Último toque de queda en seis ciudades españolas: gritos de “libertad”, petardos y calles desiertas

Mónica Zas/ Álvaro López/ Arturo Puente/ Maialen Ferreira/ Beatriz Muñoz/ Ángel Villascusa

elDiario.es —

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Primera noche sin toque de queda. Aunque los relojes de toda España se acompasaron a medianoche para dar por finalizado el estado de alarma, y con él las restricciones a la movilidad, las escenas de despedida han sido muy distintas. Algunas comunidades han conseguido que sus ciudadanos cumpliesen por última vez con la normativa, que obligaba a retirarse a cierta hora y permitía volver a salir a partir de las 00:00, pero en otras el control brilló por su ausencia. Antidisturbios, cohetes, trifulcas, vítores y silencios bañaron las calles de seis ciudades que este sábado decían adiós al toque de queda, que no a la pandemia, aunque muchas imágenes sugirieran lo contrario.

Madrid: “Es un día fantasma, todo lo que quieras hacer, hazlo hoy”

Alberto y nueve amigos celebran su despedida de soltero en dos mesas separadas de un bar de Chamberí, en el centro de Madrid. Una limusina de Uber para a la altura del grupo y una chica asoma la mitad del tronco por la ventanilla. Tres amigos de Alberto se levantan, alguno sin mascarilla, e introducen la cabeza en el vehículo mientras los otros ríen, aplauden y el conductor presiona la bocina. Son las 22:30 y queda media hora para que empiece el último toque de queda en la Comunidad de Madrid, que ha descartado solicitar su prórroga a los tribunales.

“Es un día fantasma: todo lo que quieras hacer, hazlo hoy”, dice un camarero del bar contiguo. El trabajador se lamenta de que la caída del estado de alarma no sea un lunes y que tampoco le dejen abrir hasta las doce, como decretó Andalucía para este impasse extraño. Enfadado y obediente, comienza a cobrar a los comensales mientras suena de fondo Por el amor de esa mujer cantado a capela en una mesa grande. La fiesta está lejos de acabar. A unos cuantos kilómetros al sureste, en la zona de Huertas, los municipales desalojan los bares prometiendo a los más ebrios que pueden regresar “en quince minutos”. Las luces azules y la presencia policial surten efecto y la gente se empieza a dispersar a las 23:45.

“Ahí van tres con la mascarilla bajada”, dice un agente por el walkie-talkie, que se monta raudo en el coche para perseguir a los infractores. No habrá estado de alarma, pero las normas sanitarias siguen vigentes. De vuelta en Chamberí, las tiendas de alimentación se llenan de jóvenes con bolsas verdes a reventar de litronas y de hielos. ¿Dónde sigue la fiesta? “En el parque, está claro”, dice Adrían, con camiseta de Polo Ralph Lauren y jersey verde al cuello. ¿Y si viene la policía? “Pues corremos”, dice mirando a sus seis amigos y amigas, todos de 19 años.

“Nosotros hemos cogido una finca”, reconoce Alejandro. Su plan maestro es llegar a las afueras de Madrid a las 00:00, una vez hayan decaído las limitaciones de horarios y reuniones con no convivientes. No se atreve a decir cuántos van, pero asegura que son “muchos”. En cuanto al virus, anuncia que se la “pela” contagiar a sus amigos. “¿Tú les has visto? Si les libro de ir a currar me tienen que dar las gracias”, bromea. Edgar camina rápido junto a su bici y cargado con la mochila de una de las principales compañías de reparto a domicilio: “Dentro hay alcohol, muchísimo, siempre, siempre, pero hoy más”. Lleva tres horas repartiéndolo y calcula que le quedarán al menos otras tres.

Mientras los antidisturbios sueltan algún porrazo en la zona de Malasaña, en Chamberí la Policía solo merodea con las luces encendidas, sin sirenas, como escoltando a las decenas de jóvenes que desfilan portando bolsas opacas. En ese momento empiezan los vítores de “libertad, libertad” en los balcones. Alguno se anima incluso a enchufar en los altavoces la canción original de Jarcha, sin comprender el significado histórico y su falta de relación con el eslogan de Isabel Díaz Ayuso. Por su parte, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, asegura que la Policía Municipal ha realizado más de 450 intervenciones por las aglomeraciones y que  las zonas más “problemáticas” fueron la Plaza del Dos de Mayo, el Cercanías del Instituto Anatómico Forense y Wanda Metropolitano.

