Rosa Roisinblit es la vicepresidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo y hoy cumple 103 años

Es el 8 de septiembre de 2016 y Rosa Roisinblit, de 96 años, está en la puerta de los tribunales de San Martín junto a su nieta Mariana Eva y a Guillermo, su otro nieto, el que recuperó cuando él tenía 21 años. En ese día soleado celebra que, casi cuatro décadas después, consiguió la primera condena para Rubens Omar Graffigna, el ex jefe de la Fuerza Aérea y encargado de la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA), un centro clandestino de detención donde estuvo secuestrada su hija Patricia Julia Roisinblit y su yerno, José Manuel Pérez Rojo.

Le costó llegar hasta allá: recorrió comisarías, juzgados, cárceles, viajó a convenciones internacionales. Le costó llegar hasta allá: camina con dificultad. En ese día soleado Rosa celebra y, también, llora: aún no encontró a su hija secuestrada en octubre de 1978, cuando estaba embarazada de 8 meses.

“Verla llorando, conmovida. Fue como abrir una válvula y que salieran un montón de años de dolor. Para ella fue el último esfuerzo, lo último que le faltaba. Es muy difícil ver a mi abuela quebrada, pero ese día lloró. Después de ese juicio, ya empezó a usar la silla de ruedas, mermaron sus fuerzas”, recuerda Guillermo Pérez Roisinblit, hijo de Patricia y José, que restituyó su identidad en el año 2000. 

Hoy, 15 de agosto de 2022, esa mujer de contextura pequeña, cabello dorado, labios y uñas pintadas, cumple 103 años. Es la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo y recuperó 130 nietos y nietas. Se unió a la organización después de la desaparición de su hija. “Algún murmullo me llegó a la cabeza de que había un tal Marshall Mayer, que era el director de una sinagoga. Un norteamericano que se creía que por ser norteamericano no le iban a hacer nada”, le contó Rosa a esta cronista años atrás. En esos días encontró al rabino de la Congregación Bet El de la Ciudad de Buenos Aires que le pasó el dato de alguien de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, que a su vez le pasó el dato de alguien del Centro de Estudios Legales y Sociales, que le pasó el dato de otras mujeres que buscaban a sus hijas, hijos, nietas y nietos.

Estela de Carlotto recuerda con claridad ese día: “La primera vez que la vi, fue en la casa de uno de los abogados que trabajan con el Dr. Mignone, ellos nos ayudaban con la parte jurídica. Estábamos reunidos para planificar seguramente algo, cuando llegó Rosa muy mal, llorando y diciendo que quería encontrar a su hija. Era desesperación por la hija”. 

Patricia era su única hija y Rosa estuvo en reposo toda la gestación. Tenía 32 años y había sufrido un aborto espontáneo en el embarazo anterior. “A mi hija se le ocurrió ponerse de nalga y el médico me dijo que si quería finalizar el embarazo que me quede en la cama. Y yo me quedé nueve meses en la cama. Cuando ya estuve de nueve meses, ya no había riesgo. A los nueve meses, ya podía nacer”, recordó Rosa.

Patricia había estudiado Medicina en la Universidad de Buenos Aires y militado en el área de Sanidad de Montoneros. En octubre de 1978, un grupo de tareas de la Fuerza Armada la secuestró de su casa. También se llevaron a su marido, José Manuel Pérez Rojo, de 25 años, que estaba trabajando.  Ella tenía 26 y un embarazo de ocho meses. Ese día, estaba con su hija Mariana Eva, de quince meses. También se la llevaron. 

Horas más tarde, a las diez de la noche, el grupo de tareas dejó a Mariana Eva en la casa de un primo paterno. Patricia sacó la cabeza por la ventanilla del auto y le dijo al joven: “Por favor, recíbanme a la nena que nos secuestran”. 38 años después, Mariana Eva reconstruirá la escena en el juicio: “El primer intento fracasó, porque fueron a dejarme a la casa de mi abuela Argentina, pero no estaba. Me llevaron a lo de su hermana. Estaba mi primo que me contó que le sorprendió la magnitud del operativo. Los hombres le preguntaron si me reconocía y dijo que sí, que me dejaran con él. Mi prima me recuerda corriendo alrededor de un sofá y llorando a los gritos: ‘Llamen a mi papá’”.

