Entrevista

Valeria Manzano: “A lo largo de la historia la edad sirvió para establecer jerarquías de poder en las sociedades”

Sinónimo de “edad dorada”, de voluntad de progreso, de rock, de minifaldas, de “rompan todo”, de soñador, de servicio militar, de universidad, de manifestaciones populares, de ganas de salir al cine o a bailar, de contracultura, de imberbes, de raros peinados nuevos, de detenido-desaparecido, de pibe chorro, de precarización, de ola verde, de libertario. Decir la palabra “joven” es abrirle la puerta a una sucesión de imágenes muy diversas que se proyectan alrededor de una experiencia que va cambiando con las décadas, con las miradas y con las perspectivas. La historiadora argentina Valeria Manzano acaba de publicar el libro Historia de la juventud en la Argentina de los siglos XX y XXI (Siglo XXI Editores, 2025), un ensayo que busca desentrañar las modulaciones alrededor del “ser joven” en las distintas épocas y pensar cómo se reescribe esta noción en la actualidad, en una época obsesionada con el no envejecimiento.

Con el foco puesto en la política y en la cultura de masas, y con la firme intención de marcar con claridad que la edad es un asunto que importa porque le importa al poder, la investigadora ofrece un recorrido notable a través de los años en busca de tensiones, de fenómenos contrapuestos que marchan en paralelo, de continuidades, de rupturas, de particularidades locales y fenómenos globales. 

– A lo largo del libro vas desgranando qué se imagina como joven en distintos momentos del país en el siglo XX y en lo que va del XXI. En los capítulos hay ideas como “edad dorada”, “imberbes”, “melenita”, “pibe chorro”. ¿Qué te llevó a preguntarte por la juventud?

– Por un lado, a mí me interesa particularmente analizar los sistemas de edad, comprender de qué manera se fueron construyendo históricamente y ver particularmente en qué momento la juventud entra a tallar ahí. El punto de partida del libro, de alguna manera, es que la edad importa. E importa básicamente porque funciona en distintas sociedades como un mecanismo de distribución de poder, de autoridad, de jerarquías que muchas veces ha estado eclipsada frente a otras zonas como las clases sociales, los géneros. Me interesaba el momento en el que la juventud aparece y esto en parte tiene que ver con lo que yo considero que son tres fenómenos que hacen a esta historia larga de las juventudes del siglo XX y parte del XXI. Una son las capacidades que van construyendo los Estados nacionales para establecer marcadores de edad, como el rol que tiene la escolarización o el Servicio Militar Obligatorio. Esto se va estableciendo incipientemente pese a que tarda muchísimo tiempo en cumplirse hasta que se dan las condiciones sociales y económicas muy diferentes para que eso ocurra. Por otro lado, me interesa el vínculo entre juventudes y política de masas. Que es un vínculo intrínseco. Y tercero, y fundamental, el vínculo entre juventudes y cultura de masas, cómo la cultura de masas de alguna manera se “juveniliza”.

– Proponés un recorrido cronológico, comenzando por un tiempo donde el país era “lo joven” para luego detenerte en la importancia de la Reforma Universitaria de 1918 y luego en otros hitos estudiantiles. ¿Cómo o cuándo se empieza a armar esta idea de que ser joven es ser estudiante?

