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INVESTIGACIÓN

Seis mujeres señalan a un catedrático de la Universidad de Barcelona por pedirles masajes y sexo mientras era su jefe

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Ana Requena Aguilar

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“Yo era becaria de su grupo de investigación, él se me tiró encima y solo recuerdo que acabamos en su habitación”. “Entiendes que o pasas por esto o abandonas tu carrera en la academia”. “Él insistía en que nadie podía saberlo”. “Yo sentía claramente que yo no quería, que eso no estaba bien, pero también quería creerme que no pasaba nada. En esos encuentros yo no era un sujeto, era un objeto, llegué a pensar que la única forma de sobrevivir en la academia era seguir enrollándome con él”. “Controlaba con quién podías quedar y si podías enrollarte con él o no”. “A veces, en su casa, pedía masajes, llegó un momento en que se quitó los pantalones y en un par de ocasiones, también los calzoncillos”.

Son frases extraídas de los testimonios de seis mujeres que señalan que el catedrático de la Universitat de Barcelona (UB) Ramón Flecha –el tercer autor más citado en el campo de la Sociología en España, según Dialnet– las coaccionó para mantener sexo con ellas y les pedía masajes mientras él mantenía una relación de superioridad jerárquica sobre ellas: él era el líder del grupo de investigación CREA del que ellas formaban parte y, en ocasiones, su director de tesis o parte del tribunal que juzgaría su trabajo de investigación para convertirse en doctoras.

elDiario.es, junto a RTVE Noticias, Ràdio 4-RNE e Infolibre, ha recopilado y contrastado el testimonio de seis mujeres que relatan este tipo de comportamientos por parte de Ramón Flecha a lo largo de más de dos décadas, entre el año 2000 y la actualidad. Otras tres personas confirman que existieron este tipo de conductas, así como el testimonio de una mujer incluido en un expediente interno de la UB de 2004. Todas las mujeres han preferido aparecer en este reportaje con pseudónimos por temor a represalias y para priorizar el relato colectivo.

Los relatos de las seis mujeres son coincidentes. Casi todas conocieron a Ramón Flecha durante la carrera, cuando él fue su profesor en la Universitat de Barcelona, y empezaron a colaborar con CREA; y todas relatan un comportamiento envolvente que termina en sexo y/o masajes: el catedrático las introduce en su equipo cuando son muy jóvenes, les ofrece participación en investigaciones y proyectos, e inicia una relación personal -a solas y con otros miembros del grupo- por la que obtiene información íntima de ellas, que después utiliza.

“Siempre que hacías algo mal en el trabajo, eso era culpa de tus relaciones pasadas”, resume una de ellas. “Él lo llevaba todo a lo sexual”, añade otra. Una tercera afectada concluye: “Te dice que tener relaciones con él es lo que te va a redimir y hacer que tengas una vida mejor”. Todas las personas entrevistadas coinciden también en que el catedrático utiliza las publicaciones científicas sobre violencia de género en las que aparece su firma como parapeto ante cualquier crítica o acusación.

Ramón Flecha (Bilbao, 1952) es catedrático emérito de Sociología de la Universitat de Barcelona (UB). Especializado en educación, es conocido por su proyecto Comunidades de Aprendizaje, basadas en su teoría del aprendizaje dialógico. Fue en 1991 cuando creó lo que hoy se conoce como CREA -Community of Research on Excellence for All-, un equipo de investigación ligado a la UB. elDiario.es ha recabado la versión de la universidad, que asegura que el equipo no pertenece a la UB desde 2020. No obstante, su directora, Marta Soler, utiliza un correo de la UB, la propia web de CREA está alojada en el dominio de esta universidad y usa como mails de contacto los pertenecientes a este centro académico. En su web, actualizada el 30 de septiembre de 2024, CREA se autodefine como “un proyecto de investigación de la Universidad de Barcelona, financiado con fondos europeos”.

Desde 2013, Flecha ha participado también en conferencias y publicaciones sobre violencia de género, como “Las nuevas masculinidades alternativas y la superación de la violencia de género” o “Acoso sexual de segundo orden: violencia contra los silenciadores que apoyan a las víctimas”. Él mismo asegura en su perfil de redes sociales ser el “Científico nº 1 (ranking mundial) en Gender Violence”.