Desde ese día, Rosa buscó activamente a su hija, a su yerno y al bebé que estaba por nacer. “Pasó el tiempo hasta que alguien me trajo la noticia de que fue llevada a la Escuela de Mecánica de la Armada, pero al sólo efecto de tener ahí su hijo. Ella tuvo el parto ahí, después la llevaron de nuevo al sitio en el que estaba secuestrada: RIBA, una casa quinta en Morón que fue un centro clandestino. Las compañeras le decían: ´Pedí quedarte ahí, hay posibilidades de salir’. Ella no quiso porque quería llevar al hijo para que el marido lo viera, él se había quedado”, recordó Rosa. En RIBA, mientras estaba embarazada, Patricia permaneció atada a las patas de un escritorio con los ojos vendados. En ese mismo lugar, torturaron a su marido.

En el año 2000, Mariana Eva, que trabajaba en Abuelas de Plaza de Mayo, recibió un llamado anónimo con datos sobre su hermano. Había sido apropiado por el ex personal civil de inteligencia Francisco Gómez y su esposa Teodora Jofré. Ella lo buscó, él se hizo el ADN y el 2 de junio llegó la confirmación desde Seattle, Estados Unidos. Cuando recibió la noticia, Rosa estaba en Boston, donde le habían entregado un Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Massachussets. 

“Mi abuela podría haberse quedado en su casa llorando la desaparición de su única hija. Sin embargo, hizo un camino larguísimo, mientras estaba buscándome a mí, se encontraron 67 nietos. Hay cierto mito construído sobre ella que es seria, mala, secota, fría y distante y no es así. La desgracia que nos sucedió como familia la potenciaron y a su vez, debe haber sido lo que la mantuvo con tanta fortaleza durante tantos años”, dice Guillermo.

Los apropiadores de Guillermo fueron condenados en 2005: siete años y medio para Gómez y tres años y un mes para su ex esposa. En ese juicio también se juzgó al médico José Luis Magnacco, el obstetra de la ESMA que asistió a Patricia en el parto. Le dieron diez años de prisión. En el año 2016, en el marco de la Causa RIBA, el TOF 5 de San Martín condenó a Omar Graffigna y a Luis Trillo, ex encargado del centro clandestino de detención, a 25 años de prisión. Gómez, el apropiador de Guillermo, obtuvo una condena de 12 años de cárcel.

“La hermandad que hemos conseguido en estos más de 40 años es irrompible. Ella tiene un carácter fuerte, de mujer que tiene personalidad, pero nunca hemos tenido un problema”, cuenta Estela. Cuando Rosa se convirtió en una Abuela de Plaza de Mayo ya era viuda. Su esposo, Benjamin, había fallecido de cáncer de estómago en 1972. Se habían conocido cuando ella trabajaba de partera en una clínica de Capital Federal y hacía gimnasia en el Club Hebraica. “Era un amor de novela, el tipo la enamoraba constantemente”, cuenta Guillermo. El 21 de cada mes, Benjamin le daba un regalo para recordar ese primer día en el que se conocieron: el 21 de octubre de 1949.

Rosa Tarlovsky de Roisinblit llegó a Buenos Aires desde Santa Fe, después de recibirse y trabajar como partera en esa provincia. Nació el 15 de agosto de 1919 en Moisés Ville, la primera colonia judía de Argentina, fundada en 1889 por familias perseguidas en la Rusia zarista. Cuando terminó la escuela básica se fue a Rosario, donde un médico de la familia la hospedó para que estudie en la Escuela de Obstetricia. “Yo estaba ahí y lo único que tenía que hacer era estudiar, ¿cómo no iba a sacar una buena nota?. Así fue como yo avancé como una buena estudiante. No tenía nada que hacer, estudiar nada más”, recordó Rosa. Esa joven, que cuando llegó a la capital del país durmió durante semanas en la clínica en la que trabajaba, no sabía lo que vendría después.

En aquél septiembre de 2016, Rosa habló ante el Tribunal de San Martín: “Quiero que la justicia me escuche. Soy muy mayor y necesito saber: quién se los llevó, por qué y adónde están, para tener un lugar adonde llevar una flor”. 

CDB/MG