Opinión - Ensayo general

Wanda, un manifiesto contra la frialdad

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Hay días en que no quiero escribir nada que no parezca un poema. En realidad hay días en que creo que nadie debería escribir nada que no parezca un poema, y en ocasiones puedo llegar a creer esto por semanas enteras. Cuando una está pensando en poesía la sensación es que todas las cosas hablan de lo mismo, aunque no siempre sea fácil decir qué es eso mismo; y me pasó esta semana, pero creo que de verdad Nathalie Léger estaba hablando de lo mismo que yo. Tengo que reconstruir bien esta cadena de obsesiones porque es necesario que se entienda: Nathalie Léger es una escritora francesa a la que le encargan escribir una entrada de enciclopedia sobre Barbara Loden, una actriz y directora que en 1970 escribió, dirigió y protagonizó la que sería su primera y última película como autora, Wanda. La película pasó casi desapercibida en su momento pero se convirtió en un clásico de culto, y aunque en su momento —según Léger— las feministas la despreciaron por contar la historia de una mujer aparentemente privada de toda agencia, en la última década no solo se ha revalorizado el talento cinematográfico de Loden sino también la inteligencia, profundidad y sutileza con la que encaró la pregunta sobre una forma de ser mujer en un mundo. La cuestión es que Léger se obsesionó con Loden; llegó a viajar a los Estados Unidos para ver los paisajes que se ven en Wanda, a hurgar en archivos policiales, a insistirle más de lo conveniente al hijo de Barbara para que le abriera su archivo. Léger es consciente del absurdo de embarcarse en semejante investigación para escribir un párrafo (“necesito una reseña, no un autorretrato”, le dice en un momento su editor), y por eso parece escribir este libro que yo leí, Sobre Barbara Loden, traducido al español por Nathalie Greff-Santamaria y Horacio Maez para Chai Editora.

Digo que Nathalie Léger estaba pensando lo mismo que yo esta semana porque creo que su libro se trata entre otras cosas de tratar de hacer de una investigación un poema. No se trata solamente de que una reseña enciclopédica sea algo corto, sino de algo más estructural: cómo se cuenta una vida, cómo se cuenta una obra, si se puede contar una vida y obra sin producir en ese relato una vida y una obra. El editor de Léger tenía razón, lo que ella escribe es un autorretrato, y Léger parece preguntarse también, como ensayista, si es posible investigar algo hasta la obsesión sin producir de alguna manera un autorretrato: si es posible obsesionarse sin enamorarse, y si es posible enamorarse sin enamorarse de una misma. Lo curioso, o lo lógico, quizás, es que la historia de Loden es esta misma historia, la de una mujer que se obsesiona con la historia de otra porque encuentra en ella su propia historia aunque los hechos vitales no necesariamente coincidan (una historia de vida, parecen pensar Léger y Loden, no se trata de los hechos). Loden escribe Wanda a partir de algo que lee en un diario sobre una mujer que —descubrirá Léger después de mucho esfuerzo— se llamaba Alma y fue condenada a veinte años de prisión luego de un robo fallido en el que ella ni siquiera estuvo presente; el hombre que sí estaba ahí era un amante suyo que fue asesinado en la persecución. Alma había dejado a su marido y a sus hijos, pero no quedaba claro que los hubiera dejado por un hombre o más bien por nada; esa parece ser la parte que más le interesó a Loden, que antes de embarcarse en Wanda quiso llevar a la pantalla una novela de Kate Chopin sobre otra mujer que hizo exactamente eso mismo. Pero Léger subraya otra cosa, que parece haberle interesado tanto a ella como a Loden sobre esta tal Alma: aparentemente, cuando el juez la sentenció, Alma le dio las gracias. ¿Qué pasa por la cabeza de una mujer, se preguntan Léger y Loden, que agradece cuando la condenan a veinte años de prisión? ¿Qué tiene que haberle pasado? ¿Y por qué sienten, dos mujeres tan distintas que no vivieron nada de esto, que la historia de Alma es también la suya? ¿Por qué Léger se anima a aventurar incluso que es la historia de todas las mujeres?

Dos búsquedas entonces, dos búsquedas que compartieron Léger y Loden: por un lado, la pregunta por los límites de un género, de un lenguaje. El libro de Léger es evidentemente una pregunta por los límites de los géneros periodísticos y académicos, por hasta dónde puede una investigación volverse un poema, hasta dónde no sería eso más fiel a la verdad de lo que implica obsesionarse con algo. Es casi un manifiesto, yo pensaría, a favor de la pasión y en contra de la frialdad como una forma supuestamente más seria de producir conocimiento. En cuanto a Loden, no se puede creer que Wanda tenga medio siglo, es realmente difícil creerlo: la poesía que va a buscar Loden a la crudeza, en la imagen, en la actuación, en la estructura narrativa, llega a niveles de intensidad que estremecen. Es virtuoso cómo le saca la ropa al cine para mostrarnos algo que nunca vimos. Y no es un capricho estético, o más bien, no es una búsqueda autoral que parezca exceder a la obra, que parezca pararse delante de la obra: es lo que el material le pide a Loden, es un lugar al que ella llega investigando su tema, es la única forma en que podía contarse esa historia, porque es la historia de una mujer sin tema, de una mujer sin repertorio. Contando la historia de una mujer sin motivaciones Loden desarma una forma de contar y de actuar demasiado atada a las motivaciones, demasiado atada al sentido; un lenguaje más estilizado solo vendría a explicar eso que Loden no quiere explicar porque no quiere entender, solo quiere habitar. Esa es la segunda búsqueda: la pregunta por la pasividad, por el qué significa ir por el mundo amoldándose a los deseos y a los acontecimientos sin imponer una voluntad, pero no haciendo por eso lo que hay que hacer sino aparentemente lo contrario, siguiendo un deseo - oculto y sin sentido- de solamente fluir. Léger dice que a las feministas de la segunda ola les molestó justamente que Wanda se tratara de eso: no les habría molestado la historia de una muer que rompe con su rol de esposa y madre porque tiene un deseo desenfrenado, porque tiene un objetivo. Les molestó, al menos en el relato de Léger, que todo parece hacerlo porque sí, movida por una necesidad de acomodarse a mareas diversas. Entiendo perfectamente por qué a Loden y a Léger les parece fascinante esto: a mí también me fascina. Me gusta, también, la paradoja de dos mujeres que investigaron con hambre, enamoradas de una mujer cuya particularidad parece ser justamente la de no tener hambre. Me gusta que se vean reflejadas, sin embargo, en ella; que vean en ella a la vez un deseo y una pesadilla.

Y hay una relación, de alguna manera, en estas dos búsquedas, la de los límites de los géneros y la de la pregunta por la pasividad: o yo la encuentro, en este fastidio que me dio esta semana pensar en escribir cosas que no se parezcan a poemas, que no sean blandas, que entren en mis estructuras lingüísticas, sociales y laborales. Qué difícil sostener la prosa, en la escritura y en la vida, cuando una desearía disolverse en la poesía y olvidarse del suelo para siempre. Es una lucha que habla de la femineidad, pero que no es solo femenina. Es la parte de la femineidad que habla de lo humano. Una mujer obsesionándose con otra mujer obsesionándose con una mujer a la que nada la obsesiona, nada la turba, nada la espanta. Son dos tesoros irreconciliables, y los queremos a los dos, la capacidad de obsesionarse con algo hasta la locura y la de no necesitar absolutamente nada, hasta la locura.

TT