“¿Por qué hay que elegir?”, dice Silvia, de 21 años, junto a ocho amigos vestidos con sudaderas negras y camisetas de grupos de rock. Reconocen que el pasado 4M votaron a la izquierda. “Yo prefiero comunismo Y libertad”, concluye. Las calles se han llenado de bailes, bebidas y canciones hasta que ha empezado a chispear. Porque no hay coronavirus que espante más a un madrileño que cuatro gotas de lluvia.

Granada, excesos a los pies de la Alhambra

Petardos a modo de celebración, bailes pegados, cánticos a favor del presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, y hasta abrazos y besos como en otras épocas. Así se despidió Granada del estado de alarma que había mantenido al ocio nocturno cerrado desde el pasado otoño. Demasiados meses para los miles de personas que recorrieron las zonas más festivas de la capital granadina. Las calles Ganivet y Pedro Antonio de Alarcón fueron el epicentro de la celebración más inusual que se recuerda la ciudad, pero barrios como el Albaicín tampoco estuvieron tranquilos.

Una noche esperada para algunos, pero que contrasta con las declaraciones del presidente del Gobierno andaluz, que hace tan solo unos días cuestionaba que el Ejecutivo de Pedro Sánchez no les diese instrumentos para poder mantener las restricciones. Contrasta porque la Junta no solo no ha limitado lo que está en su mano, sino que ha “abierto el grifo”, como dice Moreno Bonilla, hasta permitir que los bares de copas y discotecas ya puedan abrir hasta las dos de la mañana. Un regalo que no han querido desaprovechar aquellos que añoraban estos lugares.

La situación obligó a un despliegue de la Policía Local de Granada que resultó ser más un ejercicio de efecto placebo que de control real para detener los excesos que se vivieron a los pies de la Alhambra. Porque el número de transeúntes de fiesta y personas con demasiado alcohol en sangre fue tan elevado que los policías se vieron superados y hay quienes no recuerdan haber vivido algo así. “No he visto nunca Granada con tanta gente de fiesta”, asegura José Ignacio, uno de los chicos que fue testigo de tan insólita estampa.

Otros, menos diplomáticos, fueron por las calles gritando frases como “a mí la mascarilla me suda la polla” o “llevo pasando del toque de queda todos estos meses”. Sin distancia de seguridad, las mascarillas, en algunos casos, cumplieron el mismo papel que el que tiene una corbata en una boda: empieza bien puesta, pero acaba olvidada o en la cabeza de alguien que no es su propietario.

Así, Granada ha vivido una noche que a muchos les ha recordado a tiempos previos a la pandemia. Como si de 2019 se tratara, las calles de ocio se convirtieron en templos para quienes confiesan llevar mucho tiempo esperando este momento. Mientras, en la otra cara de la moneda, los vecinos, que se habían acostumbrado a vivir con cierta calma durante el estado de alarma, lamentaron su nueva realidad. Algunos, incluso, tirando agua en los portales para evitar que los beodos acabaran la fiesta sobre las baldosas de sus casas.

Barcelona, cumplidora hasta la medianoche pero explosión de alegría después 

Tanto los Mossos como la Guardia Urbana de Barcelona habían avanzado que el dispositivo que preparaban para este sábado sería similar a los de Nochevieja o Sant Joan. Y el ambiente de la tarde previa a la caída del estado de alarma en la capital catalana tenía poco que envidiar a las de las fechas de las fiestas por antonomasia. El buen tiempo acompañaba. Familias, deportistas y gente de todas las edades aprovechaban la tarde en zonas como la playa de la Barceloneta, Montjuïc o el parque de la Ciutadella.

Pero, sobre todos los demás, destacaban los grupos de jóvenes. Chavales con bolsas o ya directamente cerveza en mano que caminaban sin saber exactamente qué esperar. Los bares y la hostelería permanecían cerrados desde las cinco de la tarde, pero eso no evitó que, al anochecer, el centro de la ciudad estuviera mucho más concurrido que cualquier otro día. De vez en cuando a lo lejos se oía la explosión de un petardo, sonido que en el Mediterráneo tiene el inconfundible significado de fiesta de trasnochar.

Con todo, los barceloneses fueron cumplidores hasta la medianoche y durante las dos horas que estaba activado el toque de queda, las calles estuvieron prácticamente vacías con algunas excepciones. Nora Martí y Helena Fortunat, de 25 años, son dos enfermeras del Hospital Vall d'Hebron que se estaban tomando una cerveza en la plaça del Diamant de Gràcia antes de las 12 horas. “Nosotras vivimos aquí y tenemos horarios muy diferentes a todo el mundo, así que tenemos la costumbre de tomarnos una cerveza cuando acabamos de trabajar. Normalmente vamos a una casa, pero hoy nos hemos animado a tomarla en la calle”, explica Nora.

