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En la neblina del ayer

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“Los síntomas llegaron de golpe, como la ola voraz que atrapa al niño en la costa apacible y lo arrastra hacia las profundidades del mar…”, comienza esa novela cuyas dos partes se anuncian como un disco. “Cara A: Vete de mí” y “Cara B: Me recordarás”. Las dos frases hacen referencia a una canción, igual que el título del libro, La neblina del ayer, una novela policial encabezada por la leyenda “La Habana, verano de 2003” y escrita por el cubano Leonardo Padura. Y es que en esa isla no es necesario decir mucho más. “Vete de mí”, esa canción donde la segunda estrofa dice “seré en tu vida lo mejor de la neblina del ayer, cuando me llegues a olvidar, como es mejor el verso aquel que no podemos recordar”, no puede ser olvidada.

Casi en el principio de Vete de mí (una de pasiones), un documental dirigido por Alberto Ponce en 1996, hay dos escenas paralelas. Una transcurre en una esquina de Buenos Aires, Lavalle y Florida, cerca del Richmond donde, en la década de 1940, los autores de la canción, aún adolescentes, habían escuchado a Bola de Nieve y no se habían atrevido a saludarlo. La otra fue filmada en la calle Coppelia, en La Habana. En ambas les entregaban a los transeúntes cartelitos con tres palabras: “vete de mí”. Y los que pasaban por allí decían lo que eso les sugería. En la escena porteña nadie sabía de qué se trataba. El único que parecía recordar era Leonardo Favio, en un cameo. “Un bolero, creo”, decía a cámara, sonriendo. En la calle cubana nadie dudaba. “Es un bolero de Bola de Nieve”, aseguraban todos; alguno cantaba algún fragmento y otro puntualizaba el nombre completo del artista, Ignacio Villa.

Bola de Nieve, el fundador y posiblemente único intérprete de esos boleros que, en tres minutos, como las enanas blancas, esas estrellas que en el tamaño de un planeta encierran la masa de un sol, concentraban radioteatros enteros, grabó “Vete de mí”, en 1960, incluyéndola en su disco de larga duración Este sí es Bola. “Tú”, decía, aislando esa primera palabra, para cantar luego, o, mejor, recitar cantando, al borde de la confesión, “que llenas todo de alegría y juventud, y ves fantasmas en la noche de trasluz”. Su voz se quebraba, apenas, en la palabra “fantasmas” y, luego, llegaba casi al llanto al decir “vete de mí”. El primer registro discográfico de la canción era de dos años antes. Daniel Riolobos, un argentino que estaba de gira por Cuba y que más adelante se radicó en México, abría con ella su LP Atardecer tropical con Daniel Riolobos, donde lo secundaba la orquesta de Fernando Mulens.

“¿No tienen un bolero?”, le había preguntado Riolobos al autor de la música, según él me contó hace años. “Sí, tenemos”, contestaba con picardía el compositor. “Y pensé en ese tango raro, que en algún momento le habíamos ofrecido a Roberto Yanés, y que era medio tango, medio canción romántica. Lo convertimos en bolero y se lo dimos. Riolobos se fue a Cuba y al poco tiempo me escribe una carta. ‘No sabés, esa canción aquí es un despelote’, leo. Y claro, pensé, cómo no va a ser un despelote. Se dieron cuenta de que no era un bolero. Después seguí leyendo. ‘La canción se convirtió en el himno de Cuba’”, le decía el cantante a Virgilio Expósito, que me contó la historia a comienzos de los 90s.

El padre, un niño expósito –de allí el apellido– y un adulto anarquista, amaba las letras clásicas y por eso puso a sus hijos el nombre que les puso. Homero, el mayor, fue uno de los grandes poetas del tango y creó piezas centrales del repertorio junto con varios de los principales músicos de ese género, entre ellos Héctor Stamponi (“Flor de lino” y “Qué me van a hablar de amor”), Aníbal Troilo (“Te llaman malevo”), Domingo Federico (“Percal”, “Yuyo verde”, “Tristezas de la calle Corrientes”, “Al compás del corazón”), Armando Pontier (“Trenzas”), Atilio Stampone (“Afiches”) y hasta Astor Piazzolla (“Pigmalión”). Virgilio, su hermano menor, empezó a componer con él cuando tenía 11 años. Luego dirigió orquestas de jazz y fue productor musical en Brasil.

Juntos fueron los autores de “Naranjo en flor” y “Maquillaje”, nada menos, y crearon grandes éxitos en otros géneros como su arreglo de “Pity Pity” para Billy Cafaro, “Eso”, grabada en 1960 por el trío uruguayo Los TNT –una anécdota inverificable asegura que fue como fruto de una apuesta, acerca de que podían componer un “éxito estúpido” en menos de diez minutos–, y “Vete de mí”, ese “tango raro” que convirtieron en bolero –y, sin saberlo, en cubano–, que Bola de Nieve hizo popular y que interpretaron, a lo largo de los años, Armando Manzanero, el Trío Los Panchos, El Cigala con Bebo Valdés, Caetano Veloso, Horacio Molina –como siempre, una de las versiones mejor cantadas– y, ya cerca de su muerte, el propio Virgilio en un disco extraordinario ideado y grabado por Litto Nebbia para su sello Melopea.

“Vete de mí”, como en el apellido que le habían puesto al padre, no había tenido hogar. Había estado en una y otra parte hasta que encontró albergue en el lugar menos pensado y en un género lejano. Y, aunque tuvo padres, los hermanos Virgilio y Homero, sus nombres, como el verso aquel que no pudo recordarse, fueron olvidados por casi todos.

DF/MF