ENTREVISTA Experta en medios e infancias

Sonia Livingstone: “El diseño de las tecnologías hace muy difícil establecer guías para el consumo online de los hijos”

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Sonia Livingstone es una de las expertas en medios y comunicación más relevantes e influyentes del mundo. Basada en la London School of Economics, su frondosa carrera intelectual recorrió y brindó datos precisos e interpretaciones afiladas sobre las preguntas más importantes que emergieron en las diferentes épocas con respecto a los medios: su relación con la democracia, las telenovelas y la televisión en general, las audiencias activas o pasivas, la necesidad de regulación y los cambios que trajo internet y el mundo online. Hace casi dos décadas, está abocada a investigar las muy diversas facetas del consumo digital de los chicos: desde los riesgos y las posibilidades, hasta las actitudes parentales o la necesidad de intervenciones regulatorias que protejan y no coarten experiencias digitales enriquecedoras. No solamente aborda con datos un tema del que se suele hablar en términos emocionales, también lo hace evadiendo lugares comunes y dándole relevancia a la voz de los usuarios, en este caso, los niños.

Así, señala las distintas observaciones que los chicos hacen sobre la libertad que atraviesa el consumo digital, destaca que es más importante controlar la calidad de lo que ven online más que el tiempo que pasan, que no hay una edad correcta para darle el celular a tu hijo como tampoco hay una edad correcta para darle las llaves de su casa, que el mundo online provee muchísimas experiencias positivas para los chicos aunque también presenta riesgos y consecuencias y se divierte imaginando una remera que diga: “No se trata de TU hijo” para responderles a los diversos interlocutores en contextos de política pública que, cuando ella lleva datos de encuestas a miles de niños, le contraponen alguna anécdota personal sobre sus propios hijos. 

Livingstone evita generalizar y ser sentenciosa, y se distingue entre la abundante conversación pública y privada sobre el tema alimentada por noticias de retos mortuorios, ficciones demoledoras como Adolescencia –estrenada a comienzos de año–, el susto parental perenne y best-sellers que tocan fibras sensibles y proponen prohibiciones varias, como La generación ansiosa, de Jonathan Haidt, libro que despertó debate y críticas por parte de algunos académicos debido a lo que señalan como un cherry-picking de la evidencia, la asunción poco fundada de una relación causal entre el uso de smartphones y los problemas de salud mental en adolescentes y la idea de que todo efecto de medios y tecnologías es igual para todo el mundo, entre otros problemas. En una entrevista con el Financial Times, Livingstone recordó cuando investigó en los 90 el aumento de los televisores en los cuartos de los chicos: ellos le decían que preferirían estar jugando afuera pero que sus padres no los dejaban. 

Durante su visita a Buenos Aires en mayo, presentó los resultados del capítulo Argentino de la Encuesta Kids Online, un programa de investigación global que se desarrolla desde 2006 en Europa y desde 2015 en países de América Latina. Participaron del estudio 5.910 niñas y el análisis y procesamiento de la información fue desarrollado por el equipo de especialistas de UNICEF Argentina.

Entre los principales hallazgos, se observa que los jóvenes argentinos acceden a su primer celular a los 9.6 años. El 80% utiliza redes sociales todos o casi todos los días, especialmente TikTok y YouTube, mientras que el 76% conoce Chat GPT y el 58% lo ha utilizado alguna vez. El 46% de los niños, niñas y adolescentes perciben que tienen algún tipo de uso problemático relacionado con internet, celulares y videojuegos. Y aproximadamente dos tercios de los encuestados afirmaron haber visto contenidos sobre diferentes “formas de adelgazar, perder peso, o ser más flaco/a” en páginas o publicaciones online, así como también sobre “maneras de ganar dinero fácilmente en internet”. El estudio evidencia que una mayor presencia de mediaciones parentales se asocia con niveles más bajos de exposición a riesgos online por parte de los niños, niñas y adolescentes.

–Fue una pionera en identificar audiencias activas respecto a la televisión y las telenovelas. ¿Cree que internet nos volvió más pasivos o más activos como audiencias?

–Bueno, creo que originalmente probablemente nos volvió más activos. Yo siempre sostuve que las audiencias eran activas porque incluso si están mirando fijamente la pantalla, están pensando, luego hablan sobre lo que ven… todo eso sigue pasando. Pero antes era muy difícil crear contenido, era muy difícil compartirlo, y era muy difícil formar subculturas. Con internet, todo eso se volvió fácil.