Las dos sanitarias se muestran más bien en desacuerdo con el toque de queda, que califican de exagerado y autoritario, aunque sí creen que hacían falta restricciones porque la gente “se descontrola”, afirma Helena. Ella está vacunada pero Nora aún no. Ambas temen que las cifras de contagios puedan ir a peor tras la caída del estado de alarma.

Los puntos de encuentro habitual de jóvenes, como la explanada del Macba, la rambla del Raval, la plaça Reial o la de Universitat, estaban prácticamente vacíos antes de la media noche. El despliegue de Guardia Urbana era visible en todos los puntos de la ciudad. Sin embargo, cuando las campanas tocaron 12 veces, una explosión de alegría se sintió en las calles del Born. Muchos vecinos salieron por la ventana, otros grupos iban saliendo y hubo gritos a la libertad.

Andrea Labodega, de 30 años, recorría el camino contrario a todos los demás y se iba para unos minutos antes de estar permitido salir. Ella va con su perro y asegura que no modificó sus horarios de paseo por el toque de queda. “Esta es la primera noche que me para un policía, ahora hace un momento. Le he explicado que un animal no tiene horarios pero me ha dicho que mejor me fuera hasta las 12”, explica. Andrea tacha de “ridícula” la restricción horaria: “¿Es que antes de las 22 horas no hay virus?”.

Numerosos grupos de jóvenes comenzaron a reunirse en el Born. Allí unos agentes trataban de poner orden. “Se puede estar en la calle pero no se puede gritar”, advertía un guardia urbano a dos chicos en edad universitaria que cantaban a voces. Pero la reunión verdaderamente concurrida tuvo lugar unas calles más allá, en passeig de Lluís Companys, donde a lo largo de la primera hora sin toque de queda fue llegando en torno a medio millar de personas, en una de las primeras fiestas legales de Barcelona en medio año.

Sobre fiestas ilegales bajo la pandemia sabe algo Raúl Alcaide, un taxista que ha trabajado las noches de los fines de semana durante todo el toque de queda. “Mucha gente se lo salta, hemos tenido menos trabajo pero no mucho menos”, explica. “La gente hace fiestas en casa, te piden que les lleves por donde no haya controles”, asegura. En opinión de Raúl, que acabe el toque de queda es positivo para que la gente salga y puedan trabajar sectores como el suyo o la hostelería. Sin embargo, reconoce, le preocupa que el fin de las restricciones más duras hagan aumentar los contagios por el riesgo para gente como sus padres.

Tres furgones de la Guardia Urbana pasarán pocos minutos después de la 1 por Lluís Companys para desalojar a los jóvenes. Lo consigue temporalmente, pero los grupos vuelven a tomar la calle bajo el Arco de Triunfo de ladrillo. Han aparecido varios altavoces y la fiesta sube de intensidad. Los furgones de la policía aguardan al final de la calle. La noche será larga.

Bilbao: “Tenemos que pasarlo bien, que ya hemos tenido bastante”

El sonido de dos cohetes retumbando en el centro de Bilbao daba por finalizado el estado de alarma. Minutos más tarde de la media noche, grupos de personas, sobre todo jóvenes, iban llegando en grupo al Caso Viejo. A ambos lados de la ría, cuadrillas se apelotonaban haciendo botellón, pero conscientes de la presencia policial. Cada vez que pasaba una patrulla o una unidad móvil de la Ertzaintza, el “modus operandi” era el mismo: esconder las botellas, separarse y guardar silencio. Una vez se marchaban, volvían los gritos y los aplausos.

Sobre la 01:00 de la madrugada, en la plaza Unamuno a la que no se puede acceder en coche y por tanto la presencia de patrullas es menor, una treintena de jóvenes bailaba y cantaba al ritmo de panderos sin mascarillas ni distancia de seguridad. Y también sin que el coche de Osakidetza aparcado junto a ellos les recordase que a pesar de que el estado de alarma no siga en pie, la pandemia continúa.

“Tenemos que pasarlo bien, que ya hemos tenido bastante”, cuenta uno de los jóvenes a este diario. “Somos jóvenes ¿qué vamos a hacer? ¿Quedarnos en casa?”, se justifica su amigo. En la otra cara de la moneda, Maite, de 30 años, prefirió no salir de casa este sábado. “No hemos vuelto a la normalidad, el virus sigue ahí, entonces tampoco tiene mucho sentido salir esta noche. Durante las primeras semanas va a ser todo un caos, así que esperaré para hacer cosas como salir de noche o ir a la playa”, cuenta a elDiario.es/Euskadi.

