Más de medio siglo atrás, Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López se imaginaron un escenario en el que los argentinos se enfrentaban a una fuerza desconocida en el propio territorio nacional.
Argentina ya había sufrido algunas dictaduras. Ninguna tan criminal como la de los años setenta. Tampoco había sufrido guerras civiles o enfrentamientos entre provincias, como sucedió en el siglo XIX. Mucho menos una guerra contra alienígenas. Sin embargo, Oesterheld y Solano López fueron capaces de imaginarse una batalla épica en suelo nacional.
En las décadas siguientes, algunos escritores argentinos escribieron novelas que evocaron o describieron el escenario de una guerra. Rodolfo Fogwill, por citar uno. Leopoldo Marechal, aunque fuera más poética que realista, con Megafón, o la guerra. Otros escribieron textos inspirados —o, más bien, afectados— por la última dictadura militar. Pienso también en La ciudad ausente, de Ricardo Piglia: todo es más difuso, pero el país está bajo amenaza. Si lo vuelven a leer, verán que uno de los antecedentes más parecidos de la Inteligencia Artificial es la máquina de Macedonio.
Hay un párrafo que resulta perturbador: “La máquina había captado la forma de la narración de Poe y le había cambiado la anécdota, por lo tanto era cuestión de programarla con un conjunto variable de núcleos narrativos y dejarla trabajar. La clave, dijo Macedonio, es que aprende a medida que narra”.
La cuestión —volviendo al principio— es sobre aquellos a los que se les ocurrió narrar una guerra en suelo argentino. Pensé en ello a raíz de una noticia de esta semana. El diario Financial Times publicó un muy buen reportaje sobre una serie que se estrenará este verano (invierno sudamericano). Se llama Zero Day y describe el escenario en el que China ataca militarmente la isla de Taiwán.
Con un “estilo altamente realista”, la serie de cuatro capítulos inicia con un bloqueo de una semana por parte de China. “Comercios y hogares caen en la oscuridad producto de los ciberataques chinos. Las calles se transforman en un pandemonio con los bancos y el transporte público colapsados. Las familias hacen cola en los puertos para poder subirse a un bote y escapar. Bandas criminales liberadas por oficiales de prisión corruptos ayudan a Beijing a forzar la sumisión de la población. Finalmente, los soldados del ejército chino llegan (a la isla)”.
La serie fue escrita y producida por la periodista taiwanesa, Cheng Hsinmei. Seis años atrás intentó filmarla, pero no consiguió fondos. Al final, decidió hacerla ella misma. No se sabe qué éxito tendrá, pero ya ha causado un gran revuelo. En principio, abrió un debate sobre las posibilidades de que ese escenario se convierta en realidad. Pero, sobre todo, sobre cuál es el nivel de aceptación de los ciudadanos a enrolarse en un conflicto de estas características.
“Para que la sociedad acepte colectivamente esta realidad y esté dispuesta a participar en una movilización de defensa nacional, se necesita un proceso de persuasión social”, afirma un profesor consultado por el periodista, antes de aclarar que muchos taiwaneses no pueden siquiera imaginarse participar de una guerra.
En julio del año pasado, cuando se presentó el tráiler de Zero Day, se produjo un debate político. Algunos dirigentes tildaron a la serie de propaganda; otros se preguntaron qué intereses representaba. La producción encontró apoyos y rechazos; también se produjeron algunos hechos extraños. Una de las cárceles donde se llevaría a cabo la grabación de una escena canceló de manera abrupta el rodaje.
La escena mostraría a un oficial corrupto que liberaba presos a cambio de conseguir un trasplante de hígado para su hija. Según la directora, se trataba de una posibilidad real. La propia agencia de seguridad nacional taiwanesa había imaginado o previsto ese escenario. En ese contexto, el Ministerio de Justicia taiwanés se apuró a aclarar que eso “era una difamación contra ellos e insistió en que nada podía ocurrir en sus prisiones”.
