Opinión

El amor aún

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Hace unas semanas, la agrupación estudiantil Catexia-Mpe, de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Tucumán, organizó una jornada que se llamó ¿Qué es el amor? Entre la responsabilidad afectiva y el ghosteo. Me invitaron generosamente a formar parte de una conversación con otra psicoanalista, Gabriela Abad, y también generosamente me recibieron en la ciudad. La actividad fue muy linda porque se vivió un clima de verdadera conversación en la que participaron muchísimos de los más de cuatrocientos asistentes.

El decir siempre pone a jugar algo nuevo y nunca sabemos del todo lo que vamos a decir hasta que se puede recortar un dicho. El amor tiene algo de eso, algo nuevo en el decir

Comentamos también lo afable que fue todo y celebramos haber vuelto a encontrarnos presencialmente en ese precioso anfiteatro llamado Olga Doz de Plaza, de la facultad, que además se encuentra en un predio con muchísimos árboles en el que da mucho gusto estar. En la tarde de ese mismo día hubo otra actividad de la que participé para seguir hablando de amor. Y entonces nos sorprendimos de que hubiera un numeroso público otra vez, ya que creímos que no íbamos a poder decir nada nuevo respecto de la mañana. Pero el decir siempre pone a jugar algo nuevo y nunca sabemos del todo lo que vamos a decir hasta que se puede recortar un dicho. El amor tiene algo de eso, algo nuevo en el decir. También nos reímos y celebramos la gran convocatoria que tuvo la jornada: dijimos algo así como que el amor sigue convocando a pesar de que parezca que ya nadie quiere saber nada del amor - es que “increíble tentación es el amor”, como canta Babasónicos-. Y entonces me acordé de lo que dice Freud en su conferencia La feminidad acerca de que el título de la conferencia está para atraer el interés de los asistentes porque se ocupa de un tema que es un enigma. Y entonces pienso que el título de la jornada de Catexia también lo fue.

Seguimos hablando de amor, no para saber qué es, sino para seguir sin saberlo, para que sus sentidos se vayan diluyendo

Porque el amor es, antes que nada y después de todo, nada definible, un enigma que, como señala Martín Kohan, no está para ser resuelto. Pero que no se resuelva o que no se pueda definir -y mucho menos por el lado de lo que es- no significa que no sigamos hablando de amor. O, en rigor, por eso mismo: porque es un enigma es que seguimos hablando. Seguimos hablando de amor, no para saber qué es, sino para seguir sin saberlo, para que sus sentidos se vayan diluyendo. Apenas me senté en la mesa abrí la lapicera para escribir “¿qué es el amor?”, y para tomar notas sobre la intervención de mi compañera de mesa; pero el cartucho se reventó y la tinta se desparramó por todos lados, manchándolo todo, especialmente mis manos. En ese momento, me fue inevitable pensar que se ha escrito y derramado demasiada tinta acerca del amor y sin embargo ahí estábamos, con muchas ganas de seguir hablando. Quizás porque, como dice Lacan, del amor sólo se puede hablar. Pero ese hablar es más bien un balbuceo en el que suelen faltar las palabras. Por eso celebro que el título de la jornada haya sido una pregunta y que tuviera, en su subtítulo, la noción de entre. Porque ese decir del amor, ese amor que es un decir, se juega, justamente, no sin zozobra, en el entre del título de la jornada. Lo demás, lo que está en los extremos de ese entre, es la pretensión de saber, es la pretensión de estar a salvo, es la pretensión de hacer del amor algo asible, asequible, transitable con GPS: sin desorientación y sin pérdida, guiados por la voz de otro que suele ser el que nos dicta los mandamientos, el que nos indica por dónde ir y de dónde salir, el que sabe lo que nos conviene y lo que nos suma para no perder nada; esa voz del GPS es la se erige en sabedora de caminos allanados de obstáculos, de rutas directas, sin tránsito, sin otros que molesten o que nos afecten. Una ruta directa hacia un destino sin sorpresas. Algo así como lo que escribió Cristina Peri Rossi en el poema Final incluido en Otra vez Eros:

Ya no hay amores insensatos/ sino aburridos acoplamientos programados/ sólo en la página/ el amor/ toca a rebato./ Para que nadie se manche las manos ni sufra demasiado.

