¿Entró el planeta en un círculo virtuoso que evita episodios de contracción económica? O, por el contrario, ¿se trata de un espiral pernicioso que agravará los efectos que toda alteración de los ciclos de negocios trae a modo de correcciones de los mercados como aduce la doctrina neoliberal? La coyuntura económica internacional no despeja las dudas, pero deja muestras de que los números rojos siguen brillando por su ausencia en gran parte de las potencias de rentas altas y de los principales mercados emergentes. Es un ejercicio de especial complejidad analítica en el que han irrumpido no pocos movimientos bursátiles, comerciales, fiscales, tecnológicos o monetarios de especial intensidad. Sin mencionar polvorines geopolíticos de gran calibre que no han acabado por generar ni crisis energéticas ni colapsos financieros.
Desde la órbita inversora, hay varios botones de muestra de que algo se mueve en el interior de las estructuras productivas globales. El oro se dispara mientras el petróleo se mantiene en calma y el dólar se devalúa con dobles dígitos, unas cotas desconocidas desde 1973, sin que se apaguen las alarmas en Wall Street. Los flujos de capital hacia activos vinculados a la IA y la computación cuántica pueden explicar en cierto modo de dónde proceden los vientos que crean la atmósfera inversora que, por otro lado, recuerda, a los ojos de no pocos expertos, a la crisis de las puntocom.
Sin embargo, la aparición de esta anomalía devuelve a la actualidad la tesis de Francis Fukuyama de su libro El fin de la historia y el último hombre. Solo que su triunfalista idea de que sería el capitalismo liberal el que proclamara su victoria ideológica sobre la economía global no aparece como muy certera. Porque la actual resistencia de las economías en ingresar en fases recesivas surge del intervencionismo estatal. O, para ser más exactos, de un activismo gubernamental militante en el terreno económico. The Economist describe “un mundo en el que los gobiernos han aprendido a evitar el dolor productivo” con gastos y subsidios industriales, pese a que “el precio a pagar” por eludir los cambios de ciclos de negocios “pueda acarrear crisis financieras y fiscales” de envergadura. Alude a posibles colapsos financieros o bursátiles o presiones desbocadas de los déficits presupuestarios y de las deudas soberanas.
De hecho, en los últimos quince años, salvo en la Gran Pandemia, no se produjo ninguna recesión sincronizada. La penúltima de interés fue el credit crunch surgido por la quiebra de Lehman Brothers. Entre 2022 y 2024 el PIB global remontó en un 3% cada año, algo que el FMI tilda desde entonces de estancamiento estructural con inflación casi perpetua. Aunque con el empleo en tasas reducidas, al menos en la esfera de la OCDE.
Este doble estímulo –monetario y fiscal– se emplea, en ocasiones, para rescatar firmas zombies que mantienen su actividad de manera artificial sin declararse en quiebra. Otro síntoma de que el intervencionismo estatal sin control evita los ajustes propios del mercado.
EEUU, el guia del capitalismo con activismo político
Para cierto pensamiento económico, las estrategias de estímulo –sobre todo fiscal, que es potestad de los gobiernos–, apocan tanto la productividad como los riesgos de las empresas. Hasta el punto de adormilar sus inversiones y su capacidad de innovación. “El sistema ya no se contrae, sino que se anestesia”, explica el semanario británico. Así, en EEUU, el gasto federal se disparó por encima del 5% para abordar el ciclo inflacionista generado tras la Gran Pandemia a través de recursos fiscales enfocados a actividades industriales. Es como si se hubiera instaurado una economía de guerra para paliar la espiral de precios energéticos creada por Rusia tras la invasión de Ucrania con el cierre de sus grifos petrolíferos y gasísticos a Europa.
Sin embargo, la Inflation Reduction Act (IRA) de Joe Biden, engendrada para atacar una escalada inflacionista desconocida desde los años ochenta por la crisis del crudo, los fondos del Tesoro americano para facilitar el justificado tránsito energético y el billonario plan de infraestructuras movilizaron ingentes cantidades de recursos. Solo el IRA, 3,5 billones de dólares hasta 2032.
Sin embargo, fue la Administración Trump la que añadió más leña al fuego para calentar la economía. Su One Big Beautiful Bill creó una nueva agenda fiscal que casi fulmina todos los incentivos a la energía solar y eólica y las sustituye por deducciones y ventajas impositivas al sector de los combustibles fósiles en aras de la seguridad. Reuters calcula en 31.000 millones de dólares el regalo subvencionado de Trump a la industria del petróleo y gas.
Todo este arsenal de recursos elevó la capacidad de resiliencia de un PIB que navega a una velocidad lenta, del 2%, pero que sorteó la fase contractiva que ha venido augurando el consenso del mercado por su agresiva y caótica política arancelaria y que dio cierto oxígeno a un cuadro de mando federal que ha llegado a registrar un déficit del 7% con una deuda de 37,5 billones de dólares. La robustez del consumo y un mercado laboral que aguanta a duras penas el tirón de su viraje económico han obrado el milagro, en el que también cree Wall Street y sus marcadas ínfulas inversoras en IA.
