La LXVI Cumbre de Presidentes del Mercosur ya comenzó este miércoles en Buenos Aires con una agenda centrada en la apertura comercial y la profundización de la integración regional. Pero el clima que rodea al encuentro dista de ser armónico. El presidente Javier Milei será anfitrión formal este jueves de sus pares del bloque en el Palacio San Martín, en un contexto atravesado por tensiones diplomáticas, una relación fría con Brasil y un condimento extra: la posible visita de Luiz Inácio Lula da Silva a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, autorizada por la Justicia para recibirlo en su departamento de Constitución, donde cumple prisión domiciliaria.
El eventual reencuentro entre Lula y Cristina —aún sin horario confirmado— amenaza con opacar el foro regional y devolverle centralidad a la líder del peronismo en un momento en que el gobierno libertario busca capitalizar el cierre de su presidencia pro tempore con un mensaje aperturista y de reformas. “El Mercosur debe ser una plataforma para integrarnos al mundo, no un corset ideológico”, sostienen cerca del canciller Gerardo Werthein.
Durante el año que Argentina estuvo al frente del bloque, el gobierno de Milei bajó el tono a sus críticas más duras y optó por una estrategia más pragmática. Las amenazas de ruptura, que marcaron sus primeros meses de gestión, fueron descartadas, y las menciones públicas a Lula se redujeron. Aunque la relación entre ambos presidentes sigue siendo hostil —no habrá reunión bilateral y no está prevista una conversación formal durante la cumbre—, el vínculo institucional con Brasil, principal socio comercial de la Argentina, se mantuvo activo en áreas estratégicas como la energía. El gobierno argentino apuesta, por ejemplo, a abastecer el polo industrial de San Pablo con gas natural de Vaca Muerta, un plan que requiere cooperación fluida con el país vecino.
Pero la decisión de moderar el discurso también respondió a razones internas: el retiro del Mercosur implicaría costos institucionales que exceden al Poder Ejecutivo. La salida del bloque requiere aprobación legislativa y un consenso político que hoy no existe. Aun así, el Gobierno mantuvo gestos simbólicos de desapego, como el recorte de fondos al Parlamento del Mercosur y al Instituto de Derechos Humanos del bloque, una señal que generó malestar entre otros miembros pero que Milei justificó bajo el argumento de austeridad.
En cambio, la apuesta fuerte estuvo en la agenda de libre comercio. Este miércoles se oficializó la conclusión del tratado con la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), conformada por Suiza, Noruega, Islandia y Liechtenstein, un hito que el Gobierno presentó como un ejemplo del nuevo perfil que busca para el bloque.
“La creación de un área de libre comercio de casi 300 millones de personas, con un PBI combinado de 4,3 billones de dólares, es una señal clara de hacia dónde queremos ir”, destacó Werthein en una conferencia de prensa con formato atípico: los diplomáticos hablaban desde una sala mientras los periodistas los seguían por Zoom desde otro salón del mismo edificio. En ese contexto, el canciller argentino prometió “ayudar” a las empresas nacionales a aprovechar los beneficios del acuerdo, aunque aclaró: “No somos un Estado que intervenga en la vida de las empresas”. Y aprovechó para despejar rumores: “El dólar en el país es libre, las decisiones las toma el mercado”, dijo ante una consulta sobre una eventual devaluación.
Primera jornada
El anuncio llegó tras una intensa jornada de reuniones que comenzó temprano con el encuentro de ministros de Economía y presidentes de Bancos Centrales de los cinco países miembro (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia). “El tema de este año son los impactos de las políticas fiscales sobre el equilibrio macroeconómico”, explicó Santiago Bausili, titular del Banco Central. Luis Caputo fue el anfitrión del encuentro, del que participaron sus pares Fernando Haddad (Brasil), Carlos Fernández Valdovinos (Paraguay) y Gabriel Oddone (Uruguay).
A media mañana, los cancilleres se encontraron en el Consejo del Mercado Común, donde se selló el acuerdo con EFTA y se realizaron los saludos protocolares. Aunque el gesto más observado fue el intercambio frío y distante entre Werthein y su par brasileño Mauro Vieira, quien evitó toda referencia a la visita de Lula a Cristina. “Estamos prontos para acelerar al máximo el proceso de ratificación”, dijo Vieira sobre el acuerdo, en alusión a la próxima presidencia pro tempore de Brasil, que comenzará tras el encuentro de este jueves.
La agenda continuó por la tarde con reuniones entre cancilleres y delegaciones de estados asociados —Chile, Panamá, Perú, Colombia, Ecuador, entre otros— y representantes de organismos financieros internacionales. Además del acuerdo con EFTA y el demorado pacto con la Unión Europea (UE), el Gobierno espera avanzar con El Salvador, mientras Brasil prioriza Japón y Panamá busca cerrar un entendimiento durante la visita de su presidente José Raúl Mulino.
En el caso del tratado con la UE, los países del bloque empujan con distintos intereses. Para Paraguay y Uruguay representa una vía para flexibilizar condiciones comerciales que consideran demasiado rígidas. Lula, en cambio, lo interpreta como un hito clave para reforzar la posición de Brasil en el nuevo escenario multipolar, en el que también busca mayor protagonismo a través de los BRICS. Milei, por su parte, valora el acuerdo desde una lógica aperturista, aunque su mirada sigue puesta en un vínculo más estrecho con Estados Unidos, hoy aún lejano en términos de un tratado formal.
Mientras tanto, este jueves la política doméstica volverá a filtrarse en los márgenes del encuentro regional, desdibujando el guion original de la cumbre. El riesgo para el Gobierno es que la imagen que termine sintetizando el evento no sea la de la integración comercial ni la del consenso diplomático, sino la de un líder sudamericano cruzando la puerta de un departamento para abrazar a una expresidenta presa.
PL/JJD