Moonage DaydDream Qué ver

Así habló David Bowie

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En un momento de Moonage Daydream, el personalísimo ensayo audiovisual de Brett Morgen sobre David Bowie, se escucha al artista hablar de una experiencia formativa y traumática: la temprana lectura de On the Road. Formativa porque ahí fue donde el joven David Jones descubrió la existencia de un mundo distinto al del Brixton gris de posguerra, y traumática porque la persona que le mostró la novela de Kerouac fue su hermano mayor Terry, el héroe de su infancia que le abrió la puerta a la contracultura y, más tarde, terminó apoyando la cabeza en la vías del tren, luego de escapar de un instituto psiquiátrico. Esta tensión, iniciática, sostiene el ambicioso trabajo de Morgen que no puede definirse como documentación periodística o retrospectiva de una celebridad, sino como un collage caleidoscópico, maximalista y por momentos solemne del hombre que cayó a la Tierra para cambiar su sonido y visión. Ante todo, la apuesta de Morgen es emotiva, ya que no se detiene tanto en las miserias, tragedias y crisis del inglés inquieto que se puso todas las máscaras que pudo para correr hacia el futuro, sino en sus indagaciones filosóficas sobre el tiempo, la trascendencia y la vida como un viaje fantástico que no puede ser desperdiciado.

Morgen sigue ese primer impulso beat de Bowie-lector-de-Kerouac para componer, con un impresionante material de archivo, la odisea épica de un artista que se construye a sí mismo, proyecta su potencia y revisa sus pasos a cada momento, casi estableciendo la hoja de ruta de un camino que comienza antes del propio dispositivo Bowie, en la ansiedad del extraño rubio de pelo largo que, antes de ser una estrella, fue mod, mimo, budista y heredero del music hall. Pero este no es un documental sobre David Jones y sus intentos fallidos de fama, y tampoco es, gracias al criterio de Morgen, un registro de entrevistas a familiares, amigos y celebridades que buscan explicar la magnitud de un rockstar. Lo de Morgen se mueve en dos sentidos: procedimiento y concepto. El primero tiene que ver con las obsesivas horas de trabajo que, a lo largo de cinco años, el director le dedicó al archivo oficial del artista -donde se pueden ver registros emblemáticos y rarezas inéditas-, y el segundo con el tono elegido para abordar a una figura que ha sido analizada, cuestionada, interrogada y adorada casi desde sus comienzos. Y si bien el trabajo de Morgen fue arduo (en un punto del proceso sufrió un ataque al corazón), el resultado es revelador no tanto por el carácter informativo, sino por una operación estética de yuxtaposición propia de su objeto de estudio.

Morgen, en cierto sentido, enfrenta (hasta fusionar) dos aspectos centrales de Bowie: el viajero beat que escapa de su tierra para expandir sus fronteras mentales y recorre las calles de New York, Filadelfia, Berlín, Tokio y Bangkok con pasión antropológica, y el individuo que transita la ciudad fragmentada como en un laberinto de espejos donde la fama es un arma de doble filo, los excesos son calmantes y las máscaras son la única forma de mostrarse. A través de un frenético montaje donde orbitan planetas del universo Bowie como Nietzsche, Kubrick, Crowley, Burroughs, Mishima, Brian Eno o Metrópolis, el artista outsider que busca signos vitales en los márgenes de la sociedad y la estrella que se ubica en el centro de todas las luces del espectáculo se entremezclan de forma armónica. Pero esa armonía, que cautiva y reconforta desde la dimensión visual, descarta narrativamente cierta alteración necesaria para comprender la poética disruptiva del artista. En el ensayo de Morgen, la desesperación de Bowie por alcanzar la trascendencia se desdibuja en una contemplación espiritual donde no parece haber fisuras, y es justamente en las fisuras donde se alojan los cambios radicales que modificaron el curso de su existencia. Esto, sin embargo, no disminuye la potencia del ensayo, sino que reafirma su naturaleza. Morgen no busca contar ni explicar la vida de Bowie, sino proyectar a su propio Bowie como una forma de ver la vida.

Morgen, en cierto sentido, enfrenta (hasta fusionar) dos aspectos centrales de Bowie: el viajero beat que escapa de su tierra para expandir sus fronteras mentales y el individuo que transita la ciudad fragmentada

Más allá de su alucinante despliegue audiovisual, el gran valor del ensayo de Morgen es el trabajo de edición con la voz del propio David -armado con fragmentos de reportajes y declaraciones-, donde desarma su poética y reflexiona sobre sus preocupaciones filosóficas. Si bien es conmovedor escuchar al protagonista deconstruir su historia, la coherencia casi zen que esta edición propone hace que el ensayo roce, por momentos, la complacencia. Es como si todo el caos, la violencia y la pulsión de muerte del hombre que cerró su obra con Blackstar quedara opacada por el Bowie enamorado de la vida. Y si bien ese amor es real, también lo es la oscuridad y el sentimiento de “manía, ira, melancolía, éxtasis, todo envuelto en uno, como cuando tu cuerpo quiere salir de tu piel”, como bien definió St. Vincent. Pero este enfoque, de nuevo, no debilita la búsqueda del director, sino que resalta su intención: la de ofrecer un visión personal del artista que inventó el siglo XXI en los años 70.

La obsesión de Bowie nunca fue exactamente el futurismo, sino una proyección hacia lo desconocido con fantasmas del pasado y signos perturbadores del porvenir, un tránsito ambiguo entre la decadencia del mundo y el escapismo fantástico, una zona de riesgos, extrañeza e ilusión que, aun sin su presencia física, sigue en expansión. Morgen, en ese sentido, hizo un trabajo honesto: no intentar abarcar lo que siempre está cambiando.

JR