SOY GORDA (ESEGÉ)

Otra práctica de humanidad

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Estoy volando a San Pablo para asistir a la 36° Bienal de Arte Contemporáneo y escucho la canción Sampa, de Caeano Veloso. Estoy tan ansiosa por llegar a Ibirapuera, donde hoy se inaugura el evento, como desembarcar en Ipiranga y Sao Joao, esa esquina que captura la esencia de la metrópoli. Alguma coisa acontece no meu coracao/ Que só quando cruza a Ipiranga e a avenida São João ... é que cuando cheguei por aquí eu nada entendí/ da dura poesía concreta de tuas esquinas/ da deseleganca discreta de tuas meninas, cantaba con su voz sensual e inconfundible un Caetano Veloso bahiano y mutante, al llegar muy joven y por primera vez a la ciudad industrial brasileña.  

“En una época en que los seres humanos parecen haber perdido contacto con lo que significa ser humano debemos afirmar el privilegio de imaginar otro mundo a través de otro concepto y práctica de humanidad”, dice el director del evento, Bonaventure Soh Bdjeng Ndikung, nacido en Camerún en 1977. Casi llegando al centro financiero del país de la Bienal, la más poblada de América, leo que las crisis actuales del planeta son el centro de la escena.

La poeta insumisa afrobrasileña Concepción Evaristo, nacida en Minas Gerais en 1946, ofrenda el verso de su poema, De calma y de silencio, que se convierte en el lema de la convocatoria: Nem todo viandante anda estradas, que significa No todo caminante anda caminos.

Una de las muchas maneras de conjugar la humanidad es reuniendo personas, creando colectivos, entrelazando abrazos, encontrando lo común en las diferencias y degustando la riqueza de la diversidad. La humanidad no es un sustantivo abstracto, sino un verbo y una práctica en encuentros, en palabras, en puentes, en cruces.

La metáfora del estuario, un sitio donde confluyen corrientes acuáticas diferentes, orienta el programa, inspirado en filosofías, mitologías y paisajes brasileños. Mezclar lo dulce con lo salado y reunir el Nuevo Mundo con los esclavizados y secuestrados.

La idea es bucear los mundos sumergidos, verse en el reflejo del otro, proponiendo una coexistencia más atenta a las necesidades colectivas. Reflexionar sobre la colonialidad, sus estructuras de poder y sus ramificaciones en las sociedades de hoy es uno de los desafíos que propone la Bienal.

 La programación es pública, global y con experiencias ampliadas, brasileñas e internacionales, tanto dentro como fuera del pabellón.La entrada es gratuita y permanecerá abierta hasta el próximo enero. Conjugaciones y Apariciones son una serie de debates, performances y activaciones de diversos orígenes territoriales. Lo que se busca es explorar cómo las instituciones, de distintas raíces, conjugan la noción de humanidad a través de sus prácticas cotidianas.

Mediante tecnología de realidad aumentada, fragmentos, extensiones y ecos de la constelación de obras de la Bienal se manifiestan en el Parque Ibirapuera y en lugares específicos del mundo, elegidos por los propios artistas, como las orillas del río Congo, la frontera entre México y los Estados Unidos, parques urbanos de Sampa o ciudades de África y Asia. Los visitantes ingresan por medio de una aplicación que crea una escena sensorial localizada y accesible.

Es una invitación a deliberar sobre el desmantelamiento de las asimetrías y a situar la alegría, la belleza y sus poéticas en el eje de las fuerzas gravitacionales. Los cambios ocurren todo el tiempo, lo que ayer fue centro se desplaza y pasa a la periferia, y a la inversa. Pero esos cambios no se compadecen con los tiempos de una vida. El movimiento gobierna el mundo, aunque apenas lo percibamos. Tal vez mirar el cielo estrellado y saber que no ha mutado desde la noche de los tiempos puede confundirnos. El firmamento, con sus astros errantes, es un testigo grandioso de lo mejor y lo peor de las criaturas vivientes.

Me llevo dos impresiones para este viaje, dos postales que me quedaron resonando de mis últimos días porteños: la de la obra Fridas, que acabo de ver en la sala Batato Barea del Centro Cultural Rojas y la de la lectura de La azotea, una pequeña novela de la escritora uruguaya Fernanda Trías, nacida hace 48 años y ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz.

A la pieza teatral escrita por Cristina Escofet la protagoniza la hermosa Ana Yovino, con codirección propia y de Mecha Fernández. La actriz escribe con su cuerpo ondulante el cosmos que construyó y habitó la pintora mexicana, con un lirismo disrruptivo que hace foco en el amor y el desamor que Kahlo atravesó. La puesta de luces y los cambios en el vestuario, a veces de colores brillantes y otras más cercanos al cromatismo natural de la tierra azteca y maya, realzan dramáticamente al personaje. Frida es una, aunque se pluraliza en la mujer bisexual que amó a Diego Rivera, la pintora descarada de los autorretratos con monos y loros, la comunista convencida, la que tuvo un accidente que le dañó el cuerpo y la que perdió un hijo desangrado antes de nacer.

Yovino celebra el legado de una Frida fresca y vital, plena de energía y deseo. El texto de Escofet nos acerca con palabras enjoyadas a esa mujer brava, inteligente y apasionada, que se convirtió en un ícono del feminismo y de la libertad.

En La azotea, Clara, su padre y su hija viven juntos con un canario, en un pequeño departamento. El peligro acecha, pero es complejo identificarlo, no se entiende si es real o imaginado. Se trata de una violencia agazapada, en ciernes, que se transmite en una prosa en primera persona, que entrecorta la respiración.

“Tal vez la Tierra sea redonda sólo para evitar que la gente vaya hasta el borde del mundo y salte al vacío”, elucubra la protagonista atrincherada en su vivienda y en el universo que se ha armado. Aunque los pensamientos de Clara surgen en avalancha, con la furia de un cataclismo, la azotea es la posibilidad de una salida de la opresión. “A veces hasta el propio pensamiento es una invasión, como mirarse desnuda al espejo: da más vergüenza que si nos viera otro”,

Una salida, un escape o una puerta de entrada a otra dimensión. Para eso creo que viajamos, leemos, miramos obras, escribimos. Para salir del vacío y del dolor, de la soledad y la desesperanza. Para acariciar, aunque sea en fragmentos, pedazos de belleza y hacerlos parte de nuestras vidas. Para digerir mejor el mundo brutal que nos tocó, para poder asimilarlo y gozarlo todo lo posible.

LH/MF