Qué maravilla salir de una función teatral un tanto trastornada, habiendo perdido –momentáneamente– un cachito de cordura. Y teniendo que despertar a la vida real pisando suelo firme después de haberse dejado tomar por otro mundo, artísticamente embriagador, donde sucedieron cosas insólitas y ¿por qué no admitirlo? propiamente sobrenaturales, capaces de provocar esa placentera pero inquietante vacilación propia del género fantástico. Que se puede convertir en un acto de fe, de entrega emocionada cuando se vuelve inmersivo lo que está sucediendo en la escena
Y sí, esto es lo que puede pasarle a quienes acepten los códigos que se proponen en La viva voz desde la entrada a la sala: en la zona del escenario hay un estrado redondo sobre el que se adivina un objeto grande, envuelto en una tela negra. Cuando cae esa cubierta aparece una especie de catafalco semielevado donde yace una figura humana. A la mente de esta cronista acuden sin ser llamadas imágenes de intérpretes de la estirpe de Bela Lugosi o Sarah Bernhardt, a quienes les gustaba posar y reposar en ataúdes. Uno, porque se había identificado con el personaje que le dio el estrellato fugaz en el cine; la otra, debido a su precursora tendencia a promocionarse a fines del XIX, comienzos del XX (incluso a SB se le daba por contar en las entrevistas que, muy joven, a falta de una cama, había comprado a buen precio un cajón, y ya actriz consagradísima, se acomodaba en su interior para concentrarse en sus roles).
Pero en la sala Luisa Vehil del Cervantes, en ese mueble con aspecto de sarcófago, está recostada la gran actriz y cantante María Merlino, inolvidable protagonista de Nada del amor me produce envidia y Qué me has hecho, vida mía. Sin olvidar -entre otros muchos espectáculos- el lucimiento que alcanzó en Tú eres para mí y El aire alrededor.
Aquí, en este reciente estreno, transformada, transfigurada por el maquillaje y el arreglo del pelo, con un toque de teatro kabuki, hablando con una voz gutural que –como vienen pintando las cosas– podríamos llamar de ultratumba, comienza a revelar su identidad: ella es Estrellita del Regil, una partiquina (como se decía en aquellos tiempos) de origen español, que realmente existió y casi se suicida cuando murió Gardel. Extra en la última película que hizo El Morocho del Abasto, Tango Bar, en esta ficción teatral ella está pasando la noche del 23 de junio de 1935 con él, en un hotel carísimo de Bogotá, donde no hicieron el amor porque él, agotado de tanta gira, cayó frito en la cama.
Sin embargo, a Estrellita, que no suele dormir (de noche), no le molesta que él haya entrado sin más “en la región secreta del sueño”. Al contrario, esa circunstancia le da vía para contar que tiene hambre; un hambre que no se calma con un “pucherito de gallina” (en esas fechas, ya existía El Tropezón, en Callao al 200, y esa era la especialidad de la casa, servida con viejo vino carlón, pero el conocido tango alusivo sería escrito años más tarde por Roberto Medina: unos de los guiños anacrónicos del texto).
Lo que Estrellita desea, ansía es sangre –“por ejemplo, tu cuello, solo para probar antes de que llegue la luz”, le dice al durmiente- porque esa es su naturaleza. Por algo la está siguiendo un murcielaguito. Una de las criaturas de la noche que tanto estimaba el conde Drácula y que en esta historia será una suerte de mascota a distancia.
Y ya caemos en el errátil territorio del ensueño. O quizás sea mejor aplicar una palabra del francés que lo expresa con más propiedad: en la rêverie, esa modificación del estado de vigilia bajo la forma de un desapego mental transitorio, un divague azaroso en un especio entre la consciencia y el inconsciente. En La viva voz, tiñéndose de cierto romanticismo alemán onda Heinrich von Kleist, ese genial escritor incomprendido en su momento que soñó el sueño de gloria de El príncipe de Homburg, la pesadilla –que en el afiche del hermoso film de Rohmer se ilustró con el cuadro de Füssli también conocido como El íncubo– de La marquesa de O, entre fines del XVIII y comienzos del XIX.
Muchas novias, pero nunca una pareja oficial
En la habitación 313, Estrellita del Regil no aspira a tener un romance con Carlos, afinadísimo hasta cuando ronca, según comenta con ese humor que por momentos se vuelve irónico, pero nunca mordaz… Ella quiere alimentarse de su sangre y así prolongarle la vida al contagiarlo; pero, sobre todo, cuando antes lo besó al apagarse las cámaras, la intención era robarle el aliento, cantar como él.