En 2016, la Universitat remitió a la Fiscalía tres denuncias que acusaban a CREA de funcionar como una secta y de practicar un alto grado de “manipulación psicológica”. Tiempo después, la Fiscalía archivó el caso porque no había, decía, elementos suficientes para considerar que los hechos pudieran calificarse como delito, pues las personas tenían la libertad de entrar y salir de CREA.

Esa no era la primera vez que la universidad recibía denuncias internas sobre Flecha y el CREA. Ya en 2004, y tras varias quejas, la Universitat abrió un expediente interno, al que ha tenido acceso elDiario.es. El instructor de ese informe recomendó abrir una investigación rigurosa y tomar medidas preventivas de manera inmediata. En ese expediente aparecía el testimonio de una mujer que relataba haber sido alumna de Flecha y mantener sexo con él mientras el catedrático tenía la capacidad de decidir sobre becas y proyectos. La UB afirma que “por personas que trabajaban entonces en el centro” sí se hizo seguimiento de ese expediente y sus recomendaciones, pero que, debido al tiempo discurrido, “trazar el detalle exhaustivo de las actuaciones realizadas en aquél momento no es nada sencillo”. En 2006 Ramón Flecha dejó la dirección de CREA, aunque todos los testimonios y pruebas recabadas muestran que nunca dejó de ser la persona que lideraba el equipo.

En el último año, al menos 24 personas han abandonado CREA. Varias de ellas han buscado asesoramiento legal ante el temor de que su salida supusiera algún tipo de represalia. En una carta fechada el 17 de junio y dirigida al rector de la Universitat de Barcelona, Joan Guàrdiá Olmos, la representación legal de un grupo de 14 exmiembros de CREA advierte de “la gravedad de las situaciones vividas” por sus representadas “durante su pertenencia a la red CREA”, solicita información sobre cómo dio continuidad la universidad a las recomendaciones hechas en 2004, entre otros asuntos, y pide un canal seguro para abordar la situación que garantice “la seguridad” de las mujeres.

En la misiva, las abogadas cuentan que algunas de sus clientas “relatan haber mantenido relaciones sexuales con el Sr. Ramón Flecha en un contexto de clara desigualdad jerárquica —en calidad de alumnas, becarias, doctorandas o subordinadas— y bajo un patrón reiterado de conducta que encaja con una lógica de coerción sexual, abuso de poder, acoso sexual, violencia psicológica y explotación laboral”. La UB asegura que sus servicios jurídicos han respondido a esa carta y que no existen más denuncias que las de 2004 y 2016.

A preguntas de los cuatro medios de comunicación que participan en esta investigación, Ramón Flecha ha negado todos los hechos y asegura que existe una campaña para difamarlo debido a su apoyo a las víctimas de violencia de género y su lucha contra el acoso sexual en la universidad. Flecha asegura que “nunca” ha mantenido este tipo de relaciones ni pedido masajes a subordinadas o alumnas. Preguntado sobre si ha podido incurrir en este tipo de conductas con mujeres cuyos contratos no dependieran directamente de CREA, pero sí estuvieran vinculadas académicamente al grupo, el catedrático se negó a especificar más: “Hacerme preguntas sobre sexo es acoso sexual”. No obstante, Flecha subraya que es “líder mundial” en investigación sobre violencia de género y “pionero” en denunciar el acoso sexual en las universidades y que por eso mismo es “víctima de la violencia de género aisladora”.

Las historias

Mónica es una de las mujeres que relata este tipo de comportamientos por parte de Flecha. En su caso, la relación con el catedrático comenzó cuando, después de haber tenido varios encuentros con ella y otras personas, le ofreció un contrato como ayudante de investigación en CREA. Cuando tenía 23 años, y mientras mantenía una relación laboral con CREA, Ramón Flecha la invitó a cenar: “Recuerdo que me hizo preguntas personales, sobre mi pareja, mi familia, yo le conté muchas historias íntimas que demostraban de alguna manera mi vulnerabilidad. Yo confié en él. Ahí ya va ganándote porque ya has compartido ese tipo de cosas”. A partir de ahí, recuerda, la exposición a “situaciones sexualizadas” fue creciendo, como leves roces en brazos o manos, sorpresivamente y de manera unilateral, preguntas frecuentes sobre su pareja y juicios sobre su relación sentimental.