Esa es parte de la estampa que deja la primera noche sin estado de alarma en una de las ciudades vascas que más ha sufrido los efectos de la pandemia. Cabe destacar que Euskadi es -con diferencia- el punto de España con la incidencia mayor en este momento, con una tasa que más del doble que la media española de 198 según los datos hasta este viernes.

Santiago, con escasas reuniones y mucha tranquilidad

En Santiago el fin del estado de alarma comenzó con calles poco transitadas, locales de hostelería cerrados incluso antes de la nueva hora límite y escasos grupos de más de seis personas -el máximo de no convivientes que se pueden reunir- en los espacios públicos. El Gobierno gallego permitió que ya el sábado los bares pudiesen ampliar su horario hasta las 11 de la noche y los restaurantes, hasta la una de la madrugada, dos horas más de lo que tenían permitido hasta el momento. Dado que el toque de queda empezaba en la comunidad a las 11, la Xunta maniobró para evitar una hora muerta entre el inicio de esa limitación y el fin del estado de alarma. En la práctica, el viernes fue el último día de toque de queda para los gallegos.

En la capital, algunos restaurantes dejaron de servir consumiciones ya en torno a la medianoche para empezar a recoger y un paseo por varias de las calles con más locales con servicio de cenas de la zona vieja compostelana dejaba una imagen de persianas bajadas desde antes de la una de la madrugada. También los bares habían echado la verja. Algunos grupos de gente caminaban por las calles de piedra, en las zonas abiertas al tráfico circulaban muy pocos coches, buena parte de ellos policiales, y se podían ver escasas reuniones de más de seis personas. Una pequeña plaza acogía algo antes de la una a un grupo de varios jóvenes bebiendo de botellas de dos litros de refresco.

Las normas que acaba de estrenar la comunidad prohíben reuniones de no convivientes tanto en la vía pública como en espacios cerrados a partir de la una y hasta las seis de la mañana. La limitación, pendiente de que la refrende la justicia, se aplica entretanto. Entre las excepciones a esta norma están las parejas que no comparten vivienda y las personas que viven solas, que se pueden integrar en lo que la Xunta llama unidad convivencial ampliada. El Gobierno gallego defendió estas restricciones como una transición entre el estado de alarma y la libertad completa de movimientos. Estarán vigentes hasta el 22 de mayo. El presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, explicó que se revisarán en unos diez días. Entre las cuestiones pendientes está la reapertura del ocio nocturno, que negocia poner en marcha una experiencia piloto este mismo mes con la intención de recuperar la actividad en julio.

Valladolid: un paréntesis de dos horas que ha enfriado las ganas de fiestas

Este sábado terminó el toque de queda en Castilla y León. A pesar de haber mantenido un perfil duro durante toda la pandemia, la comunidad no prorrogará la limitación de movilidad horaria, de momento, aunque fijó el cierre de la hostelería a las 00.00 horas, más temprano que otras autonomías. Sin embargo, esta noche, los bares cerraron a las diez, dos horas antes del fin del estado de alarma, coincidiendo con la hora del toque de queda. Los hosteleros cumplieron y los ciudadanos, que no tenían más remedio, se fueron a casa cuando cayeron las persianas. Salvo alguno, que siguió de fiesta en pisos del centro de las ciudades, la mayoría se retiró a su domicilio. Para muchos ha sido un paréntesis de dos horas, y a partir de las 00.00, aunque con los bares cerrados, salieron a las calles a pasear. También hay quien aprovechó el fin de las restricciones para celebrar con botellones el fin del toque de queda.

En Salamanca, la principal ciudad universitaria de la comunidad, los jóvenes abarrotaron la Plaza Mayor. En Valladolid fueron sobre todo los adolescentes del centro los que tomaron la zona de la playa de las Moreras, lugar de botellón tradicional de la ciudad. Esta imagen se repitió en otras ciudades como León o Segovia.

La Junta de Castilla y León impuso su propio toque de queda el sábado 25 de octubre de 2020, un día antes de que el Gobierno lo aprobase para todo el territorio nacional gracias al estado de alarma. Además, entre el 16 de enero y el 16 de febrero, los ciudadanos de esta comunidad tuvieron que volver a casa a las 20.00 horas, después de que el gobierno autonómico aprobase por su cuenta un adelanto del toque de queda. Una medida que suspendió el Tribunal Supremo.

Reportaje realizado por Mónica Zas (Madrid), Álvaro López (Granada), Arturo Puente (Barcelona), Maialen Ferreira (Bilbao), Beatriz Muñoz (Santiago de Compostela) y Ángel Villascusa (Valladolid).