íntimos, el temor que hoy les representa el deseo.

Es cierto que no es fácil orientarse con un varón prevenido, difuso y poco dado a la implicación. Si yo tuviera que dar un consejo –y no veo por qué no darlo, ya que no estamos en un análisis y, además, se acerca fin de año–, diría: la cuestión es no picar; es decir, no caer en la trampa de responder a lo que no es una invitación ni una propuesta.

Hay mil anécdotas que podrían ejemplificar este principio. Pienso también en una que me llegó de mano de una lectora. Un clásico: un tipo que no avanza, pero le mira todas las historias de Instagram. Cada tanto, ella pisaba el palito y le empezaba a hablar. Así es que podían llegar a verse, pasaba algo y, luego, él se retiraba. Consejo: no morder el anzuelo, ya que después no se puede reprochar nada a nadie más que a uno.

Quizá podamos preguntarnos qué goce es el que hace que alguien no pueda privarse de morder la carnada. Nunca es por ingenuidad y, literalmente, se relaciona con no poder tolerar una instancia de privación, pero este tema lo dejaremos para una próxima columna, ya el año que viene.

Quiero concluir estas líneas con un sincero agradecimiento a quienes me leen en este medio y, de vez en cuando, me escriben con alguna reflexión y/o comentario. Los saludo con la alegría de que me hacen sentir que pensamos juntos, con más o menos acuerdo, de manera compartida. Le agradezco también a elDiarioAR por los que ya son casi tres años de libertad y respeto por la opinión en nombre propio.

Seguimos la próxima y muchas felicidades y los mejores deseos. 

LL