Mónica hizo su tesis vinculada a un proyecto de CREA y su relación profesional con Flecha se estrechó. Finalmente, durante un viaje de trabajo, la mujer asegura que Ramón Flecha aprovechó un silencio durante una conversación para abrazarla “muy fuertemente”. “Me muestra que está teniendo una erección. Me quedé en shock. No lo procesé, no fue un abrazo mutuo ni consentido. Yo no me moví. Él era mi jefe, mi beca dependía de él, yo trabajaba full time para él”, relata. Mónica cree que tener pareja en ese momento la protegió para que la situación no llegara a más. Sin embargo, la ruptura con su novio marca un punto de inflexión: “Me machacaban por haber estado con este chico, me culpan, me dicen que esta relación casi destruye el CREA. Y en esa situación de vulnerabilidad Ramón aprovecha para tener relaciones conmigo”. Las relaciones se extendieron durante unos meses, pero Flecha también involucró a Mónica en los masajes, recuerda, durante varios años más

Tal y como relatan otras personas involucradas en CREA durante años, era frecuente que parte de la actividad del grupo tuviera lugar en casa de Ramón Flecha, desde trabajo de investigación hasta tertulias, comidas o cineforums. Así empezaron los encuentros íntimos: “Él te decía de repente ‘vamos a hablar’ y te llevaba a la habitación. Casi siempre había más gente, pero también a veces sola... Muchas veces nos decía que estaba hecho polvo, que le ayudáramos, que tenía tensión ahí o allá… era un asco, lo envolvía todo de que era algo para cuidarle porque él cuidaba a todo el mundo y nadie cuidaba de él, se quejaba. Una vez, él estaba estirado en la cama, y una de mis personas de confianza estaba sentada con él. Él me tomó de la cabeza y se acarició la tripa con mi pelo, fue horrible”. Mónica recuerda que era frecuente que Flecha se quitara la camisa y que en ocasiones también se quitó los pantalones para tenderse en la cama y recibir los masajes. “Muchas veces me sentía simplemente exhausta, llegaba a pensar que sí, que había que cuidarlo. Yo aún no tenía ni 30 años, estaba contratada en algunos de sus proyectos de CREA, él era mi jefe”, subraya,

La presión se intensificó, asegura la mujer, quien recuerda peticiones de su jefe para que fuera a su casa: “En cualquier momento te decía ‘ven’ o ‘ven a casa y prepárate’. Era una orden, no sabías bien a qué ibas. Podía avisarte por teléfono, decirte ‘¿dónde estás?’ o ‘¿estás libre esta noche? Pues ven’. O te decía que te avisaba luego y tú tenías que estar pendiente. Era una orden, nos tenía a su disposición”. Una vez que sucedían los encuentros sexuales, Mónica recibía por parte de él comentarios sobre su mejora física o su belleza: “Creías que estabas mejorando pero ni siquiera sabías en qué. La idea era que tenías que comportarte bien para que confiaran en ti y te mandaran a un sitio u otro, porque si salía una convocatoria de beca o de plaza todos preguntábamos a quién le tocaba presentarse, y era él quien decidía. Si decidías por libre te machacaban, eras individualista, trepa...”.

Otro de los detalles que recuerda Mónica, y que coincide con el relato de otras mujeres, es que Ramón Flecha le pidió que no hablara con nadie sobre sus encuentros sexuales y que, después, le escribiera correos electrónicos “contándole lo bien que había estado” y lo que significaba para ella acostarse con él.

Muchas veces me sentía simplemente exhausta, llegaba a pensar que sí, que había que cuidarlo. Yo aún no tenía ni 30 años, estaba contratada en algunos de sus proyectos de CREA, él era mi jefe

Mónica

Este tipo de comportamientos se alternaba con lo que esta mujer describe como “machaque”. “Te decía que era mejor que él decidiera todo porque él era el que mejor decidía y lo que tú hicieras podía estar mal. Decía que no le valorábamos porque él era una nueva masculinidad alternativa, y que nosotras estábamos sometidas a nuestra socialización y que hacían falta 500 años para que las mujeres cambiáramos esa socialización y empezáramos a valorar a los hombres como él en lugar de a los chulos. De repente, te decía que lo estabas destrozando todo. Empezó a difamarme y a inventarse cosas sobre mí. Yo me estaba volviendo loca, ya pedía perdón por cosas que no había hecho”, describe.

