ENSAYO GENERAL

Fantasías de convento

16 de noviembre de 2025 09:19 h

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Hace un tiempo que volvió a estar de moda entre las chicas la fantasía con la vida monacal. Subrayo lo de “fantasía”: nadie se está haciendo monja. Es un chiste, un meme, un nombre para ponerle a un agrupamiento de sueños que reflejan, antes que nada, nuestras frustraciones. En redes sociales hay varias cuentas de monjas y novicias contando sus vidas, participando de desafíos virtuales y haciendo coreografías igual que cualquier grupo de jovencitas de su edad. Hay, ya lo dije, memes, y muchas referencias de chicas “comunes” (ni católicas, ni religiosas; ni siquiera creyentes) a la posibilidad de encerrarse en un convento y dedicarse a charlar con amigas, cuidar plantas, leer libros y, sobre todo, descansar. ¿Descansar de qué? De los hombres, sobre todo, pero también del mundo exterior en general.

No creo que Rosalía haya tenido esto en cuenta cuando se puso a pensar en Lux; tampoco que lo haya tenido en mente Mía Miceli, la joven dramaturga, directora y actriz que escribió la obra ¡Oh, cabezas locas de las religiosas!, una historia sobre monjas que vi hace unos días en el Centro Cultural Rojas. Creo que ellas son, cada una a su escala, parte de esas chicas de veintipico y treinta y pico, parte de todas las que jugamos cada tanto a soñar con irnos de todo.

Leyendo las letras de Lux creo que es divertido lo que Rosalía hace con el imaginario de las monjas, las santas y los personajes bíblicos. No me interesa particularmente el dato curioso de cuáles son las mujeres históricas que la inspiraron, sino lo que se escucha en las canciones, que es eso mismo que escucho en otras fantasías monacales: el hartazgo de los hombres, pero quizás sobre todo de la mujer en la que una se convierte cuando se obsesiona con un tipo. Muchas veces nos referimos a eso cuando hablamos de no tener paz: la sensación de no estar tranquila ni en la propia mente de una, de que una puede bloquear a un hombre (o incluso a la preocupación abstracta sobre tener o no un hombre) en todas las redes sociales y cerrarle la puerta en la cara pero es imposible quitarse voluntariamente esos pensamientos de la cabeza.

Entiendo que habla de eso Rosalía cuando mezcla versos sobre retirarse a amar al mundo y a Dios con historias de desengaños amorosos y estrofas que parecen confesiones (como casi todo “Reliquia”), en los que al mismo tiempo se lamenta y se regocija por todo lo que ha perdido dándole su corazón al mundo. A diferencia de una versión más plana del sueño de la monja, una versión que se quedara en el cansancio y en la posibilidad de una vida simple, Rosalía parece detectar la ambivalencia del asunto: la idea de que hay algo también valioso (divino, incluso) en darse tanto al mundo como para quedar quemada y lista para el convento. En la lírica de Lux aparece también otra idea que leo y escucho en muchas ilusiones monacales: la intuición de que dedicarse a la contemplación de dios y sus creaciones podría ser un camino de huida de la banalidad, y sobre todo del narcisismo. Finalmente vuelvo siempre a un tropo: estamos cansadas de nosotras mismas.

Pero quizás la ambivalencia central de estas falsas ambiciones de convento, y que también juega con este tropo del autoagotamiento, es la cuestión del control: el deseo simultáneo de tenerlo y de cederlo. Rosalía estuvo hablando también, en su gira de prensa, de un reciente período de celibato, otra cosa que muchas chicas están probando para “desintoxicarse” de las malas experiencias y hacer una suerte de reseteo de fábrica de cuerpo y mente. Creo que está claro que, en esos intentos, hay una búsqueda de recuperar el control sobre el propio cuerpo, pero al mismo tiempo aparece la fantasía de entregarlo: que te reciban en el convento y te cierren la puerta, que alguien (Dios, la madre superiora, quien sea) te obligue a sostener tus votos.

Lo entiendo perfectamente: fantaseo a diario con que venga alguien y me saque el teléfono de la mano. Pienso, además, que todo esto se da en el contexto de una suerte de era post girlboss del discurso feminista más pop: si hace diez o quince años la idealización que circulaba entre las estrellas pop, las series y las películas mainstream era la de una chica que podía manejarlo todo (su trabajo, su pareja, su dinero, su alimentación), hoy parecemos estar diciendo no puedo con nada, por favor alguien que me ayude. Supongo que de esa impotencia se deriva también el éxito de algunos discursos conservadores que vuelven a convertir a las mujeres en víctimas irremediables o niñas eternas. Parece difícil, en las caricaturas de la masividad, encontrar una imagen de mujer que no caiga ni en el superpoder ni en la orfandad. En defensa de Rosalía, creo que es eso lo que ella intenta. Está el componente escapista, pero en Lux, esas santas a las que ella les va cantando son también mujeres fuertes.

En la obra de Mía Miceli, nadie es monja porque quiere: de las tres novicias, una es lesbiana, otra tiene una dote demasiado magra y otra no tiene ninguna por hija ilegítima. No sabemos mucho de la madre superiora, pero también parece haber terminado ahí, igual que todas, por alguna dificultad objetiva para casarse. Me gusta, en este contexto de reivindicación de la vida religiosa, ese baño de realidad: si vos pensás que tenés problemas, muchachita cansada del ghosteo en Tinder, es porque ni te imaginás lo que era no ser bella ni rica en el siglo XVIII. El convento no aparece aquí como ninguna fantasía de escape sino como un mal necesario para evitar otro peor, la pobreza más absoluta. Incluso el personaje que tiene “vocación” religiosa (es piadosa, le gusta rezar) dice que en el fondo se casaría si pudiera: y cuando aparece un pretendiente a buscarla, la madre superiora tiene que evitar para que se crucen y así no perder otra chica a manos del pecado. Vuelvo a reivindicar el baño de realidad, y vuelvo también a la realidad: hay cada vez menos monjas y menos conventos, y eso no va a cambiar en el corto plazo, pero eso no significa que estas ilusiones monacales no nos hablen de algo.

Lo que quizás no hacen es hablarnos de algo tan nuevo; estoy trabajando, para una adaptación que quiero hacer, con el texto de Los malcasados de Valencia de Guillén de Castro, una obra de fines del siglo XVI. Seguramente en esa época eran muchas las chicas que se metían al convento como en la obra de Miceli, a falta de una mejor opción; y sin embargo hay un personaje, el de una jovencita llamada Elvira, que al final de la obra dice exactamente lo mismo que Rosalía y las chicas de los memes que veo en Twitter o en TikTok: que se va a hacer monja no por dinero o por no conseguir novio, sino porque todo lo que ha visto de la vida en pareja le parece tan descorazonador que mejor ni intentarlo y entregarse a algo más digno.

Me hace pensar que esa contradicción de la que hablaba Rosalía y que mencioné hace un rato como si fuera un asunto de época, la que se da entre el deseo de enamorarse y el desprecio profundo que nos despierta nuestra propia conducta cuando nos enamoramos como estúpidas y nos tiramos en la cama a llorar por un like, no es un problema ni de época ni de la tecnología, sino un conflicto atávico, existencial e irresoluble.

TT/MF