– Hay dos cuestiones. Una tiene que ver con el peso simbólico y político concreto que tuvo la Reforma. El movimiento de la Reforma Universitaria autoriza o habilita discusiones y eso marca una singularidad muy fuerte para la Argentina y para otros países latinoamericanos, sobre todo si uno lo compara con procesos similares en otros países donde la autorización para el activismo estudiantil dentro del marco universitario no estaba todavía. Eso no quiere decir que en los 20, en los 30, no haya habido potentísimos movimientos juveniles. Porque si bien hubo muchísimas interrupciones a la vida pública en las universidades, aquello fue una suerte de halo que acompañó a la politización de las juventudes. Después hay otra cuestión que es más socio estructural: es relativamente rápida la incorporación de los adolescentes y las adolescentes a la educación media en la Argentina en comparación con otros países. Ahí el salto brusco se da durante el peronismo clásico. Después hay, por supuesto, una amplificación muy fuerte en los 60. Pero ya para mediados del siglo el deber ser del adolescente y del joven estaba asociado fuertemente a ocupar un espacio en el mundo educativo. En el secundario y en mucha menor medida en el universitario. Me parece que ahí hay una marca muy importante que tiene que ver con una creencia colectiva en torno a que la movilidad social en la Argentina se ligó fundamentalmente a subir peldaños en la escalera educativa. De ahí que imaginar al joven era imaginarlo en la escuela, en las universidades. Si uno piensa, por ejemplo, en Estados Unidos donde la idea de movilidad social estaba mucho más vinculada a hacer negocios, o a vincularse o a tener lo que uno llamaría un emprendimiento propio, ahí no estaba tan ligada fuertemente la movilidad al plano educativo. Mientras que en Argentina, hasta muy entrado el siglo XX la educación estuvo inescrutablemente ligada al ascenso social.

– Otras proyecciones que vas desandando en el libro tienen que ver con los jóvenes y el cuerpo, los jóvenes que salen de noche, los y las que bailan, las que usan la “melenita”. Y es curioso porque en varios tramos usás encuestas o testimonios de revistas de distintas épocas donde varios de estos asuntos aparecen como una preocupación. ¿La juventud siempre genera preocupación o esa es una modulación que va variando en el tiempo?

– Yo creo que en muchos momentos aparece ese sentido alarmista dentro del universo periodístico. Pienso en los 20 y también en los 60, que también son momentos intensos a nivel global: la primera posguerra y la segunda posguerra son momentos donde el interés en torno a las juventudes crece. Quiero decir, después de la Primera Guerra Mundial el planeta casi se va a la ruina y en la Segunda ni hablar. Entonces, surge esto de “cómo confiar en la autoridad de las generaciones anteriores cuando nos llevaron a la ruina”. En el entorno periodístico se combinaban dos rasgos, uno que tenía que ver con la proyección en torno a lo nuevo, que es algo que siempre asusta, que genera ciertos temores o resulta difícil de digerir inicialmente. Ahí aparece entonces esta cosa alarmista. Y después, otra observación: las juventudes estuvieron siempre en el centro de diferentes pánicos morales. Por eso la preocupación en torno a las juventudes no dejó de tener, por mucho tiempo, una ligazón muy fuerte en torno al orden de la sexualidad.Si las sacamos del terreno estrictamente político, la preocupación central tenía que ver con los desbordes sexuales y los límites que se estaban tocando o no tocando, ya sea por las pautas de vestimenta, por las salidas, por la nocturnidad. Pasa en los años 20, pasa en los 60 también. Después de esas oleadas, suele bajar un cambio esa percepción y algo de esta zona ya se vuelve parte de un relato costumbrista y se va incorporando incluso a las modas. Ciertas prácticas que podían considerarse problemáticas como la “melenita”, todo un signo de osadía para la época, después se incorporan. Pasa lo mismo con el largo del pelo o el flequillo en los varones.

– Le dedicás varias partes de tu investigación a pensar cómo se imbrican el peronismo y las juventudes en sus distintas variantes, en particular a partir de la primera experiencia de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). ¿Perón pensó antes que otros en la importancia de movilizar a la juventud? Para usar una expresión de ahora, ¿Perón “la vio”?

