Opinión

Puan, trending topic

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Todo empezó y terminó en Puan, o: la casa de estudios terminó en trending topic. Es que, más allá y más acá de lo que podría llamarse un escándalo, un “cacareo” mediático o una denuncia política, lo que se puso en escena en el episodio de las vacunas entre Beatriz Sarlo y Soledad Quereilhac es una historia universitaria que se vuelve (o que muestra su cara) política. La política de la crítica o la crítica de la política. La tensión entre intelectuales y política, tantas veces revisitada por el ensayismo nacional (y muy especialmente por la propia Beatriz Sarlo, en brillantes intervenciones), se hace carne ahora en el más sucio de los barros, el de Twitter y los programas de cable.

No mucha gente conoce los meandros de la vida académica, sus miserias y sus bajezas. Pero, se sabe, las universidades son un hervidero, y eso a pesar de que, o precisamente porque, sus protagonistas son personajes de alta talla intelectual. Podría creerse que en la universidad se discuten ideas, pero en verdad lo que más circula son afectos, y generalmente los menos elevados: vanidad, inseguridad, competencia, sumisión, despotismo. Y también circulan, se producen y se reproducen relaciones de poder, que suelen adoptar la forma del amor y el odio. Tanto es así que habría que pensar si las ideas –y, hay que decirlo, en Puan circulan muchas ideas, y muy buenas– no son, en última instancia, el producto azaroso de esos afectos encontrados. Muchas novelas lo muestran: la “literatura de campus” es un género en sí mismo, y está plagada de relatos de humillación y competencia, de admiración y traición, desde Scott Fitzgerald hasta David Lodge, pasando por Zadie Smith y Pola Oloixarac. Quereilhac, crítica literaria, dijo en una entrevista que “la literatura jamás es ajena a la historia, la ideología habla a través de las formas literarias”. No es forzado decir que en este caso, de manera inversa, la historia parece hablar en un lenguaje literario.

Visto desde esta perspectiva, hay que reconocer que todos sentimos un tufo a traición en los intercambios y las respuestas cruzadas entre Beatriz y Soledad. Si esta última, a través de su editor y en su propio descargo, ve en Sarlo “uno de los exponentes máximos del campo intelectual”, “autora de libros claves para la sociología literaria y la crítica intelectual” “de indiscutido reconocimiento”, esta alude a Quereilhac como una exalumna, como una ayudante de primera que ingresó a su cátedra cuando ella estaba a punto de irse, una muchacha muy joven e inteligente. Soledad Quereilhac es, ciertamente, muy inteligente. Es investigadora y docente, experta en literatura fantástica. Escribió libros y artículos sobre literatura, ciencia y ocultismo a principios de siglo. Si no es traición, porque esa no es la palabra justa, es innegable que, al menos en el plano del relato (no conocemos los hechos), esta es la historia de un vínculo intelectual herido. 

Y aquí es donde aparece el horizonte de lo político. Porque ni Beatriz Sarlo es ya solamente una catedrática y ensayista reconocida; ni Soledad Quereilhac es solamente una joven docente, investigadora y lectora de Sarlo. El horizonte de lo político se hace carne desde el momento en que el objeto en cuestión –el ofrecimiento de una vacuna a Beatriz Sarlo, de manera excepcional y con fines de propaganda– se instala de lleno en el campo de los debates sobre lo común. Y desde el momento en que las protagonistas de esta historia, Sarlo y Quereilhac, ya no transitan ingenuamente, con libros y café en mano, las rampas de Puan en discusiones acaloradas sobre un autor o una teoría sino que recorren otros territorios, se internan en otras zonas, se sumergen en otro pantanal. Quereilhac es la mujer del gobernador de Buenos Aires y Sarlo es una intelectual pública. Sus voces y sus gestos tienen sentidos políticos: generan alineamientos y rupturas, instalan clivajes, lanzan preguntas sobre lo público.

Por ejemplo: qué se hace, en el marco de una pandemia, con ese bien pequeño, casi invisible, que es una vacuna, capaz de salvar vidas y al mismo tiempo objeto de desconfianza y de campañas de desprestigio. En sus declaraciones, Sarlo inscribe el episodio de la campaña en una “zona de corrupción institucional” en la administración de las vacunas, porque considera que, aunque la presunta campaña publicitaria hubiera sido pública, y aunque esa campaña fuera ciertamente necesaria para concientizar, algo sucedía “por debajo de la mesa”, es decir, como un “toma y daca” (así lo explicita en su declaración). Lo común como bien de cambio, como instrumento de favores cruzados. Tanto el gobernador como su mujer se abocaron a desarmar ese argumento: no fue por debajo de la mesa, y Sarlo –experta lectora y eximia oradora– usó esa expresión equívoca en el espacio salvaje de la inmediatez televisiva. Su participación mediática es una intervención política. 

Intelectual que opera bajo el supuesto de la “superstición política”, como la llamó Alberto Giordano, Sarlo considera que su práctica crítica es una práctica ética, una práctica que piensa los artefactos culturales y políticos en el marco de un espacio público democrático asediado por la lógica neoliberal. Y la clave parece ser, en este episodio, precisamente la definición de lo público: qué es lo común, quién tiene derecho a servirse de lo que es de todos, quién puede o debe administrarlo y bajo qué criterio. Y también: ¿cuál es el terreno en el que esta discusión debe tener lugar? ¿Qué implicancias tiene que la palabra política circule por Twitter, por medios nacionales, por paneles televisivos, de la justicia a los medios y de los medios a las redes? Sobre este punto también la crítica tiene mucho para pensar, para que Puan sea más que un trending topic.