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QUÉ ESCUCHAR

Cuestiones de género

Milo J

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El fenómeno, hoy, es Milo J. No para su público, como lo revelan las inapelables cifras: 60.000 personas en un show gratuito en su Morón Natal, hace ya dos años; 10 millones de visitas para su video oficial de “Niño”, subido a YouTube hace cuatro semanas, entre muchos otros ejemplos posibles. El fenómeno es el de un artista de 18 años, que ha cantado con Silvio Rodríguez –y que, junto con él, dona los derechos a las Abuelas de Plaza de Mayo–, que toma a Mercedes Sosa como “objeto encontrado”, que en sus letras habla con naturalidad del vacío existencial y que acaba de publicar en las plataformas La vida era más corta, un disco indudablemente argentino, que va y vuelve con creatividad notable a eso que todavía se llama folklore. Y el asombro, claro, es el del público que, en principio, desprecia al trap, el género del que Milo J proviene y con cuyas reglas  entreteje una estética personal.

El trap ya no es lo que era, podría pensarse. O, más bien, que como otros géneros populares –algunos de ellos también despreciados por la inteligentsia, como el chamamé en los 50s y 60s del siglo pasado–, o como la naturaleza según una de las grandes frases de Jurassic Park, se abre camino. No es el primer dato. Las preguntas sobre el ser –y sobre la nada–, ausentes de la música popular argentina, a grandes rasgos, desde “Todo el día me pregunto” o “Informe de un día” de Manal o “De nada sirve” de Moris, reaparecen en Wos o en Ca7riel donde, por otro lado, abundan los arreglos que cruzan fronteras –la chacarera o la guitarra de Ricardo Mollo en uno; el tono jazzy en el otro– e incluso la auto ironía –“-Hashtag, que es eso? -Decí ‘tetas’”–. Y pensar que Milo J, en este último disco, hace folklore es una simplificación. Porque no se trata de una simple visita al parque temático de ese género –como aquel Julio Sosa canta folklore de 1962– sino de una verdadera re-creación, sorprendente, en todo caso, no solo para el mundo del trap y los cultores y herederos del free style sino, sobre todo, para el de las músicas de tradición rural argentina.

El uso de los silencios, esas pausas dramáticas que introduce entre las estrofas o entre las palabras de una canción, el uso de material “documental” –esa grabación casera de Mercedes Sosa o la estrofa de “Puente Pexoa”, aquel rasguido doble de Tránsito Cocomarola y Armando Nelli, aquí convertido en un lamento cargado de nostalgia que funciona como introducción a “Niño”–, las propias letras de Camilo Joaquín (de esos nombre provienen el Milo y la J) Villarruel y la fluidez con que la electrónica se integra a la composición resultan en transformaciones trascendentes para un género en el que, durante varias décadas, la única novedad había sido incorporar una cierta gestualidad rockera mientras se cantaba una chacarera.

La idea del “objeto encontrado” –ese objet trouvé de las vanguardias francesas– en el caso de Milo J es literal. La grabación cedida por la familia de Sosa de “Canción del jangadero”, de Jaime Dávalos –que ella jamás registró en estudio y no debe confundirse con “El jangadero”, de Ramón Ayala y Vicente Cidade, que fue uno de sus primeros éxitos– es, en efecto, algo encontrado (algo que, de alguna manera, había sido olvidado). Como lo es ese pedacito de “Puente Pexoa”, una canción que fue himno correntino a partir de la grabación del Trío de Cocomarola con el dúo Vera-Lucero, a fines de 1955, que entró tardiamente en el canon oficial del folklore –el del Noroeste– cuando la grabaron Los Trovadores del Norte, en 1963, pero luego fue relegada, como todo el Noreste, al lugar de los márgenes.

¿Debe gustarle Milo J a los progresistas de hoy? El Factor Silvio Rodríguez no es desdeñable en ese sentido. El hecho de que cante bien –también para el paradigma tradicional, tan diferente al del trap– es, obviamente, un argumento atendible. Pero lo fundamental está en la estructura, en los pequeños desplazamientos, en las texturas en las que el fondo, muchas veces electrónico, sumado a una percusión que remite al folklore pero no es folklórica, transmuta la figura, y en las letras, que son excelentes. O sea en la originalidad y el talento. Algo de su dicción y del sonido general (la producción), por otra parte, conserva un resto trapero. ¿Es demasiado para el paladar de algunos? Sobre eso, nada hay para decir. Sobre gustos, ya se sabe, es sobre lo único que se ha escrito a lo largo de los tiempos. Pero sigue siendo inútil. 

DF/MF

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