Si uno piensa en algunas ficciones de los últimos tiempos —Civil War, por ejemplo, estrenada en 2024, que plantea una guerra civil en Estados Unidos—, resulta sorprendente lo vertiginoso del paso del tiempo y lo poco que puede pasar entre que a un artista se le ocurra una ficción de un conflicto y ese conflicto —con diferencias o similitudes— se convierta en realidad. Si China avanza realmente sobre Taiwán en 2027, o en 2030, como varios militares y analistas de Estados Unidos sostienen, no habrán pasado ni cinco años entre el estreno de Zero Day y el conflicto que la propia serie imagina.
En ese marco, surge entonces la pregunta del título: ¿Quién narrará la próxima guerra en Argentina? ¿Puede ello suceder, o de ninguna manera?
Desde que asumió Milei, su gobierno no ha hecho más que estimular la idea de una confrontación. Los buenos (ellos) contra los malos (los otros). La violencia contra otros partidos políticos, periodistas, incluso empresarios (muchos de ellos beneficiados por el régimen económico), pero, sobre todo, con sectores vulnerables de la población, solo se ha intensificado.
Estos últimos días, durante el cierre de campaña para las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires, el asunto tomó incluso la estética de un producto audiovisual. Estandartes —como los que utilizaban los ejércitos en la Edad Media—, canciones de guerra y bengalas acompañaron a los grupos de apoyo de Milei, que cantaban sus ya clásicas canciones contra el kirchnerismo o contra lo que, sin sonrojarse, denominan la “casta”.
Sin embargo, lo más sustancioso del acontecimiento, lo que legitima toda la liturgia circundante, es más bien el propio discurso del presidente Milei. Otra vez utilizó la expresión “basura humana”. Esta vez, para referirse a un consultor político. Antes se la había dedicado a periodistas, economistas y dirigentes de la oposición. Otra vez atacó con un lenguaje violento al resto de las fuerzas políticas, también a los ciudadanos que puedan expresar o suscribir esas ideas.
Ahora bien, lo que más estimula la idea de una guerra —real o imaginaria— es lo que plantea el propio gobierno en su forma de administrar y ejecutar el poder. Contaba, días atrás, Carlos Pagni que Santiago Caputo (el principal estratega de Milei) actúa en base a un plan, un guion —precisamente eso, ¿no?—: un guion de tipo ficcional, con buenos y malos, con violencia, enfrentamientos, verbales y físicos; todo dentro del país, entre fuerzas políticas, entre ciudadanos.
Se delinea entonces un escenario, con ciertos actores y determinadas finalidades. Se acompaña con liturgia, con discursos altisonantes. La batalla ya no es por las ideas sino por algo más, ¿la supervivencia?, ¿el poder de imponerse sobre los demás? ¿Es necesario para ello un triunfo en las urnas o acaso se necesite otra cosa?
En otros tiempos existían dirigentes políticos que profesaban ideas, conceptos. Ahora, todo se reduce a una expresión táctica. Peor aún —si incluso le diéramos crédito al guion del estratega con ínfulas de prestidigitador—, lo que vemos en realidad es improvisación. Un guion improvisado, que muy probablemente no se haya escrito a la par de los desenlaces posibles, del análisis de las consecuencias que puede tener la ejecución del plan más allá de los resultados más inmediatos: dominar la agenda, ganar una elección legislativa…
Vuelvo a la noticia de la serie taiwanesa Zero Day y me pregunto: ¿qué de todo lo que estamos viviendo en Argentina puede transformarse en una ficción bélica? ¿Estamos cerca o muy lejos de que alguien narre el escenario de un conflicto a gran escala en Argentina? ¿Qué vendrá primero, la realidad o la serie?
Quizás, cuando la experiencia Milei se disuelva —como tantas otras experiencias políticas—, solo quede un eco de aquel barullo; y el efecto de tanta violencia se desvanezca, se transforme en decepción y vacío. Entonces será tiempo de imaginarse nuevos escenarios, no necesariamente de guerra.
AF/DTC