Astronomía

Cada año la Luna se separa un poco más de la Tierra y hace que los días sean más largos

Héctor Farrés

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El ciclo de 24 horas que organiza la vida en el planeta no tiene un origen arbitrario, sino que procede de la rotación de la Tierra sobre sí misma y del modo en que esa rotación ha ido evolucionando con el tiempo. La duración de un día no ha sido siempre igual, porque depende de la relación gravitatoria entre la Tierra y la Luna.

Este equilibrio se mantiene gracias al intercambio constante de energía y momento que producen las mareas, y su efecto directo es la regulación del tiempo que tarda nuestro planeta en completar una vuelta completa. Ese proceso explica por qué hoy el día tiene 24 horas y también permite comprender cómo podría alargarse en el futuro.

El satélite se aleja poco a poco y modifica la velocidad de la Tierra

Stephen DiKerby, investigador de la Universidad Estatal de Míchigan, explicó en The Conversation que “la Luna se está alejando 3,8 centímetros de la Tierra cada año”. Esta variación tan pequeña solo puede comprobarse con mediciones muy exactas que los científicos logran al rebotar rayos láser sobre espejos colocados en la superficie lunar por astronautas y sondas. El tiempo que tarda la luz en regresar determina con precisión la distancia y confirma que la órbita del satélite crece lentamente.

Ese alejamiento está vinculado a un fenómeno visible cada día en las costas: las mareas. La atracción gravitatoria de la Luna genera dos abultamientos de agua en los océanos, uno orientado hacia ella y otro en dirección contraria. La rotación terrestre hace que esos abultamientos se adelanten ligeramente, lo que provoca una tracción hacia adelante sobre el satélite.

Tal y como señaló DiKerby en el mismo medio, “estas protuberancias líquidas no están exactamente alineadas con la Luna, se adelantan un poco porque la Tierra las arrastra al girar”. Ese desfase actúa como un impulso que aumenta la velocidad lunar y amplía gradualmente su órbita.

La consecuencia de este intercambio es doble. La Luna gana impulso mientras la Tierra pierde velocidad de rotación. De esa forma, el satélite se aleja unos centímetros cada año y, en paralelo, los días en la Tierra se alargan de manera imperceptible en la escala de una vida humana. Los cálculos muestran que incluso con ese ritmo mínimo, el efecto se acumula con el paso de millones de años.

La historia geológica lo demuestra. El análisis de conchas fósiles ha permitido comprobar que hace 70 millones de años, cerca del final de la era de los dinosaurios, un día terrestre duraba 23,5 horas. Esa cifra coincide con lo que predicen los modelos astronómicos basados en la dinámica de las mareas. La comparación con el presente refleja cómo la duración del día ha aumentado de forma constante a lo largo del tiempo.

El futuro apunta a un acoplamiento total que nunca llegará a cumplirse

Los investigadores también se plantean qué ocurrirá en el futuro. Las proyecciones apuntan a que dentro de decenas de miles de millones de años la rotación terrestre podría frenarse hasta quedar sincronizada con la órbita de la Luna. En ese caso, ambos mostrarían siempre la misma cara el uno al otro, un estado de acoplamiento gravitatorio. Sin embargo, el destino del sistema quedará truncado antes de que eso suceda, porque el Sol se transformará en una gigante roja y destruirá tanto la Tierra como su satélite.

El ritmo actual de alejamiento de la Luna, equivalente a 1,5 pulgadas al año - poco menos de 4 cm - sobre una distancia de 384.000 kilómetros, representa apenas una fracción mínima que no afecta de forma perceptible a la vida cotidiana. El propio DiKerby subrayó en The Conversation que “seguiremos teniendo eclipses, mareas y días de 24 horas durante millones de años”. A efectos prácticos, ese equilibrio seguirá marcando la experiencia humana mucho tiempo antes de que se produzcan cambios visibles.

La explicación de por qué un día dura 24 horas, por tanto, se encuentra en la interacción entre la Tierra y la Luna, una relación que modela la rotación de nuestro planeta y que, aunque casi imperceptible en cada generación, nunca se detiene. Y basta pensar que ese reloj natural seguirá moviéndose incluso cuando ya nadie esté aquí para contarlo.