– Me parece que de alguna manera el primer Perón sorprendió. Sorprendió porque la expectativa del arco opositor, que asociaba por supuesto a Perón con alguna variante del nazi-fascismo, era que la movilización juvenil fuera más inmediata y que muy rápidamente los jóvenes se incorporaran. Y este armado no se da tan así. No era que no existieran los jóvenes en este terreno, lo comento en el libro: las multitudes del 17 de octubre eran multitudes juveniles básicamente. El tema es que la visión de la Argentina del Perón del 17 de octubre no estaba estructurada por edades. Básicamente las categorías eran el pueblo y los trabajadores. Entonces la edad se subsumía a la clase, básicamente. En la experiencia de esa primera UES, de 1953/1954, en parte la elección se da porque esos que ahora eran estudiantes secundarios habían sido tiempo atrás “los primeros privilegiados”, los que se habían beneficiado de las políticas de bienestar, por así decirlo, en la Argentina peronista. Entonces eran en ese momento el relevo. La idea de que tenía que haber un relevo generacional ya estaba presente desde el principio. Después Perón mismo lo va a llamar “trasvasamiento generacional”: había que construir un relevo generacional para perpetuar parte del movimiento hacia adelante. Pero el involucramiento se da no tanto en el plano del adoctrinamiento político como de un vínculo mediado por el Estado. Porque el mecanismo estaba mediado por el Estado, pero por la cultura de masas, por el cine, por los deportes: era una búsqueda muy distinta a lo que se imaginaba la oposición que podía llegar a ser una juventud mucho más ideologizada. Eso no sucedió. Ya hablando de la larga década de los 60, donde creo que sí “la vio”, fue en el gesto de resituar a su movimiento político, cuyas bases ideológicas se estaban transformando, para proponerlo como uno más de los movimientos tercermundistas. Es en ese momento donde hay un corrimiento, hay que establecer un alineamiento con otras figuras de ese Tercer Mundo que también se estaba creando digamos como imaginario de la política. Es muy interesante que Perón, cuando se dan las revueltas europeas del 68, es de los pocos que hace referencia directa a ellas en sus mensajes que circulaban en sus famosos cassettes o cintas. Fue incorporando referencias muy explícitas en un contexto en el cual la juventud acá estaba politizada y no veía con muy buenos ojos lo que estaba pasando porque querían otra cosa

– Haciendo un corte temporal bastante brutal, hablás de la larga década de los ‘60 para pasar a los ‘70, que claramente nos ubican en otras discusiones. Vos elegiste narrar un período entre “dos primaveras”, del 73 al 83, con el regreso de la democracia. ¿Por qué preferiste hacer ese corte y qué te ofrecía para pensar esas juventudes?

– Sí. El corte habitual habría sido arrancar por el 76 sin lugar a dudas. Pero a mí me interesaba plantear que, mirada esta historia desde la perspectiva de la historia de las juventudes, no podemos dejar de remarcar un momento previo, de un cierre muy profundo, que es el año 74. Después del momento tan intenso de politización, de radicalización que se va cerrando en el 73, el 74 se arma tanto desde una perspectiva legal como definitivamente una clandestina y represiva, como un cierre a esos largos 60. Yo cito la legislación que se va modificando o que aparece en esos tiempos, que tiene que ver con el mundo universitario, con el mundo del estudiantado secundario, con la Ley de Drogas. Todo un marco que va a servir sobre todo a la policía para monitorear los espacios de nocturnidad y juveniles en general por muchísimo tiempo. También la restricción en la accesibilidad de la píldora anticonceptiva es de ese tiempo. Es ahí donde se van juntado determinados hitos. Eso no obtura pensar que el corte del 76 por supuesto es mayúsculo: no hay ninguna confusión en torno a las edades de las personas que van a sufrir de manera más directa el mecanismo básico del terrorismo del Estado. La composición etaria del 70% de las personas secuestradas y desaparecidas por el gobierno de facto del 76 ronda entre los 16 y los 30 años. Por otra parte, al pensar en las representaciones de la juventud por parte del gobierno militar aparecen como dos polos. Había un segmento de la juventud a la cual se consideraba ya directamente perdida, pero se pensaba así no por jóvenes estrictamente sino por militantes. Eran “subversivos”, no había respuesta posible para ellos. Pero también hay una proyección en torno al sujeto joven que era un lugar absoluta y totalmente conservador. El lugar del joven era la escuela, el lugar de trabajo, el casamiento y prepararse para el futuro. En ese sentido, esa mirada entronca muy fuertemente con los discursos más clásicos de la Iglesia Católica, los de preparar a los jóvenes, formarse moralmente y fundar familia. Es importante advertir que, aunque definitivamente se asocia a los comienzos de los 80 con Malvinas que fue determinante para la juventud, es posible detectar una reactivación entre 1980 y 1981, tanto en el universo de la política propiamente dicha como de la esfera cultural. Esto también nos permite explicar un poco mejor el momento de politización también tan intensa del 83.