Defender a CREA

“Mi relato público siempre ha sido defender a CREA”, dice Alejandra, otras de las mujeres que vivió este tipo de comportamientos. Como otras, esta mujer ha defendido durante años la imagen de CREA y de Ramón Flecha y creyó que las acusaciones y rumores se debían a un ataque académico hacia él y hacia su grupo de investigación: “Lo importante es que al final muchas hemos visto al mismo tiempo lo que realmente estaba sucediendo, las unas gracias a las otras”.

Mientras estudió Sociología en la Universitat de Barcelona, Alejandra acudía un día a la semana a CREA para colaborar con labores de investigación. “Ahí coincidimos sin más. Un día sí nos tomamos un café y me contó un asunto personal muy importante, yo no entendí por qué me lo estaba contando a mí”. La mujer se involucró más en la actividad de CREA, acudiendo con frecuencia a una reunión periódica en la que quienes participaban contaban sus experiencias sexuales y sus primeras relaciones afectivas, “porque decía que era la clave para entender nuestra vida sentimental”. Al acabar la carrera y empezar el máster, Alejandra comenzó a tener más relación con Flecha. “Él me empieza a apoyar y empezamos a tener una relación más estrecha, empiezo a ir a su casa, antes no había ido. Te cuenta cosas personales para que tú le cuentes, hablamos mucho sobre mi vida y pareja, se rompía la barrera entre lo profesional y lo personal. En ese momento, el CREA me empieza a potenciar. Yo siempre tuve un contrato externo a CREA, pero te hace entender que todo lo que tienes es gracias a ellos. En esos años, él era mi director de tesis, y sabes que en los tribunales hay gente de CREA”, explica.

Fue en esos encuentros en casa de Flecha donde, prosigue, comenzó a ver “que le pedía a mujeres que le dieran masajes”. “Cuando ibas a su casa no sabías si era a ver la tele, a escribir un artículo… Yo lo veía como cuidar a un señor mayor, que estaba muy cansado, él iba de víctima”, apunta. Fue así como, en 2016, Flecha comenzó a pedirle masajes, una conducta que duró entre 2016 y 2019: “Como lo había visto antes, cuando me lo pidió a mí me pareció natural. A veces había otra gente en el piso, y en ese momento yo los veía como mi familia, pasábamos todo el día juntos. Otras veces estaba sola con él. Algunos me los pidió en el salón, otras en su habitación, con otra chica o solo yo con él…. Hubo varios en la espalda, llegó un momento en que se quitaba los pantalones para que se los diéramos en las piernas. Al menos en un par de ocasiones se quedó desnudo”. Alejandra recuerda que las peticiones de masajes empezaron justo después de que ella le confesara un episodio de abusos que había sufrido: “Decía que era para que superara las imágenes que yo tenía en mi cabeza, mi trauma”.

Alejandra describe la dinámica de premios y castigos que Ramón Flecha desplegaba con las mujeres: “No había un contexto para decir que no, no podíamos negarnos a lo que pedía, se enfadaba y te castigaba. Veías que lo había hecho con otra gente, apartarla de repente, o si se molestaba, estaba días sin invitarte a ir a nada, te rechazaba cosas, decidía no enviarte a una charla que pedía una universidad”. Ella nunca compartió con nadie lo que sucedía con los masajes y ni siquiera, afirma, se atrevían a hablarlo entre las mujeres que participaban.

No podíamos negarnos a lo que pedía, se enfadaba y te castigaba. Veías que lo había hecho con otra gente, apartarla de repente, o si se molestaba, estaba días sin invitarte a ir a nada

Alejandra

A preguntas de elDiario.es, la actual directora de CREA (en el cargo desde 2006), Marta Soler, ha insistido en los mismos argumentos que Ramón Flecha y asegura que los testimonios responden a una campaña de difamación por su apoyo a las víctimas de violencia de género. Al mismo tiempo, y preguntada por si CREA ha tenido en algún momento conocimiento sobre los hechos relatados por estas mujeres, Soler responde: “Esta pregunta transmite otra falsedad que reproduce el peor machismo coercitivo y retrógrado que desarrolla actitudes paternalistas hacia mujeres mayores de edad que ejercen su libertad. Se trata de un discurso muy propio de contextos antidemocráticos con los que se infantiliza a las mujeres como si no tuviéramos capacidad de escoger con criterio nuestras relaciones personales o de amistad o incluso de gestionar nuestras vidas”.

