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Candelaria Schamun, historia de una mutilación sin feminismos

Candelaria Schamun, es intersex, fue sometida a cuatro operaciones para que fuera "normal". Lo cuenta en su libro "Ese que fui".

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Mamá pensaba que, si el caso llegaba al escritorio de José de Zer, ese periodista de Canal 9 que en la década del ´80 perseguía fenómenos, nos tocaría el timbre con la cámara encendida y revelaría el secreto familiar. Mamá murió sin poder hablar del “caso” que la atormentó gran parte de su vida. 

Durante veintiún años seguí las mismas recetas: guardé silencio. Hasta que, el 12 de octubre de 2019 en el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales pude romper con el mandato y liberarme. Por primera vez conté delante de más de cien personas, en el taller de Intersexualidad “el caso”. Esa fecha la recuerdo como quien celebra un aniversario, un punto de quiebre, por primera vez mi “caso” dejó de ser para mi una atrocidad y se convirtió definitivamente en un propósito de vida.  

Y lo cuento así: soy Candelaria  Schamun, tengo 42 años, nací en La Plata, soy periodista, escritora, lesbiana e intersex, autora de Ese que fui, expediente de una rebelión corporal (Editorial Sudamericana, Penguin Random House).

A los diecisiete años encontré en uno de los cajones del escritorio de papá una carpeta verde, rotulada con una etiqueta que decía: María Candelaria Salud. Adentro había estudios clínicos, fichas médicas, placas de mano y una partida de nacimiento de Esteban Schamun, 5/10/1981. El mismo día y año en que yo nací. Además, había un resumen de la historia clínica: varón sin testículos descendidos. 

En 1998, con diecisiete años, el feminismo no estaba en las escuelas ni en nuestras vidas. Entonces repetí el mismo mandato construído de generación en generación: “el silencio es salud”. Durante años me acompañó una vergüenza espantosa, me creía un monstruo, un ser indecible. 

Nací con hiperplasia suprarrenal congénita, perdedora de sal. Esa condición de salud modificó la apariencia de mis genitales externos: el clítoris era “más grande” que los estándares médicos y entonces lo confundieron con un pene. Al mes de vida comencé a vomitar toda la leche materna, perdí peso y me deshidraté en cuestión de horas. Ante la gravedad de la situación, mamá me llevó de urgencia al hospital. Me estabilizaron y descubrieron que en realidad era una niña. Entonces, por orden médica, comenzaron a “normalizar” mi cuerpo para que se adaptara a los patrones médicos femeninos. A los tres meses me mutilaron el clítoris, luego siguieron tres cirugías más. La última fue en mi adolescencia. Ninguna fue bajo mi consentimiento. Como consecuencia de las intervenciones perdí sensibilidad en mis genitales y aún continúo en shock post traumático. Durante años, debido a una mala praxis, padecí de incontinencia urinaria y de dolores innecesarios. Las rutinas de mi infancia y adolescencia incluían controles periódicos, visitas recurrentes a la endocrinóloga y extracciones de sangre. El silencio médico era total. 

Si no guardo el mismo miedo que persiguió a mamá, y si los José de Zer dejaron de ser un fantasma o la representación de la vergüenza, es por el feminismo como espacio de liberación

Si no guardo el mismo miedo que persiguió a mamá,  y si los José de Zer dejaron de ser un fantasma o la representación de la vergüenza, es por el feminismo como espacio de liberación, de ampliación de derechos, de encontrarnos en otras historias. Mamá transitó su vida sin las conquistas del movimiento y no tuvo los espacios amorosos para poder liberarse. 

En 2019, veintiún años después de haber encontrado la carpeta verde, me propuse investigar mi propia vida. Y lo hice con las herramientas que aprendí como cronista de policiales. Puse al servicio el oficio de periodista para llegar a la verdad. 

Para ello entrevisté a primos, tíos, hermanos, ex parejas, revisé minuciosamente los álbumes de fotos familiares, las historias clínicas, recuperé de los viejos archivos de tribunales el expediente judicial de Esteban, mi propio expediente. Me costó años asumir la identidad que intentaron borrar, pero ahora digo con orgullo que soy Candelaria y también soy Esteban. Y si lo cuento, y si me expongo es para dejar testimonio, para interpelar a los cirujanos, a los médicos, para que dejen de mutilar bebés intersexuales. Quisiera que el texto recorra universidades, claustros académicos, que se edite en otros países, que sea el guión de una película, que a partir de nuestras historias se puedan construir otros relatos, que la mirada sobre nuestros cuerpos sean respetuosas, que las diversidades sean un valor y no malformaciones como nos nombraron durante nuestras infancias y adolescencias. En Argentina una de las principales deudas del Estado es el tratamiento legislativo y la aprobación de la Ley de Protección Integral de las Características Sexuales, herramienta necesaria para poner fin a las violaciones en los Derechos Humanos de las personas intersexuales.

Ese que fui es un texto autobiográfico y es también una forma de resignificar mi cuerpo, mi identidad de una manera colectiva y política. Además es el testimonio de una mujer adulta que fue mutilada para encajar en las formas binarias varón/mujer. Las intervenciones que me hicieron fueron estéticas, ninguna guardaba urgencia de vida. Las cirugías que llevo en mi cuerpo son el resultado de una sociedad sin feminismo. 