Aburridos acoplamientos programados y entonces pienso en cómo se ponen de moda los saberes acerca de la sexualidad. Esos que pedagogizan, que enseñan a obtener placer adecuada y correctamente, sin desvíos y por la senda del bien: discursos conservadores que pretenden domesticar y disciplinar -porque, como señaló Foucault, la historia de la sexualidad es la historia de una represión creciente-. Y entonces pienso en el psicoanálisis en las antípodas de la sexología, pienso en Oscar Masotta diciendo: “si se nos obligara a definir en pocas palabras en qué consiste este campo de lo psíquico que constituye el campo de la práctica del psicoanálisis habría que decir que se constituye a partir de una reflexión sobre la sexualidad. Pero desde entonces la sexualidad pasa a ser algo que no tiene que ver con el Saber de todos los días. Punto difícil, puesto que no quiere decir que el verdadero «saber científico» sobre la sexualidad sea privilegio del psicoanalista. Quiere decir otra cosa y, aun, lo contrario. Quiere decir que la indagación freudiana de la sexualidad delimita un campo donde el sexo quedará aislado del Saber”. No se trata de que el psicoanalista sepa más, sino que sabe que Saber y sexo están separados. Es por eso que “el psicoanálisis es una no-sexología (...). Y la gente no se enferma porque ignora las reglas biológicas, sino porque hay algo bien enigmático en el sexo”.

En la jornada de Catexia también se habló de una noción compleja como la de consentimiento, término que como bien subrayó Gabriela Abad, proviene del discurso judicial. Y entonces nos detuvimos en esa zona en la que se pretende, no sólo protocolizar, sino judicializar las relaciones amorosas. Últimamente vienen escribiéndose textos muy valiosos para mostrar que la noción de consentimiento no funciona o no alcanza porque, justamente, tampoco el consentimiento garantiza que no haya abuso. En ese sentido es que leo dos textos fundamentales para la cuestión. Aunque muy diferentes entre sí porque abordan asuntos bien distintos, Putas, erotismo y mercado, de Águeda Pereyra -editado por Síncopa- y Si no fueras tan niña, de Sol Fantin, editado por Paidós, están también para complejizar la noción de consentimiento, para problematizarla, para diseccionarla y para mostrar que no funciona como escudo frente al abuso. Águeda Pereyra sigue a otros autores para relacionar la noción de consentimiento con un tipo de sujeto producido por el liberalismo: “el modelo liberal sostiene como ideal un individuo intencional, volitivo y autónomo, por ende, capaz de sostener contratos, asumir compromisos, comprar y vender, es decir, ingresar libremente en la lógica del mercado”. Y también que se trata de interrogar “cuál es el alcance político de este acto que no concierne a un individuo solitario, deshistorizado, sino a un sujeto enlazado a otros, arrojado a determinado momento histórico”. Por su parte, Sol Fantin narra una porción de su historia, la que empezó a los catorce años, una historia de abuso. Y la narra ahora, a sus treinta y siete, “ahora que tengo estómago para soportar ciertas verdades, con minúsculas”. Entre esas verdades se encuentra el hecho de que la institución familiar no sólo no alcanza para proteger a las infancias de los depredadores, sino que, muchas veces, los aloja. Algo que se sabe pero que se escribe poco. Porque el familiarismo sigue primando como ideología.

No faltaron las risas en la jornada. Porque no hubo solemnidades ni enunciaciones investidas de saber. Hubo estallidos de risa también cuando advertimos que todos esos discursos que asedian el amor, que pretenden todo el tiempo prescribirnos fórmulas han pasado, hoy en día, al terreno de la parodia. Y cuando la parodia llega, alivia y disipa un poco los aires pesados de los mandatos.

Y entonces, a mi vuelta de Tucumán, me acordé de lo que dice Bataille -traducido por Margarita Martínez-: “El amor humano es aún más grande si en su esencia está el no darnos una certeza que vaya más allá del instante mismo, llamándonos siempre al irreparable desgarramiento”.

Y como llueve y como vuelvo sobre ese espacio tan habitable, tan amable, que es el entre, y porque el amor acaso irrumpa tan sólo como una certidumbre fugaz, termino con Juan José Saer:

Entre dos chaparrones

el sol sobre la hierba:

certidumbre fugaz.

AK