En ningún caso Soler habla de abrir algún tipo de investigación interna para indagar sobre los comportamientos señalados por estas seis mujeres ni por las que suscriben la misiva a la UB. elDiario.es ha decidido publicar de manera íntegra la respuesta de Soler al final de este artículo.

Ocultar los encuentros

“2017 y 2018 fueron los peores años, llegué a tener pensamientos suicidas”, admite Sofía, que conoció a Ramón Flecha una década antes, cuando tenía un trabajo de unas pocas horas en un proyecto de CREA. Fue en 2011 cuando comienzan lo que ella describe como “acercamientos personales”. La primera quedada fue en la cafetería de un hotel, algo que le extrañó. En esas citas. la mujer relata conversaciones íntimas sobre sus vidas en las que él pedía detalles. Fue cuando ella le compartió un problema de salud que sufría, cuando Flecha le aseguró que se debía a su historia sentimental. “A partir de ahí empezó toda su teoría de que todos mis problemas derivaban de mis rollos sexuales. Según él, yo me iba a curar a través del diálogo con él, porque él despreciaba el tratamiento médico”, cuenta.

El primer masaje ocurrió en 2014: “Después de una cena con él y otra compañera, ella nos dejó con el coche en casa de Ramón, allí de repente se quitó la camiseta y me pidió un masaje. Entré en shock. Ese capítulo lo había querido dejar en el rincón de mi memoria. El miedo que tuve ese día, y la sensación de ”esto no está bien“, ”esto no lo quiero“... ”. La tensión era tan alta, recuerda, que el propio catedrático le dijo que parara.

Tiempo después hubo otro punto de inflexión, cuando Ramón Flecha la invitó a un viaje a Bilbao del que pidió que no contara nada a nadie: “Él me dice explícitamente que nadie se puede enterar de ese viaje, porque puede generar envidias. Era un viaje importante para él y una semana antes me dijo que yo no parecía lo suficientemente motivada. Yo estaba asustada, no quería nada con él”. En ese viaje, Sofía asegura que Flecha intentó besarla, pero ella lo esquivó. “Tenía ganas de vomitar. Sentí, ¿cómo me escapo de esto? Esto es claramente una emboscada. Era muy difícil”. La mujer recuerda que el catedrático aprovechó para criticar a su novio, con el que había roto, y para atacarla a ella por defenderlo y por haber estado con él.

“Volví a Barcelona con mucha angustia y mucha culpa y se lo digo a Ramón”, prosigue. A partir de ahí, empieza un año “en el que no para de reventarme”: “No paró de picar piedra, de decirme que yo tenía un problema de deseo ancla, que yo había hecho de puta gratis… Yo era la peor persona que pisaba el mundo. Durante esos meses, yo me convencí a mí misma de que me tenía que morder la lengua, y hablar menos. Él le contó a la gente que yo estaba en un proceso de resocialización”. Finalmente, una vez pasó ese año, Ramón Flecha la besó y ella cedió, “puse el piloto automático, pensé que era un acto que me iba a liberar de todo esto”. Al mismo tiempo, señala, el catedrático insistía mucho en la importancia de tener oportunidades en la academia.

Desde ese momento, Sofía habla de lo que ve ahora como un patrón: “Quedábamos para lo que fuera y luego él decidía qué pasaba. Él podía decirme lo que quisiera, yo tenía que callarme porque estaba en un ‘proceso de reforma’. No te puedes atrever a hacer ninguna sugerencia ni nada, porque él nos dice que es el mejor tío del mundo y nos criticaba nuestra doble moral. Pensé que tenía que elegir: entre seguir en la academia y aguantar o irme, y la única forma de sobrevivir en la academia era enrollarme con él, así que lo hice y me disocié. Yo estaba hecha mierda por todo lo que había pasado. Sentía claramente que yo no quería, que no estaba bien, pero una parte de mí quería creerse que no pasaba nada, que nadie se enteraría nunca. Él estaba en una posición en la que podía tomar decisiones sobre mi carrera, yo me quería morir”. Él, asegura, insistía en que nadie debía saber lo que sucedía entre ellos.

