Transcurridas las primeras seis jornadas sobre un total de doce y proyectadas once de las 22 películas que disputan la Palma de Oro y el resto de los premios de la Competencia Oficial, puede hacerse una suerte de balance de mitad de festival. Es cierto que en varias de las últimas ediciones, los mejores films aparecieron durante los días finales, pero los organizadores suelen programar muchos títulos fuertes para el primer fin de semana, que es el momento de mayor presencia de medios, compradores y público.
Cannes necesita de los autores y autoras, pero también de las estrellas y en los últimos tiempos ha apostado cada vez más por películas estadounidenses con figuras que garantizan glamour en la alfombra roja o a films de directores de prestigio que ruedan en inglés con intérpretes de renombre.
Si 2024 fue el año de “La sustancia” o “Emilia Pérez” (aunque la Palma de Oro se la terminó llevando “Anora”, de Sean Baker), en los primeros días de Cannes 2025 tuvimos a la escocesa Lynne Ramsay presentando “Die My Love”, transposición de la novela “Matate, amor”, de la argentina Ariana Harwicz, que es poco menos que un unipersonal de Jennifer Lawrence, acompañada por Robert Pattinson, LaKeith Stanfield, Sissy Spacek y Nick Nolte.
Comprada por MUBI (compañía que ahora tiene nada menos que cinco títulos de la Competencia Oficial) por más de US$20.000.000, se trata uno de esos tour de force que tanto gustan en Cannes, en el que una actriz consagrada lo deja absolutamente todo en pantalla, aunque en ese torbellino de insultos, bailes, golpes, desnudos, autolesiones, sexo, alcohol y angustia existencial frente a un embarazo, un posparto y una crianza tortuosa haya algo de ostentación, de exaltación y de regodeo narcisista.
Algo parecido ocurrió con “Eddington”, arriesgado, provocador y desmesurado film de Ari Aster con Joaquin Phoenix, Pedro Pascal y Emma Stone. El director de “El legado del diablo” (2018), “Midsommar: El terror no espera la noche” (2019) y “Beau tiene miedo” (2023) apuesta por un western contemporáneo en la línea de “Sin lugar para los débiles”, de los hermanos Coen, ambientado en un pueblo de New Mexico para meterse con todo y con todos: los efectos devastadores en más de un sentido de la pandemia de COVID (la acción transcurre en 2020), la libre portación de armas, las multimillonarias inversiones de las compañías tecnológicas y el racismo a partir del caso de George Floyd. Es una sátira incómoda sobre los fanatismos en sus más diversas expresiones, ya que es demasiado reaccionaria para la izquierda (Antifa no queda precisamente bien parada) y demasiado cuestionadora para los cultores del MAGA, de QAnon, 4Chan y los Proud Boys. En todo caso, con mucho material para la controversia artística y política que tanto gustan en Cannes.
Cinefilia y placer
Si los franceses suelen filmar cada vez más seguido con estrellas anglosajonas (otra vez: “Emilia Pérez” y “La sustancia”), el estadounidense Richard Linklater hizo el camino opuesto en “Nouvelle Vague”, su homenaje a la nueva ola de finales de los años '50 y, más precisamente, a Jean-Luc Godard. Se trata de una suerte de falso making of hablado íntegramente en francés en el que se van contando día por día (fueron 20 jornada en total) las anécdotas, trastienda, tensiones y hallazgos del rodaje de “Sin aliento”, la emblemática e influyente ópera prima de Godard, considerada clave en el surgimiento de la modernidad cinematográfica.
Guillaume Marbeck está impecable como JLG, mientras que Aubry Dullin interpreta a un joven Jean-Paul Belmondo y Zoey Deutch, a Jean Seberg. El proyecto escapa por completo del tributo solemne y acartonado para convertirse en una película alegre, vital e inspiradora que, con sus imágenes en 35mm y blanco y negro que intentan emular la estética de aquella época en que se tomaban “por asalto”, sin pedir permiso, las calles de París, celebra la audacia, la osadía, lo artesanal, lo autoral, el espíritu lúdico y de aventura que significa hacer cine con más ganas e ingenio que dinero. Un bálsamo frente a tantas historias crueles y tortuosas que se exhiben a diario en Cannes.
Dictadura y cine de género
Otra de las grandes películas que se vieron en la Competencia Oficial es “O Agente Secreto”, película del brasileño Kleber Mendonça Filho con Wagner Moura (“Tropa de élite”, “Narcos”). El director de “Sonidos vecinos” (2012), “Aquarius” (2016), “Bacurau” (2019) y “Retratos fantasmas” (2023) regresó a Cannes con un potente thriller político ambientado en 1977, plena dictadura militar, en su Recife natal.
Moura interpreta a un personaje por demás misterioso y cambiante que huye de San Pablo, pero su vida en Recife, donde se reencuentra con su pequeño hijo en plena explosión del Carnaval, también corre peligro porque Brasil está tomado por grupos de tarea, mercenarios, mano de obra desocupada, militares dados de baja por sus excesos pero que ahora los cometen a puro sadismo en el ámbito privado. Su única ayuda parece ser una red de contraespionaje de la resistencia.
Más que las escenas de acción (que las hay), a Kleber Mendonça Filho le interesan los efectos psicológicos, la dinámica social, las negaciones de muchos y las formas de rebeldía de unos pocos en tiempos tenebrosos en los que el poder estaba en manos de los militares (la dictadura se extendió entre 1964 y 1984 y la gestión del general Ernesto Geisel fue entre 1974 y 1979), pero con el apoyo, la connivencia y el aprovechamiento por parte de distintos sectores políticos y empresarios.
Mezcla de cine clase B, thriller conspiranoico con estética setentista y mucha cinefilia que va desde referencia concretas a “Tiburón”, de Steven Spielberg, o a directores como John Carpenter y Brian De Palma, “O Agente Secreto” ratifica el excelente momento por el que atraviesa el cine brasileño. En ese sentido, aunque más arriesgada y compleja (dura casi tres horas), el film de Kleber Mendonça Filho tiene varios aspectos en común con la ganadora del Oscar, “Aún estoy aquí”, de Walter Salles. El contraste entre una industria en pleno esplendor por el fuerte apoyo de un gobierno como el de Lula y otra como la argentina, abandonada y prácticamente ausente en esta edición de Cannes, es mayúsculo y, desde nuestra perspectiva, desolador.
DB/MC