Ensayo general Opinión

La valentía de hacer otra cosa

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El presente es una puta trampa; lo digo como alguien que trabaja de eso, entre otras cosas, de escribir sobre el presente y de producir la ilusión de que todos estamos habitando un mismo mundo. Carlos Busqued tuiteó una vez que nadie puede escribir una columna semanal, nadie tiene tanto para decir; por supuesto, tenía razón. Es una trampa para una, porque el procedimiento es el de escarbar tu cerebro hasta encontrar algo bulboso de lo que se pueda tirar y después cuando lo ves escrito se te ensancha un orgullo de persona pequeñita, cuando lo ves escrito parece que de verdad sí, tenías algo para decir; y es una trampa para el resto, también, es una trampa para el resto porque lo que se genera es la sensación de que hay que hablar de ciertas cosas, de que la forma de habitar el presente es hablar, llenarlo de discurso, de debates, de temas del día. Pienso en esto todas las semanas, todos los sábados cuando escribo esta columna, pero vuelvo a pensar en esto mientras miro Porno y helado, la nueva serie de Martín Piroyansky.  

No he visto todo lo que escribió Piroyansky en su vida, pero lo que vi lo vi con mucha intensidad; su serie Tiempo libre la sé de memoria, su película Vóley casi que también. Empecé la serie como empiezo los libros de Rachel Cusk o de Vivian Gornick, casi con culpa por estar sentándome a ver algo que ya sé que me va a gustar, la misma culpa que da pedir el mismo plato que ya sabés que te sirve en lugar de arriesgarse y donarse al malentendido. Me gustó descubrir que no, que Porno y helado no era mi milanesa con papas fritas, y que Piroyansky se había donado al malentendido con el alma, donado como un extranjero con la cámara colgada en una cuadra mal iluminada de San Telmo. Piroyansky podría haber hecho, en su salto al mainstream y las plataformas, una comedia plenamente millennial, llena de progresistas contra libertarios y un humor basado plenamente en la identificación del espectador y la parodia de las nuevas reglas con las que vivimos las personas de su edad; digo que podría haberlo hecho porque está perfectamente claro, por su obra pasada pero también por los pocos guiños a esa posibilidad que mete en Porno y helado, que sabe cómo hacerlo. Y sin embargo, no, no hace eso: Porno y helado habita un presente extraño, en el que los hipsters y los cancelados conviven con unos buscavidas sin tiempo que quieren “conseguir chicas tocando la guitarra” como si alguno de los ídolos de las chicas de hoy supiera tocar la guitarra. Que quede claro: lo digo como un piropo. Sin dejarla completamente afuera, Piroyansky utiliza la actualidad más cercana solamente cuando le sirve para ponerla en función de su poética, en lugar de dejarse esclavizar por ella para acercarse al espectador. De todos los productos que le he visto, Porno y helado es el menos amigable (y otra vez, lo digo como un piropo): tiene un humor absurdo y oblicuo, con chistes que a veces entran y a veces no pero cuya valentía y sutileza se agradece siempre. Me acuerdo de uno en particular, tan raro que hasta es difícil de poner por escrito (y no hay forma de que cause gracia así explicado) pero lo intento: Pablo (Martín Piroyansky) y Ramón (Ignacio Saralegui) están con ganas de abandonar la banda que se acaban de inventar para hacerse los cancheros sin saber tocar ningún instrumento ni tener ninguna canción. Cecilia (Sofía Morandi), su supuesta manager que tampoco ha sido manager de nada jamás, quiere convencerlos de no abandonar el barco; les da una charla motivacional preciosa y emotiva, hablando sobre tener ángel, la importancia de persistir. La música, la actuación, los tiempos: todo está perfectamente calibrado para que, por unos segundos, te olvides de que están hablando de una banda que no existe y prácticamente de una estafa. Funciona a muchos niveles: hace no mucho la vimos a Cecilia, en efecto, ofreciendo estafas piramidales. Pero la serie no subraya esta relación, ni subraya tampoco demasiado el remate del chiste cuando en efecto Pablo y Ramón le recuerdan a Ceci que no son unos músicos idealistas persiguiendo sus sueños. Es un chiste brevísimo y que se apaga en casi fade out, y justamente por eso me gusta. Porno y helado está plagado de esos momentos, que apelan a referencias de todo tipo (musicales, cinematográficas, emotivas) y no solamente a referencias estrictamente culturales y temáticas para hacer reír. Y eso, a veces te hacen reír mucho, a veces te sacan una sonrisa y a veces quizás no terminás de entrar, pero es lo menos importante: lo que se establece es un clima de incertidumbre, una serie que una sigue viendo no porque quiera saber qué pasa sino porque lo que querés es ver y ahora qué hacen.

Usé la palabra valentía, hace unas cuantas líneas, y no me parece una exageración porque últimamente creo que la única valentía que me interesa cuando se trata de escribir es esa: la valentía de hacer otra cosa, de hablar de otra cosa, no de “hablar de lo que nadie habla” (¿existe en la era de internet, con tanta gente hablando al mismo tiempo, algo de lo que nadie hable?) sino de hablar de lo que una quiere, producir relatos y discursos que no son ni se autoperciben “necesarios” (“la banda que el mundo no necesitaba”, es el subtítulo de Porno y helado, y me gusta lo que quiere decir) porque no cubren ningún agujero, se abren paso en un mundo que no los pedía, que no los esperaba. Y no sé por qué pero todo esto me conduce a la cachetada de Will Smith, las mil millones de cosas que esta semana se escribieron sobre eso, cómo ninguna me importó en lo más mínimo; en general, no me importan las cosas que hacen o dejan de hacer los millonarios cuando no influyen demasiado directamente en la vida y la economía de la gente como una. Tiendo a creer que nada los afecta demasiado y todas sus vidas son un poco un teatro hasta para ellos, y por otra parte he visto gente pegándose en los contextos más diversos. He visto poetas agarrándose a trompadas o diciéndose cosas horrendas entre sí y ninguna de esas cosas me ha parecido demasiado objetivamente buena o mala. Termino en eso porque la pregunta de quién tenía razón, de si Chris Rock se pasó de la raya o si fue Will Smith el que se pasó de la raya me parecía eso de lo que hablaba al principio, una trampa del presente y de la sensación de que hay cosas que son importantes y no, no son demasiado importantes, solo tienen la virtud o el defecto de estar pasando ahora, de ocupar nuestra atención y nuestro campo visual ahora, y es valiente, reitero, más que hacer un chiste picante o que pegarle a quien sea, animarse a estar en la de una, o en la de uno, crear un mundo y un verosímil y un código que se sale de la raya no porque la cruza, sino porque se va para un costado.  

TT