Pero quizás en los últimos cinco u ocho años pasamos de ir a buscar lo que queremos o contribuir con el contenido que queremos, a que los algoritmos empujen lo que ellos quieren; y eso nos agota, hace que la gente un poco se rinda y simplemente siga la corriente porque siente que no tiene espacio para ser activa.

–En Parenting for a Digital Future identifica tres tipos de padres digitales. ¿Qué hallazgos interesantes encontró en relación con estos tipos de padres que controlan, prohíben o permiten?

–Los padres hablan de tecnologías digitales todo el tiempo, y todos se preocupan por ellas. Me sorprende lo internacional que es este debate. En Parenting for a Digital Future argumenté que, en parte, este es un debate creado por los medios y entre padres, no solo porque realmente están preocupados, sino porque los padres se preocupan por muchas cosas: qué comida darles, si duermen, cómo les va en la escuela. Siempre estuvieron preocupados: si sus hijos tienen buenos amigos, o algún amigo, o qué pasa con un hijo con discapacidad. Los padres tienen muchísimo por lo cual preocuparse. Y de alguna manera, ahora todas esas preocupaciones parecen ser acerca de la tecnología: no duermen por la tecnología, no comen porque están mirando el teléfono, no estudian porque se quedan despiertos. Así que se ha convertido en un área donde sienten que podrían tener algo de control, porque las otras cosas son muy difíciles de manejar. Y aun así, tampoco tienen el control sobre la tecnología.

En Parenting for a Digital Future hablamos de tres géneros de crianza; los pensamos no como tipos de padres sino como prácticas que todos mezclan un poco. El restrictivo es del que siempre escuchamos: “deberías prohibir esto”, “deberías tener reglas”, “no deberían llevar el teléfono al dormitorio”. Todo se trata de restricciones, y ahí surgen las tensiones entre padres e hijos. El género habilitante o más “abrazador” de la tecnología también es problemático. Entrevistamos padres que decían “todo es digital, vamos a tener toda la tecnología, una red interna en la casa”. La gente hace un poco de eso, sobre todo con los videojuegos: “hagamos de esto un momento de conversación”. Eso también puede volverse extremo. Y luego está el equilibrio, al que la mayoría intenta llegar, pero es el más difícil. La gente dice “solo hay que tener balance”, pero si les pido a todos en esta sala que se paren en una pierna, les va a costar, porque el equilibrio es difícil. Y eso intentan los padres.

Creo que la idea de “crianza autoritativa” es antigua pero muy poderosa, porque implica abrazar algunas partes de la tecnología con criterio crítico, pero también establecer parámetros que no son reglas con castigo, sino guías que llevan al niño en una dirección positiva. Los padres entienden esto, pero el diseño actual de las tecnologías lo hace muy difícil: el scroll infinito, el autoplay, las notificaciones constantes... Es el diseño lo que obstaculiza. Los diseñadores lo saben: diseñan para captar atención y generar ganancias. Es una situación imposible para los padres.

–Pero al mismo tiempo, uno de los hallazgos de la encuesta es que la mediación adulta –de padres y docentes– en el uso de internet sí es valiosa y también es reconocida por los niños, niñas y adolescentes.

–Creo que es complejo. Si los padres son restrictivos, los niños pueden estar seguros pero demasiado seguros, o se vuelven traviesos y evaden, y eso genera conflicto. La mediación activa y habilitadora es beneficiosa, claro, pero no salva a los niños de los riesgos: les da procesos de pensamiento y entendimiento crítico para cuando los enfrenten. Entonces no deberíamos pensar que la mediación parental garantiza un espacio completamente seguro. Pero me alentaron los resultados que mostraban cuántos niños les cuentan a sus padres y confían en ellos para hablar. Eso sí me sorprendió. Y lo hemos visto a lo largo del tiempo: hace 10 años, los niños nunca decían que hablarían con sus padres si algo salía mal online. Es alentador.

–En aquel viejo debate sobre calidad vs. cantidad de tiempo de pantalla, usted suele defender la idea de buscar calidad. ¿Cómo definiría la calidad del tiempo de pantalla?