Pensé que tenía que elegir: entre seguir en la academia y aguantar o irme, y la única forma de sobrevivir en la academia era enrollarme con él, así que lo hice y me disocié

Sofía

Como con otras mujeres, después de esos encuentros él le hacía escribirle correos y mensajes “para decirle que todo estaba bien, para que le contara lo bonito que había sido el sexo, que le reportaras tu nivel de transformación y satisfacción… todo eran conversaciones sobre la bondad y la belleza de esos encuentros”. De la misma manera, cuando le hacía saber que se había equivocado en algo, ella tenía que escribirle una disculpa. “Tú ya sabías lo que tenías que escribir. Le obsesionaba mucho que le pudieran pillar”, piensa ahora esta mujer sobre aquellas instrucciones.

Su último encuentro fue en 2019: “Estuvo horas reventándome con cosas que yo había hecho mal y de repente todo está maravilloso y hay que ir a dormir juntos. Él elige siempre, no tienes margen, yo en esos encuentros no era un sujeto, era un objeto”. Sofía empezó a inventarse que tenía la regla o migrañas para evitar esos momentos a solas.

Tutorías en su casa

Raquel, que fue alumna de doctorado con Ramón Flecha a principios de los 2000, relata una dinámica similar. Encuentros con más gente en los que él reproduce la idea de que a las mujeres les gustan “los cabrones” porque tienen un problema de socialización, en los que se anima a las personas a compartir detalles íntimos sobre sus vidas y a analizar sus relaciones.

Tres semanas después de dejar la relación con su pareja, Ramón Flecha le propone hacer un viaje a Bilbao. “Estamos con otra compañera, que se va a dormir, nos quedamos en el sofá, empieza a acercarse, a acariciarme, yo estoy muy incómoda y me dice que miremos por la ventana a ver no sé qué. Cuando volvemos al sofá ya me da un beso, no pasó nada más”, recuerda. En el viaje de vuelta a Barcelona, en coche, Raquel, a petición de Flecha, tuvo que “repasar todas y cada una de las relaciones que yo había tenido y él me reinterpreta mis historias, me decía quién me había tratado bien y quién mal”. Desde entonces, esa información sirvió, “de manera insistente” para relacionar cada error de ella con esas historias. “También me contó detalles de mujeres de CREA que eran profesoras con las que tenía relaciones y me preguntaba que dónde me situaba yo. Y me decía que la transformación social y personal van de la mano”.

En 2002, a la salida de un seminario, una profesora de CREA se dirigió a ella: “Me dijo que me veía muy bien y que yo ya estaba preparada. Entendía que se refería a tener sexo con él. Estaba nerviosísima, lo consulto con una de esas personas cercanas a él y me dice que tengo que entregarme. En ese momento yo colaboraba con CREA y, no recuerdo ni cómo, empezaron las relaciones en casa de él”. Raquel le contó uno de sus encuentros a una amiga y eso llegó a oídos de Flecha: “Me echó una bronca tremenda, que no podía decírselo a nadie, solo a una persona que era de su confianza”.

Desde entonces, la mayoría de veces que ella pedía tutoría para su tesis, las reuniones tuvieron lugar en casa de Ramón Flecha, “y a veces acababa en sexo”. Él fue el presidente de su tribunal de tesis. En ese mismo periodo y durante algunos meses, Raquel tuvo una beca en el grupo en el que Flecha era el investigador principal. Esas relaciones duraron tiempo, hasta que ella logró tomar distancia del grupo, aunque seguía ocupándose de otras tareas personales. Raquel también participó de los masajes durante años, casi siempre con otras chicas y con Flecha, apunta, desnudo de cintura para arriba, “puntualmente sin pantalón”

“A mí Ramón me ha machacado personalmente, también delante de otras personas. Me ha dicho que destrozo los momentos bonitos, que siempre voy a fastidiar. Si te rebelas, te amenaza con que te vas porque no apoyas a las víctimas de violencia de género”, asevera.

Control

Los testimonios de Sonia y María tienen también muchos puntos en común. En el caso de Sonia, Ramón Flecha fue su codirector de tesis a comienzos de los 2000.. Ella había entrado a trabajar en CREA en el 2000. “Hablamos mucho sobre relaciones, empiezo a pensar que yo elijo mal y que por eso me va mal, él lo contrapone a su modelo de relaciones abiertas, podías contarle todo, no se escandalizaba de nada. Él iba de que era el hombre más feminista del mundo”, relata. Pronto comenzaron las conductas de control, por ejemplo era él quien tenía que darle permiso a ella si quería entablar alguna relación con un chico.