Antes de asumir el compromiso de escribir este libro, me refugié en pseudónimos, en textos en tercera persona. Hasta que entendí que debía echar luz, que ya era momento de salir (una vez más) del clóset, por mi y por la memoria de mamá. En los cuatro años que me llevó este libro escribí y reescribí, exorcisé muchísimas broncas. La última versión es un texto amoroso,  la reconstrucción de mi vida con los retazos de memoria de todos mis familiares: un texto colectivo. 

Las intervenciones que me hicieron fueron estéticas, ninguna guardaba urgencia de vida. Las cirugías que llevo en mi cuerpo son el resultado de una sociedad sin feminismo

En los años de escritura me acompañó una pregunta frecuente: ¿a quién le va a importar mi historia? Ahora tengo una respuesta aproximada. Sin darme cuenta, Ese que fui liberó a muchos de los que guardaban el secreto. Me reencontré con amigas de la adolescencia a las que nunca les pude contar lo que estaba pasando, y pudieron al menos entender algunos de mis comportamientos o el origen de mi alejamiento. Pude hablar por primera vez con ex parejas y contarles la verdad. Recibí mensajes de personas que pasaron por situaciones similares y al leer el libro se sintieron por primera vez reflejadas en otras vivencias. 

Una particularidad de las infancias intersex es que fuimos criados creyendo que no había otros con las mismas vivencias. Creer que una estás sola es abrumador, no tener un par para charlar por momentos resulta insoportable. Ahora que lo escribo, que lo cuento en radios, que mis amigos saben más de mi, que leo en titulares de entrevistas que me hicieron (“Nació intersexual y narra cómo la mutilaron para que fuera ”normal“, ”Con el feminismo y la ESI pude saber que mi cuerpo era diferente“), siento un profundo orgullo. Este libro lo pude escribir porque fui acompañada por un marco socio-cultural propicio para producir una narrativa de género inclusiva y modelo a nivel mundial. 

Desde que pude hablar encontré pares, organizaciones intersexuales que luchan para que las generaciones futuras no padezcan las vejaciones por las que tuvimos que pasar. Una de ellas es Potencia Intersex, que está constituida por activistas de todo el país y de la región. Trabajan todos los días para que se dejen de realizar intervenciones para ‘normalizar’ los cuerpos de las personas intersex, con el solo fin de que encajen dentro de los conceptos binarios de cuerpo masculino o femenino. Desde Potencia amplifican las voces, dan marco social y político a la causa. Dan talleres en todo el país y apoyo a personas que aún no han podido salir de la opresión. Es importante saber que la intersexualidad no es una enfermedad, tampoco define el género: una persona intersex puede ser hetero, gay, lesbiana, trans, bisexual o asexual, y puede identificarse como mujer, hombre, ambas o ninguna. 

El año pasado mi sobrina tuvo que elegir un libro para hacer un trabajo práctico para la escuela. Supe que llevó al aula Ese que fui. Y fue el mayor reconocimiento de mi vida. Este libro está dedicado a mis sobrinos, a mis hermanos que por mi situación de salud vieron interrumpida gran parte de su niñez. Es un reconocimiento a mis padres que hicieron todo lo que estuvo a su alcance para darme una infancia feliz (y lo lograron). Porque, pese a todas las situaciones dolorosas, fui feliz. Y ahora entiendo que, sin justificarlos, ellos guardaron silencio para protegerse o pusieron en práctica lo aprendido. 

La primera vez que escuché la palabra feminismo fue en 2008 en la redacción del diario Crítica de la Argentina. La periodista, escritora y amiga Luciana Peker todos los días peleaba para que se publicaran notas sobre violencia de género. En ella encontré mi primer refugio para poder hablar sobre ese “caso” que me atormentaba. Una noche, a la salida del diario sobre la calle Maipú, salí del closet: fue Luciana la primera persona que supo que era lesbiana. Y me acompañó, como acompañó a tantas a salir de la oscuridad y a conquistar derechos. 

Ahora que estamos en un momento regresivo, en donde el feminismo es acusado como el responsable de todos los males de la sociedad, es momento de redoblar la apuesta como respuesta contracultural. 

Este 8 de marzo, una de las grandes referentes del movimiento, no estará en las calles argentinas. En los últimos meses Luciana fue perseguida, amenazada y hostigada en redes, ya sin libertad para escribir en Argentina y para resguardar su integridad física tuvo que emigrar a España. Es por ella, es por todas las que fuimos, por las generaciones que vienen, por las que fueron víctimas de femicidios, por las que siguen oprimidas, que volvemos a salir a las calles a cuidar nuestras conquistas y pelear por lo que falta. 

En palabras de Luciana: “Lo que hay que lograr es que las mujeres estén enteras, que no nos quiebren, que no nos dejen solas y que tanto los organismos internacionales y los países que se consideran democráticos, como la cooperación feminista puedan respaldar y colaborar para que la palabra de las mujeres y de la diversidad sexual no vuelva a quedar silenciada y castigada por haber hablado”. 

CS/MG

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