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CRÓNICA

Cintas transportadoras y manos que escanean sin parar: el viaje de los paquetes de Mercado Libre

La planta de almacenamiento y distribución de Mercado Libre en La Matanza

Delfina Torres Cabreros

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–Les pedimos que no saquen fotos porque no es que acá esté la fórmula de la Coca Cola, pero más o menos. 

Desde la oficina de reuniones, en un segundo piso con vista abierta sobre la planta de almacenamiento y distribución que Mercado Libre tiene en La Matanza, las cintas transportadoras en movimiento se cruzan como en una circunvalación de autopistas. Arriba van paquetes –bolsas amarillas, cajas, bultos embalados– que de repente, como por una decisión autónoma, se arrojan por alguno de los 40 toboganes que descienden desde la línea. Desde ahí empieza el reparto a todo el país. 

Esta cinta –el “sorter”– es la estrella de este galpón de más de 70.000 metros cuadrados en el que trabajan 2.000 personas y a quienes sus empleados llaman “la nave”. Son las entrañas de una empresa que en la Argentina concreta 35 ventas por segundo, lo que hay detrás de la elipsis entre el momento que el cliente hace su compra y que suena el timbre de su casa.  

En la jerga del sector, dentro de este espacio convive el área de cross-docking (donde se encuentra la cinta y se organiza la distribución) y el de fulfillment (el de almacenamiento).  Los 2,6 millones de productos que están stockeados en este lugar aparecen publicados en la plataforma de compras virtuales con servicio “Full” y la mitad de los envíos se concreta en menos de 48 horas. Es un servicio que Mercado Libre ofrece a sus vendedores para que usen su logística, algo que hacen más de 4.000 vendedores que traen sus productos en motos, remises, camionetas, camiones. Si el vendedor prefiere enviar directamente sus productos al cliente –el servicio “Flex”– también tiene esa opción.  

El galpón tiene 120 portones al exterior por los que sale o entra mercadería. Cuando un vendedor se acerca a dejar sus productos dos operarios reciben el bulto, les ponen un cono de color con un código QR que lo identifica y es asignado a una de las más de 30 islas de check in. 

Esas islas son como cajas de supermercado en la que una persona escanea cada uno de los productos, chequea que sea exactamente los que el vendedor prometió enviar y los acomoda en cubetas de plástico. En este momento Candela le está enseñando a un empleado nuevo cómo hacerlo. Abren una caja y escanean uno por uno cada metro de madera profesional de carpintero –la descripción aparece en la pantalla– que tiene. Atrás, otra empleada hace el ingreso de un cargamento de pijamas de hombre y más allá, una mujer registra vasos de plástico infantiles. 

Las cubetas armadas en la estación de check in son subidas por unas máquinas al nivel en el que corresponde almacenarlas. Hay cuatro pisos: abajo van los alimentos y bebidas con fecha de vencimiento, arriba del todo los productos de tecnología. Otros trabajadores reciben las cubetas, las ponen en sus carritos con ruedas y salen por los pasillos a buscar el  lugar que el sistema les asignó. 

 El orden de guardado que determina el sistema es, adrede, “caótico”, con productos de distintas categorías entremezclados. Según explican, sirve para evitar tumultos o aglomeraciones a la hora de recolectar los pedidos. Al lado de una posición ocupada por libros de Juan Forn hay guirnaldas de luces, candados, jeans, calculadoras científicas, almanaques, batidoras, toallas, almanaques, taladros, pavas, carcazas para celular, tintura para el pelo, aromatizador de ambiente. 

Los vendedores pueden tener el producto en el depósito de manera gratuita hasta 60 días. Luego, se les empieza a cobrar una comisión. De todos modos, el promedio de rotación de los productos es de 34 días. Este depósito tiene 2,6 millones de unidades almacenadas, pero tiene capacidad para 14 millones; hay todo un sector del depósito vacío y con los pasillos tapiados provisoriamente. 

Ariel Sutton, director de Operaciones en la Argentina, explica que no contribuye  el contexto económico actual, en el que los vendedores prefieren no almacenar demasiado stock por adelantado. “Se especula más con la mercadería y el costo de reposición. Las firmas entregan menos productos”, apunta. 

El 60% de los empleados de la planta viven en el  partido de La Matanza. “En total son 2.000, pero tenemos potencial para 6.000 personas”, dice Sutton. En fechas con picos de ventas como Navidad o las ediciones del Hot Sale se refuerza el staff con personal eventual. 

Para la mayoría de ellos es su primer empleo y el promedio de edad es 22 años; solo se les exige tener el secundario completo. “No tenemos rotación. En general los chicos una vez que empiezan a trabajar acá no se van”, asegura el ejecutivo. El salario inicial es, según Sutton, de $180.000 y trabajan bajo un convenio colectivo firmado entre la empresa y la Unión de Trabajadores de Carga y Descarga, lo que les generó un conflicto judicial con el sindicato de Camioneros, que reclama la representación. 

Según consta en el texto del convenio, los empleados no trabajan por turnos fijos sino que tienen una jornada máxima mensual de 192 horas que se distribuye de manera flexible a lo largo del mes. Por cada jornada de 8 horas de trabajo se otorga un descanso de 30 minutos al que se ingresa y del que se sale fichando. No se puede ingresar a la línea con celulares personales y la mayoría trabaja en puestos solitarios, a alrededor de dos metros del puesto siguiente. No hay música, ni conversaciones ni tampoco ruidos fuertes de máquinas de fondo; es una nave silenciosa. 

Sutton cuenta que, junto con el sindicato, se definió recientemente pasar de uno a dos los días de franco y se están definiendo nuevas categorías de empleo. “Es un sindicato súper abierto, Tenemos 12 delegados en la planta que trabajan, algo que en otras empresas en las que yo estuve no pasaba”, señala. 

Una vez que se concreta una compra de un producto almacenado en este lugar, se recibe la orden y hay personas encargadas del “pickeo”: de recorrer los pasillos recolectando los ítems de la orden y llevarlos a la zona de “packing” (que podría pensarse también como el “check out”).  En esos puestos, escáner en mano, cada operador se dedica a empaquetar y etiquetar cada uno de los productos que les llegan. La velocidad es clave; en todos los puesto las cubetas se acumulan. Se ve la destreza de esas manos enguantadas para elegir a ojo el tamaño del envoltorio necesario en cada caso, para abrir bolsas, despegar cierres adhesivos o armar las cajas plegadas en estantes a la altura de sus cabezas. 

Siete cintas transportadoras sacan los productos hacia el “sorter”, que lee la información de las etiquetas y los reparte en distintos toboganes de acuerdo al destino que tendrán. La pelota para hacer gimnasia que Florencia acaba de empaquetar va a La Boca y por eso cae en el tobogán que acumula los envíos para la zona sur de la Capital. 

Por esta línea, a la que se suman productos que ingresan ya vendidos para su distribución (es decir, que no estaban almacenados previamente), pasan 4 millones de paquetes al mes,  el 65% con destino al Área Metropolitana de Buenos Aires. Desde que el producto sale de este galpón, todo el servicio de transporte es tercerizado. Si bien se multiplicó durante la pandemia y se estabilizó en niveles muy superiores a 2019, el universo de Mercado Libre en la Argentina no es tan voluminoso como el de Brasil, donde la escala permite tener vehículos eléctricos propios y hasta una flota de aviones. 

DTC

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