– Otro corte abrupto para ir a los años ‘90. Vos señalás allí tres muertes violentas de jóvenes que abren preguntas alrededor de la juventud y se convierten en casos, en emblemas. Me refiero a los crímenes de María Soledad Morales, Walter Bulacio y Omar Carrasco. 

– Sí, las tres fueron fundamentales en distintos órdenes, pero fundamentales. En este sentido es muy importante nombrar el trabajo que hicieron Gabriel Kessler y Sandra Gayol en Muertes que importan. El caso María Soledad es muy previo a que cualquier noción de femicidio se fuera instalando y tiene muchísimos planos, porque además, como el caso Bulacio, puso en la agenda y sensibilizó a la población adolescente. En el caso de María Soledad, están estas cuestiones vinculadas al accionar o el no accionar de la Justicia, a la corrupción que provoca una indignación que caló muy poderosamente, sobre todo en las chicas. En el caso de Bulacio definitivamente salta a la luz la persistencia de las arbitrariedades policiales y cómo la capacidad represiva de las policías en general tenía como target a los jóvenes. Con Carrasco, otro impacto tremendo. Si bien ya se venía discutiendo qué se hacía con el Servicio Militar, existía por entonces una oposición al Servicio Militar en clave pacifista con varias vertientes en la década del 80. Un movimiento muy interesante que se da post Malvinas para reclamar el fin del Servicio Militar Obligatorio. Pero esto es una muerte que importó en este caso y que da el puntapié para la transformación de una política fundamental que había servido como marcador de edad que era precisamente el Servicio Militar. 

– Alrededor de lo que podríamos llamar “el estallido” del 2001, para citar una canción de esa época, emerge la figura del “pibe chorro”, otra idea de juventud, y también el llamado “rock chabón”. ¿Qué te interesaba de esas dos escenas?

–A mí me interesa en general pensar algunas dimensiones de cómo se procesan los vínculos de las juventudes con lo público. No necesariamente con lo político pero sí con lo público. Esto no es algo que digo solamente yo, hay toda una sociología en torno al llamado “rock chabón” como un procesamiento colectivo de problemas sociales que se van planteando muy candentes durante toda la década del 90. En un momento de mayor cuestionamiento del sistema de partidos, de las opciones que podían establecerse dentro de lo que uno llamaría la política formal, esos problemas se vehiculizaban, se canalizaban, se materializaban de otra manera. El rock chabón a su manera logra capturar ese interés, ese momento de crítica a ciertos elementos del mundo neoliberal de la década de 1990. Con respecto a la cumbia villera, que se asocia obviamente a la figura del pibe chorro, creo que este también es un momento de absoluta pluralización de los gustos y de las referencias culturales y musicales de las juventudes, que tenían que ver con la fragmentación social en muchos casos, aunque no quiero ser tan determinista en este sentido. Es, rápidamente, un momento de afirmación de cierta juventud plebeya por así decirlo: un momento muy afirmativo de decir “sí, ¿sabés qué?, soy chorro” o “sí, tengo tales consumos” o tal vinculación en torno a las prácticas de la sexualidad. Sin ninguna romantización, quiero decir que es un momento de mucha afirmación. En este sentido es ineludible pensar que dentro del espacio cada vez más diversificado de lo mediático, la figura juvenil que cautiva y que captura la atención es la del pibe chorro. Porque condensa prácticamente todo: la precarización tan profunda, la supuesta peligrosidad para quienes lo veían de otro lugar, la falta de oportunidades laborales, la falta de institucionalización en algún punto de esas juventudes. Las vías muertas que ya no se podían ir recorriendo. Y la alarma, vuelve la alarma fuertemente al mundo de los jóvenes, la preocupación.