“Ni me planteaba no seguir esas normas, tenía miedo al machaque, a que me hundieran. Me echaban broncas porque decían que era muy competitiva por los hombres y que quería quitarle el chico a las demás. Tenías que pedir perdón, reconocer que te habías equivocado, obedecer. Siempre que hacías algo mal en el trabajo, eso era culpa de tus relaciones pasadas”, cuenta.

Sonía empezó a tener sexo con Ramón Flecha. “Cuando empezamos a tener relaciones, él dirigía los proyectos en los que yo participaba y mi tesis”, asegura. La mujer recuerda que en ese momento se sentía fascinada por la atención que le daba el profesor. También que existía una dinámica de “premios y castigos”: “Si después de una bronca de trabajo, quedabas con él y te enrollabas con él, eso significaba que lo que había pasado estaba perdonado. Si le decías que no a algunas cosas, entonces podía haber una connotación patologizante o te decía algo como que yo era una conservadora y que por eso no se podían hacer cosas conmigo”. Negarse a hacer un trío le costó a Sonia sufrir ese tipo de “consecuencias”. En ese momento, Flecha era su director de tesis.

En el caso de María, conoció a Flecha cuando él fue su profesor de Sociología de la Educación en segundo de carrera en la UB. “Hablábamos en los pasillos o al final de clase. Un día llegué muy preocupada por un tema personal, me hizo acercarme y me preguntó qué me pasaba y se lo conté. Me dijo: ‘eso es porque tiene problemas sexuales’. Me quedé muy descolocada, él era un señor importante”, rememora. Al final de una de esas clases le ofreció un contrato en CREA, y así fue, como becaria.

Si después de una bronca de trabajo, quedabas con él y te enrollabas con él, eso significaba que lo que había pasado estaba perdonado

Sonia

Durante las vacaciones de esa beca, Flecha la llamó para invitarla a tomar algo con unos amigos. “Hablamos de cosas personales, me recomendó un libro y me dijo que si subía a su casa me lo dejaba. Una vez allí me dijo que tenía una sala con discos, fuimos, se sentó en su sofá y me sentó encima, yo estaba muy incómoda, solo pensaba ‘¿este hombre qué está haciendo?’ Ante un comentario físico que me hizo, me levanté, entonces él se me tiró encima y solo recuerdo que acabamos en su habitación. Tuve que dormir allí, no dormí nada. En ningun caso mi voluntad era tener sexo con él”, relata. Días después, Flecha le pidió que le enviara un correo contándole qué había sentido en el encuentro “y que tuviera presente que él era la primera persona que me había dicho que me quería mientras me hacía el amor”. Su beca se reanudó poco después.

Durante años, María asumió responsabilidades y proyectos en CREA y fue testigo de las dinámicas del catedrático. “Escoge chicas para ser sus preferidas y para ser su mano derecha. Ha explicado relaciones con compañeras de CREA delante de gente ajena o de mucha gente que no tenía nada que ver. Da detalles de sus relaciones con nombre y apellidos de las chicas y dice cosas como ‘esa chica es de las que no follan’ o ‘¿no la ves más guapa? Es porque ha estado conmigo’. Esas chicas de las que hablaba eran becarias o doctorandas y él igual era su director de tesis o iba a estar en su tribunal de tesis”, explica. María también cuenta “el machaque” al que la sometía con comentarios sobre su físico o su manera de vestir, o las referencias constantes a sus relaciones cuando consideraba que ella había cometido algún error: “Esto es porque te gustan los guarros” o “porque quieres machacar a los chicos majos”.

María cuenta que las peticiones de Ramón Flecha eran prácticamente imposiciones, también en lo académico, cuando les exigía, por ejemplo, que hablaran bien de él a los rectores, que solicitaran que le hicieran doctor honoris causa y que si nadie lo hacía era “porque él estaba del lado de las víctimas de violencia de género”. “Entiendes que o pasas por esto o abandonas tu carrera, dejas la universidad por las represalias y consecuencias que íbamos a sufrir”, resume.

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