– Creo que es más fácil definir lo que no tiene calidad. Y lo que sí tiene calidad podríamos definirlo de manera negativa: sin publicidad; producido con una comprensión de la infancia más que con fines de lucro; adecuado a la edad y no igual para todos; desarrollado de un modo que ofrece progresión para que el niño pueda profundizar su comprensión; y, quizá lo más importante, algo que genuinamente conecte con su interés y le permita expandirse, crecer, sentirse competente y con agencia. Exactamente qué es eso puede variar mucho entre niños.

Con libros es más fácil: “este es un buen libro”. Con juguetes también. Los padres suelen reconocer qué genera un compromiso imaginativo, estimulante, relajante o educativo para su hijo. Pero online es difícil de saber, difícil de encontrar, y aun cuando lo encontrás, difícil saber qué sigue después. No hay señales.

–Distingue entre diferencias culturales de país a país y desigualdades. ¿Cuáles son las principales desigualdades que ve en el consumo digital de niños, niñas y adolescentes?

– La principal desigualdad en todas partes es el estatus socioeconómico; vemos desigualdades de género que varían según el país. Los niños están expuestos a riesgos en todas partes, pero están menos preparados y reciben menos apoyo en los hogares más pobres.

–¿Cree que existe una internet para los niños ricos y otra para los pobres, o no es tan extremo?

Creo que todavía no, pero creo que hacia eso vamos. Porque lo mismo pasa con los adultos. Ya empezamos a ver opciones que requieren que entregues menos datos privados o más curación. Pero los niños, hoy, todos quieren estar en TikTok: lo que cambia es el entorno. Eso parece ser hacia donde apuntan los tecnólogos: “¿querés algo mejor para los chicos? Tenés que pagarlo. ¿No querés que recolecten tus datos? Tenés que suscribirte. Tenemos el modelo basado en publicidad/datos o el modelo de suscripción. No hemos imaginado un tercer camino.

–¿Cuál sería…?

–No sé… lo pregunto en todas partes.

–¿Una internet pública?

–Bueno, en televisión esa fue la respuesta. No sé qué tan fuerte es el servicio público de radiodifusión aquí.

–¿Creés que los padres, al hablar de los chicos y lo digital, tienden a ser nostálgicos e idealizan su propia infancia offline?

–Cuando entrevisto padres, creo que sienten nostalgia por la libertad de jugar afuera e ir a cualquier parte. Pero esta nostalgia es engañosa: padres de cincuenta años dicen “podíamos andar libres, pero 10–20 años después ya no era así”. Entrevisto a padres de treinta que dicen “yo podía andar libre, estaba bien, tenía libertad”. Imagino que los chicos de hoy dirán lo mismo en el futuro. Los padres también recuerdan lo aburridos que estaban cuando eran chicos, y ahora sus hijos tienen todas estas tecnologías fabulosas.

–El discurso sobre la manipulación algorítmica es fuerte hoy. ¿Cree que es comparable a lo que se decía con la TV en su momento, o hay diferencias relevantes?

–Puedo ver algunas similitudes. En estudios de medios decimos que existe un “mainstreaming” tanto en la TV como en los algoritmos, que empujan hacia la misma dirección, hacia una normalización. Pero es distinto porque ahora los algoritmos empujan hacia algo personalizado. Si a mí me gustan los gatitos y a vos la pastelería, eso es lo que recibimos. Pero alguien deprimido recibe contenido de autolesiones; alguien preocupado por su apariencia recibe tutoriales de maquillaje o anuncios de cirugía estética. Es un nivel completamente nuevo. No es lo que la BBC decide que es bueno para los niños, algo que antes nos parecía paternalista y ahora quizás estaríamos felices de tenerlo de vuelta (risas). El feed de cada uno es distinto. Y todo está empujado comercialmente.

–Mirando su carrera y sus preguntas de investigación vinculadas a medios públicos, regulación, audiencias de TV, nuevos medios, infancias, ¿encuentra una línea común?

–Sí. Creo que lo que hice toda mi carrera fue preguntarles a las personas comunes por su experiencia, y luego me interesó llevar esas voces al ámbito de las políticas, donde se toman decisiones.

–Está comprometida con el rigor metodológico y con aportar datos a la discusión pública sobre medios y tecnologías en lugar de anécdotas y experiencias personales. Sin embargo: ¿criar a sus hijos le generó preguntas de investigación a lo largo de su carrera?

–Sí. Han sido mis conejillos de Indias y mis guías todo el camino. “Los chicos me dicen que están viendo esto”. Y yo: “¿Me lo podés mostrar?” Sí, fueron mis guías todo el tiempo.

NS/MG