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Opinión

Música de sonajero en días de alaridos

Franco Torchia

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El progresismo no empieza por casa (Rosada) y las leyendas matrimoniales, las parejas perpetuas o los embarazos de Estado confirman la férrea ideología copular de la dirigencia política argentina a lo largo de la historia: comunicar una estabilidad emocional que contrarreste la inestabilidad general; aquietar los tumbos externos y que por lo menos reine en el hogar presidencial la paz que no reina, por definición y por inflación, en ninguno de los hogares de la patria. Redactado y difundido por el útero gestante de la Unidad Médica Presidencial, el comunicado oficial del embarazo de la primera dama Fabiola Yáñez, pareja del presidente de la Nación Alberto Fernández, transforma en capítulo institucional un episodio inscripto en las vidas personales de los progenitores y sus afectos cercanos. ¿Por qué ese episodio y no otro? ¿Qué valor siguen teniendo las xaternidades (maternidades y paternidades) por encima de tantos otros momentos igual de fundamentales o incluso, mucho más movilizantes?

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Como mensaje público y como noticia orgánica, un embarazo remite a las tradiciones monárquicas, la ampliación de la progenie y la línea de sucesión. A la vez, es a menudo el único dato confirmado de la sexualidad del poder, a menos que la gestación haya dependido de métodos extra-catrera. Las prácticas sexuales dignas de ser registradas y diseminadas en partes médicos son aquellas prácticas no efímeras, ese sexo nunca ocasional que deja una constancia “superior”. En el país del aborto legal y la maternidad deseada, un embarazo de primera plana coincide con el estreno de Juan Manzur,  profeta y pro-feto acérrimo, como Jefe de Gabinete. No es que la acción comunicativa haya estado coordinada -o sí-: es que en temporada de cataclismos, todo aquello que remite a la raíz, la tradición, la “tranquilidad”, la apuesta al futuro y la preeminencia familiar ensancha la boca de la urna. Música de sonajero en días de alaridos.

Al asumir, Alberto Fernández llamó para bien la atención a partir de una inclusión ministerial que lo distancia todavía hoy de todes y cade une de sus antecesores en el sillón de Rivadavia. Vilma Ibarra, pareja del primer mandatario durante muchos años, es Secretaria Legal y Técnica de la Presidencia. En lugar de desconsiderar u ocultar esa presencia, en el gobierno una ex garantiza, acompaña y a propósito del aborto, mejora la gestión. Cuando gobiernan hombres -casi siempre – aún con hondas trayectorias políticas a cuestas, las ex abiertamente reconocidas no ocupan ni por asomo puestos importantes. He aquí una feliz excepción, una “mancha” bienvenida en la foto. En el pasado, el matrimonialismo pétreo excluyó cualquier otra escena que no fuese la de la libreta roja. Salvo, claro, durante las dos presidencias de Carlos Menem, con Zulema Yoma despedida de Olivos y las leyendas inagotables de mujeres amantes. Sin embargo, cuando soñó (y logró) la re-relección, el mismísimo caudillo riojano volvió a apostar a la falsa concordia del enlace legal y la consecuente paternidad con la presentadora chilena Cecilia Bolocco. 

Antes, durante y después de su presidencia, Mauricio Macri parece haber ideado con milimétrica precisión su masterplan familiarista. Desde su primer mandato en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, la relación del empresario con la empresaria Juliana Awada armó un correlato gubernamental de fuerte sincronía, un compás ineludible en el que un embarazo y un nacimiento -el de Antonia, su hija menor, el año de su relección como Jefe de Gobierno, 2011- son verdaderos hitos narrativos. Las postales macristas de lavanda y achicoria, días de sol y parsimonia reoxigenante, hicieron y hacen a su politicidad. Macri borró su pasado y las dos mujeres actuales de su vida emergen como las dos únicas. Tuvo que aparecer hace poco Graciela Alfano y compartir con el pueblo las anécdotas de sus tríos con el presidente de Boca y su íntimo amigo Nicolás Caputo para recordarle al electorado que la monogamia es nada más y nada menos que un artilugio electoralista. 

Tuvo que aparecer hace poco Graciela Alfano y compartir anécdotas de sus tríos con el presidente de Boca y su íntimo amigo Nicolás Caputo para recordarle al electorado que la monogamia es nada más y nada menos que un artilugio electoralista.

 Todo gobierno proyecta una idea de familia reinante y ningún gobierno argentino apostó hasta ahora a armar un tipo de familia reinante que no sea la que siempre reinó. Con la recuperación de la democracia y pese a su trabajo por garantizar la ley del divorcio, Raúl Alfonsín también sostuvo lo insostenible con su esposa María Lorenza Barreneche. Con la muerte de Néstor Kirchner en 2010, Cristina Fernández vistió de luto durante tres años; un trieno de negro total en su indumentaria que agudizó el tono cristiano del imaginario familiar imperante. Para la política local, si se rompe una familia, se cae un país. Pero si se arma o se rearma el núcleo duro, vuelve el orden. A la insistente proclama “Iglesia y Estado, asunto separado” (“divorciado” sería preferible), le falta este impulso destructor. Independientemente del subsidio al clero y más allá del artículo 2 de la Constitución Nacional, el rosario no sólo habita en los ovarios. Hay un cáliz, una hostia y un salmo en cada proyecto político. Mientras abundan las estadísticas sobre violencias intrafamiliares, de la familia nadie se mueve. Se dirá que -como con la policía federal o el poder judicial- se trata de sanear las instituciones, no de quemarlas. Pero Roma nunca fue mejor que una vez incendiada. 

FT

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