“La mano visible que reconfigura el libre mercado”. Así de irónico con el laissez-faire de Trump se manifiesta Scott Stewart, director de Análisis Global de la firma de inteligencia de riesgos Rane Network, para quien EEUU inauguró una era de “intervencionismo geoestratégico” en el que el Estado federal “redefine las reglas del capitalismo al priorizar la seguridad o el empleo”. Antes de explicarlo con mayor precisión: “EEUU combina aranceles, subsidios y restricciones a exportaciones como política permanente, consolida una economía de seguridad nacional que ha desplazado al libre comercio clásico y decide quién produce y con qué apoyo, desde los chips hasta los materiales críticos”.
A su juicio, este activismo celera la relocalización, pero arriesga el dinamismo innovador. Como también justifica controles, subsidios y exclusiones tecnológicas que Washington dice legitimar para combatir su rivalidad con China.
Ray Dalio, fundador de la gestora Bridgewater, cree que durante el segundo mandato de Donald Trump sucederá “un paro cardíaco” que podría conducir a la economía americana a declarar la primera quiebra de su historia. Dalio lo achaca a una montaña de endeudamiento insostenible con un déficit que la alimenta y que “no corregirá” los ingresos adicionales de los peajes a la importación impuestos por EEUU. El FMI, en su última reunión otoñal, vuelve a incidir en el riesgo de colapso crediticio por una deuda global que catapultará su ratio por encima del 100% del PIB en 2029.
Aunque el Fondo también atisba la amenaza de crisis por sobrevaloración de activos bursátiles o presiones sobre los ratings soberanos o las stablecoins impulsadas por la Genius Act trumpista.
China y Europa observan el activismo americano
El intervencionismo que emplea Washington como poder ejecutivo para determinar subsidios es, en opinión de Daniel Kritenbrink, investigador en Carnegie Endowment, “un intento claro de instrumentalizar la economía y subordinarla a los objetivos electorales republicanos y a un poder soberano para ganar influencia tecnológica y geopolítica global mediante el uso de la diplomacia y los recursos federales”.
En definitiva, como aduce Matthew Bey, analista de Geopolítica en Stratford, “es un uso de la política industrial como extensión de su doctrina de defensa” y una redefinición de la ventaja competitiva, que “busca no el costo, sino el control de industrias claves” como la de los chips, la IA o la energía. “No es socialismo, pero sí un capitalismo nacionalista que acude en defensa del sector privado”, matizó. De ahí que el PIB de EEUU crezca en forma de K, solo a través de ciertos segmentos productivos, en alusión, sobre todo, a los tecnológicos.
En este contexto, China ensaya otra versión distinta de intervencionismo. Intenta equilibrar su economía. Dentro siempre de los parámetros de sus planes quinquenales, que marcan el paso y aceptan revisiones periódicas. Xi Jinping se suele involucrar personalmente en sus prioridades y en el que se acaba de marcar, para el periodo 2026-30, objetivos más ambiciosos que los que se estipularon para la versión en curso de convertir al gigante asiático en la nación hegemónica en el orden tecnológico, que le ha dado ventajas competitivas en el terreno energético, con una electrificación avanzada de energías limpias.
Aun así, etiquetó a comienzos de 2025 entre un cuarto y medio de billón de dólares para suturar la fuga de capitales del pasado ejercicio, poner más parches crediticios a su titubeante mercado de la vivienda y estimular el consumo para salir de su escenario de deflación. Al segundo PIB del planeta le cuesta superar el 5% de crecimiento y situar la inflación en torno al 2%, pero dispone de sobrada experiencia ejecutoria para administrar sus recursos. El escudo de fondos estatales ha logrado capear las huidas de inversores sin utilizar su modo bazuca. Pese a que las inversiones en activos fijos –de nada menos que 5,2 billones de dólares– retrocedió en los primeros nueve meses de 2025 un 0,5% por primera vez fuera de un contexto de crisis, como en 2008 o 2020.
En este juego de equilibrios pesa sobremanera el mandato del Politburó de “evitar burbujas” en alusión al quebranto de su sector inmobiliario desde la suspensión de pagos de Evergrande que ha impuesto en China una “austeridad administrada” que destila madurez por parte del modelo chino, asegura Andrew Batson, de Gavekal Dragonomics, para quien el final de los ciclos, como recalca Dalio y el FMI, no exime de crisis fiscales y financieras. En el caso chino, institucionales, porque pone más en liza su eficiencia estatal, enfatiza Batson, para quien el capitalismo sin ciclos es “como el cuerpo sin fiebre, que puede parecer saludable cuando ha dejado de curarse por sí mismo”.
En esta tesitura se encuentra también el enfermo económico del euro, Alemania. Solo que, en esta ocasión, las tentaciones intervencionistas del canciller Friedrich Merz fueron denunciadas por el Bundesbank y dos poderosos think- tanks, que lo acusan de usar el mandato legislativo de endeudamiento (de hasta 850.000 millones de euros) para financiar subsidios y su compromiso electoral de rebajar impuestos, en vez de destinarlos a infraestructuras y gastos en Defensa. Los avales y créditos del acuerdo en el Bundestag sobre el “freno de la deuda” no pueden emplearse en otros menesteres, critican los responsables de investigación de los institutos IMK de Berlín y del IW de análisis económico.