Jorge Bergoglio llegó a Santa Marta el 12 de marzo de 2013 y ya nunca se fue. Lo hacía para participar en un cónclave inédito, tras la renuncia de Benedicto XVI, y 36 horas después era elegido papa. Sin embargo, en lugar de trasladarse al Palacio Apostólico, Francisco decidió quedarse en Domus Sanctae Marthae sus 13 años al frente de la Iglesia. Estos días, después de desalojarlo de funcionarios y colaboradores, el personal del Vaticano se afana en devolver al edificio a su función anterior: alojar a los cardenales durante el cónclave.
Casa Santa Marta será una especie de prisión hotelera en la que los –de momento– 133 electores estarán completamente aislados e incomunicados desde el 7 de mayo hasta que haya fumata blanca. El edificio tiene cuatro plantas en las que se reparten 129 habitaciones (de las cuales 106 son suites), y un apartamento, que es el que utilizaba Bergoglio y que de momento permanece sellado, con todas sus pertenencias.
Las habitaciones son individuales, y su adjudicación no se hace por antigüedad ni por orden de llegada a Roma, sino que se reparten durante un sorteo organizado por el camarlengo. Pero esta vez el problema no es ya si toca cuarto bueno o cuarto malo, sino si habrá cuarto para todos.
Demasiados cardenales
Este miércoles las congregaciones generales resolvieron uno de los puntos más conflictivos de este precónclave: cuántos cardenales pueden votar. Pablo VI estableció en 1973 que el máximo de electores es 120 y Juan Pablo II lo confirmó en la constitución apostólica Universi Dominici Gregis. ¿Problema? Francisco nombró 149 cardenales, muchos de los cuales tienen menos de 80 años. Sumados a los nombrados por los papas anteriores, son 252 en total y 135 con derecho a voto. Así que estas semanas se ha estado hablando de si había que quitarse de encima los purpurados sobrantes para cumplir con la norma. ¿Dejar fuera a los últimos? ¿Una lista de espera por si alguien falla en el último momento?
Finalmente, decidieron que todos los que tienen derecho entrarán en la Capilla Sixtina. “El acto de nombramiento de cardenales por parte del Papa supone de facto una modificación de la norma”, resumió el portavoz vaticano, Matteo Bruni. Eso deja la cuenta en 135, menos dos que han anunciado que no vienen por cuestiones de salud, como el español Antonio Cañizares.
133 cardenales para 129 habitaciones en las que además hay que acomodar a las personas que darán servicio a los purpurados durante el encierro: médicos, enfermeros, personal de cocina y limpieza, organización, liturgia… El asunto trae de cabeza a los vaticanistas y es una pregunta recurrente en las ruedas de prensa. Hasta ahora, el portavoz se había limitado a decir que ya se vería la manera de resolverlo. Ahora explica que comenzaron los trabajos de adecuación de Santa Marta, a la que se sumarán espacios de Santa Marta Vecchia, un edificio adyacente conectado a través de un patio.
Todavía no se sabe cuántos irán a uno o al otro, aclaran fuentes vaticanas, que recalcan que el refectorio es lo suficientemente grande como para que todos puedan hacer las comidas todos juntos y encontrarse en diferentes espacios en las horas que no estén en la Capilla Sixtina, a la que irán por la mañana y por la tarde para realizar dos rondas de votación cada vez. Al final de la mañana y de la tarde, saldrá por la chimenea el humo negro que indica que no hay Papa. Hasta que uno consiga la mayoría.
Un hospedaje singular
Cuando no acoge a los cardenales encerrados, Santa Marta funciona como lugar de acogida para los religiosos que llegan a Roma. Y más de uno, cuentan, se llevó un chasco al descubrir que el hotel vaticano no es un todo incluido. “No puedo decir el nombre porque es un amigo, pero un cardenal extranjero que pensaba que todo era gratis invitó a unos colegas a charlar después de la cena y se acabaron los licores del minibar. El caso es que después se lo encontró en la cuenta y se quedó de piedra”, relataba hace unos días el arzobispo Anselmo Pecorari a un periodista de Il Corriere della Sera.
Algún otro mencionaba también el detalle del toque de queda de las 22.30 para los huéspedes, que a partir de esa hora deben pedir permiso a los miembros de la guardia vaticana apostados en la puerta. La cuestión de la no gratuidad en Santa Marta se coló incluso en una rueda de prensa esta semana, pero el portavoz no quiso aclararla: “No todas las preguntas tienen que tener una respuesta”, zanjó.
Cuando Francisco salió del hospital Gemmelli, siguió siendo atendido por sus médicos personales en la residencia, y allí murió el 21 de abril pasado. Los sanitarios deberán encargarse ahora del cardenal bosnio Vinko Puljic, que aunque está gravemente enfermo, asistirá finalmente al cónclave. No está claro cómo votará porque se descarta que pueda trasladarse cada día a la Capilla Sixtina, que está a unos 500 metros y a la que los cardenales aislados –no pueden tener contacto con el exterior ni comunicarse con nadie– suelen llegar en bus. Se habla de que tendrán que llevarle a Pujlic la urna hasta Santa Marta, pero esto también sigue sin aclararse, porque el purpurado declaró su intención de trasladarse con los demás, aunque no se sabe si estará en condiciones de hacerlo.
Un hospital
De hecho, Santa Marta comenzó siendo un pequeño hospital para indigentes de 1538 a 1726, cuando fue ocupada por una congregación española de los padres trinitarios. Fue construida por el papa Pablo III, el polémico Alessandro Farnese, que creó la Inquisición romana en 1542 y convocó el Concilio de Trento para responder a la reforma protestante. Farnese también reconoció a la orden de los jesuitas a la que pertenecía el papa Francisco.
El edificio fue teniendo diferentes usos y acabó descuidado y abandonado. León XIII lo convirtió en residencia para religiosos en viaje al Vaticano en 1891 y Juan Pablo II le dio además la función de alojar a los participantes del cónclave. La estructura actual se inauguró en 1996 y con fuerte oposición ciudadana. La reforma, que le sumó una planta entera, enfadó a los vecinos de los barrios cercanos que ya no podían ver la cúpula de San Pedro. Tuvo incluso que intervenir la Unesco, que finalmente le dio el visto bueno.
A menos de una semana del comienzo de esta concurrida elección papal, es mucho lo que hay que hacer y resolver para alojar a los cardenales que decidirán el futuro de la Iglesia católica. El próximo pontífice, quizá, tendrá que plantearse una nueva reforma de la Casa Santa Marta, el otro escenario del cónclave que es como un hotel, pero no tanto.