En una peluquería de barrio el tiempo parece correr distinto. No es solo el ritmo de los secadores o el olor a tintura lo que marca esos minutos: es la posibilidad de estar, de cuidarse, de reconocerse. Mujeres de más de 80, algunas mayores de 90, ocupan las sillas como quien encuentra un espacio propio en el mundo. Algunas llegan solas. Otras acompañadas por sus cuidadoras que las dejan por algunas horas y luego vendrán a buscarlas. Unas horas de autonomía.
Son también unas horas de cuidado: las peluqueras entienden lo que ese espacio representa en la vida de sus clientas y lo resguardan. A veces ellas mismas van a buscarlas si tienen dificultad para llegar solas hasta el local.
La fotógrafa María Eugenia Cerutti retrató estos encuentros a lo largo de varios días en peluquerías de Colegiales y Almagro. La peluquería puede parecer un territorio lleno de mandatos e ideas arquetípicas de lo femenino. Al poner la mirada en mujeres de más de 80 Cerutti dio con un espacio que es también comunidad.
“Qué lindo verte”, le dice una señora a otra. Son amistades de ocasión, intimidades que se construyen bajo una rutina de peinado y que a veces tienen continuidad fuera de la peluquería. Los servicios que se hacen son los típicos: lavado, corte, tintura y manos. Pero allí hay algo más que belleza: “Queremos estar lindas aunque nadie nos mire”, dice una de ellas. Otra confiesa: “Salgo de acá y soy otra”. La peluquería se vuelve un territorio de afirmación, un espacio donde la coquetería se convierte en resistencia frente a la invisibilidad que suele acompañar la edad.
Estas mujeres representan una generación bisagra: sostuvieron mandatos, desafiaron otros y se encuentran aquí solo por esa coincidencia de turno y coquetería compartida. La peluquería funciona como una línea de ensamblaje por la que ellas van circulando, una coreografía de belleza donde el movimiento de las sillas y de los cuerpos se acompaña de conversaciones, silencios y miradas cómplices.
Hablan de sus vidas, de su juventud, de cuando se casaron, y también de sus familias hoy. Se muestran fotos de nietos, se escuchan historias de resiliencia: “Me cuido mucho el pelo porque pasé 80 sesiones de quimioterapia”, explica una. “Te gano: yo pasé 120”, responde otra. Se miran y se entienden. Es otra manera de hablar de lo que seguramente fueron experiencias difíciles. Una de ellas agrega: “La visión de la vida me cambió después del cáncer, ahora soy más agradecida”.
El trabajo de Cerutti permite mirar este universo con atención: mostrar que el cuidado, la autonomía y los rituales de intimidad no desaparecen con la edad. La peluquería no es solo un espacio de belleza; es un territorio de memoria, de encuentro, de resistencia y de visibilidad. Un lugar donde el tiempo lento, el cuidado propio y la complicidad entre mujeres mayores se vuelven profundamente significativos, y donde cada gesto, cada conversación y cada corte de pelo cuentan una historia de vida.
MEC / MA