– En este primer tramo del siglo XXI hablás de una juventud “en suspenso” para pensar el mundo de los jóvenes libertarios, de ciertos jóvenes que se ponen “a la derecha de la derecha” y de las preguntas que se abren a futuro. ¿Qué leés en todo esto, por qué esa idea de “suspensión” alrededor de la juventud?

– Por un lado es muy observable en los últimos 25 o 30 años una suerte de trastocamiento del sistema de edades. Es más dificultoso decir cuándo empiezan o cuándo terminan porque hay un alargamiento que tiene que ver con procesos sociodemográficos. Todo se fue prolongando mucho más hacia adelante: el momento en que se entra a la nupcialidad o no, cuándo se tiene el primer hijo o no, cuándo están dadas las condiciones habitacionales o no y así. La transición hacia lo adulto se complica cada vez más en el marco socioeconómico que atravesamos. De ahí también es la proliferación de todos los procesos vinculados a lo estético, el embellecimiento, el deseo de no abandonar nunca la idea de “ser joven”. Eso como la salida. Pero también como entrada. Digamos, también aparece un amesetamiento en el sentido de las infancias que se adolescentizan mucho más rápido. Por eso me parece válido hablar de “suspensión”. 

– ¿Y en el terreno estrictamente político? 

– Ahí hay algunas cuestiones que me interesaría remarcar. Una tiene que ver con la posición que las juventudes han tenido en relación con la configuración ideológica de la cual participan. Uno puede decir que históricamente existió el impulso a que las juventudes ocuparan el lugar más radicalizado dentro de su espacio ideológico. Entonces no llama la atención en este punto que dentro del universo de las derechas nos encontremos con juventudes que se identifican con las posiciones más radicalizadas. En este sentido, es absolutamente pertinente la pregunta que se hace Pablo Stefanoni en torno a si la rebeldía se vuelve de derecha. Por supuesto que siempre hay gradaciones y como siempre hay minorías intensas que se están activando en diferentes espacios, como la calle, las redes sociales, lo que fuera. Quizás lo que más me interesa en este momento a mí en particular es comprender mejor las afinidades de menor intensidad y no tanto las afinidades juveniles al proyecto mileista. Me parece que en general nos falta darle muchas vueltas de tuerca a lo qué está pasando dentro de las transformaciones del mundo del trabajo y las expectativas en cuanto al trabajo. Esas transformaciones son las que no logramos sistematizar y de captar. Y creo que esto va más allá de la imagen clásica del “Rappi de Milei”, del trabajador o trabajadora de las plataformas que encontró afinidad con él. Sí me parece que hace mucho tiempo que el mundo de esas vías que existían y que empezaron a ser vías muertas a fines del siglo pasado, no se recompuso durante los años del kirchnerismo. Tampoco con el macrismo ni con la última experiencia de Alberto Fernández en el gobierno. Entonces, estos 25 años en los que las condiciones estructurales cambiaron tan profundamente nos encuentran con jóvenes que ya están socializados de otra manera. Las expectativas son otras. Hay más inmediatismo, de eso no hay ninguna duda porque lo inmediato es más o menos lo que se puede manejar. A la vez, algunas proyecciones a futuro aparecen desacreditadas. Por supuesto que para una porción importante de la sociedad la defensa de la educación pública o la universidad es muy importante y lo seguirá siendo. Es absolutamente importante. Es parte de un ADN, si queremos. Pero convengamos que hay un conjunto muy importante, especialmente dentro de las mayorías populares, que hace tiempo que no ve a la experiencia universitaria como el lugar que te permite el ascenso o mejorar tus posibilidades. 

AL/MG

Sobre la autora

Valeria Manzano es historiadora, investigadora del Conicet y profesora en la Escuela de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín. Es autora de La era de la juventud en la Argentina: cultura, política y sexualidad desde Perón hasta Videla (FCE, 2018) y de La última ilusión: la crisis de la revolución en América Latina, 1979-1991 (Universidad de Guadalajara, 2025), además de numerosos artículos y capítulos de libros sobre la historia sociocultural del pasado reciente en la Argentina y América Latina. Dictó cursos de grado y posgrado en universidades de Chile, Costa Rica, Estados Unidos y Suiza.