En la vida llamada real, hubo otras mujeres que fueron vinculadas por el periodismo con Carlitos: por caso, la bonita Mona Maris, que filmó con él Cuesta abajo y tuvo luego una modesta carrera en Hollywood; ya de vuelta en Buenos Aires devino, en la segunda mitad del XX, una frecuente invitada de la tele -por Mirtha, Antonio Carrizo, Andrés Percivale: hay pruebas en YouTube- como presunta novia del Mudo, condición que ella negaba discretamente cada vez, aunque era obvio que la tentaban las cámaras. Isabel del Valle, que intentó ser cantante lírica, sí tuvo desde muy joven una relación romántica con Gardel, en buena medida epistolar cuando estuvieron separados por la distancia geográfica, y según se rumorea, con el tiempo incordiando la familia de ella al exitoso Rey del Tango con reclamos de ayuda económica. Novia nunca oficializada en vida, hace un par de años, un nieto de Isabel -pero no de Carlos, porque ella se casó con otro y tuvo hijos- publicó un libro que contenía algunas misivas: Isabel del Valle. La novia eterna de Gardel. O sea que, lejos de toda forma de vampirismo, Isabelita consiguió finalmente alguna variante de inmortalidad.
Claro que Estrellita Del Regil no es inmune al atractivo de Carlos (“qué brillo, qué dientes publicitarios”) ni, mucho menos, al duelo por la espantosa muerte del ídolo de multitudes que ella describe tan bellamente gracias a la inspiradísima letra que escribieron Fabián Díaz y Mario Gallina. Del primero, solo como ejemplo, vale citar su última creación presentada en agosto pasado, Pibitexs del río, reseñada por este diario; del segundo, Los días de la fragilidad, que dirigiera Díaz, estrenada en 2025 y representada sucesivamente en distintas salas hasta este año. Ambas obras representativas de la sobresaliente calidad de estos escritores.
Cuesta abajo, cuesta arriba
Entre nombres familiares y prestigiosos del teatro (aparte de los ya mencionados, figura Guillermina Etkin en diseño sonoro y composición musical; Gonzalo Córdova, en las luces) hay que nombrar a toda una revelación: Pablo Ramírez. Como escenógrafo y director de escena y del video que se proyecta, ya que no como diseñador de vestuario, largamente reconocido en esta faceta creativa.
El dispositivo giratorio multifunción que ha ideado -cama-ataúd, cuarto de hotel, placar, etcétera- es sencillamente fabuloso en sus líneas y no para de sorprender en sus aplicaciones. Por otra parte, la marcación sinuosa, inventiva, sofisticada de los gestos de Merlino, así como del manejo de su voz –entrenada por Mariano Pattin– y del pathos que se va construyendo en escena, ponen de manifiesto a un artista integral.
Los trajes en blanco, negro y rojo, según corresponda, son un capítulo deslumbrador aparte. Acertada la elección del diseño, la línea kimono estilizado, con sus mangas colgantes que le dan alas cuando se requiere a la vampira. Al diseño hay que sumarle la perfecta realización de las prendas en tejidos delicados, al peinado que a esta cronista le evoca la Musidora de la alucinante serie del cine mudo Les Vampires, de Louis Feuillade, 1915; del maquillaje, ya comentado, merece resaltarse esa línea negra que se alarga en los extremos de los ojos que parece aludir a las alitas de un murciélago.
Arriesgada al límite, María Merlino se brinda sin reservas y cruza todos los bordes cuando llega cierta escena de canto sobrehumano. Sí, sobrenatural y estremecedora, que no se puede revelar en estas líneas para que funcione a pleno el shock. Y qué podría decirse, para hacerle justicia, de la elección e interpretación del tema del cierre donde estalla con irresistible ritmo todo el humor que venía serpenteando en muchos versos del texto, entre el dramatismo de ese duelo que “hace del mundo un orfanato (…), el cemento tiembla, quiere llorar”.
MS/MG
“La viva voz”, de jueves a domingo a las 18. En la Sala Luisa Vehil del Teatro Cervantes. Hasta el 19 de octubre.
El icónico film “Drácula”, con Bela Lugosi, se exhibe gratis el jueves 16/10, dentro del antológico ciclo “Maestros del Terror” que ofrece Lumiton, en el cine York de Olivos. Funciones diarias hasta el 24/10, a las 18 y a las 20,30.