HISTORIAS DE LA GUERRA

Vlad, de brillar como tenor en la ópera, a voluntario en Odesa: “Nunca nos arrodillaremos”

elDiarioAR

0

Después de sortear un control de erizos checos, Vlad fija los ojos en el edificio de Odesa que le oyó cantar por primera vez. Este tenor colgó su esmoquin y se dedica ahora a transportar cajas con redes de camuflaje. Tras la guerra, dice, su país y Rusia serán “enemigos durante años”.

Es un día soleado en esta ciudad del sur de Ucrania amenazada por las tropas rusas. Vladislav Goray contempla uno de sus principales emblemas, la Ópera, que conoce como la palma de su mano porque ahí debutó en 1993 con “El barbero de Sevilla” y protagonizó incontables estrenos.

Las puertas barrocas del edificio redondo se ven ahora cubiertas por sacos blancos amontonados y nadie puede acceder a sus aledaños. El silencio es total, solo roto por el maullido de una gata que se acerca pidiendo cariño. Vlad, de voz suave, mira su fachada principal, respira y entorna los ojos con la pregunta.

- ¿Qué piensa al verla?

- Pienso que esta gran belleza fue creada por arquitectos con mucho talento y en cualquier momento, de repente, puede ser destruida.

Recorrió 37 países con su voz y cantado en el Royal Albert Hall de Londres, pero se queda con su Ópera. “No es porque trabaje aquí, sino porque es Patrimonio de la Humanidad, pertenece a todo el mundo. Me dan ganas de llorar”, dice imaginando lo peor para un edificio que resistió indemne el asedio nazi de 73 días a la ciudad.

No es casualidad que Vlad haya acabado en Odesa. Ciudad monumental, es además un referente cultural en Ucrania. En sus calles encontramos una treintena de museos, así como cuatro academias y escuelas de música. Un dicho local lo resume: “Si ves caminar a un niño en Odesa sin un estuche de violín, simplemente quiere decir que toca el piano”.

Pero con la guerra, Vlad ya no va a la Ópera. Aunque sigue desempolvando el traje en algún concierto en la televisión ucraniana, cada mañana se enfunda ropa cómoda para acudir a un centro donde decenas de mujeres tejen redes de camuflaje.

Está en la planta baja de un típico edificio odesita estilo clásico del siglo XIX, de gruesas paredes, grandes ventanas y un amplio patio interior. Allí, el silencio de la plaza de la Ópera lo sustituyen conversaciones, risas y cuchicheos de mujeres afanadas en atar tiras de telas verde oliva, negras y marrones.

En una de las habitaciones, codo con codo con sus compañeras de voluntariado, está la madre de Vlad, natural, como él, de Malin, un pueblo al oeste de Kiev que ha sufrido bombardeos rusos en cuatro ocasiones.

“No hay nada militar allí”, apunta Vlad. Pero las tropas rusas destruyeron la escuela de música donde él empezó a estudiar y su madre trabajó cincuenta años como directora de coro. En Malin sigue su hermano, alistado en las defensas territoriales, unas unidades que, lamenta el tenor, no tienen ni chalecos antibalas.

El improvisado taller lo ocupan las voluntarias de una asociación que lleva desde la guerra del Donbas de 2014 fabricando material para el Ejército, financiado de sus propios bolsillos.

Svitlana, una de sus fundadoras, profesora de idiomas jubilada, explica que trabajan de ocho de la mañana a ocho de la tarde, momento en que regresan a casa para cumplir con el toque de queda.

“Dicen que esperamos la paz, pero no es cierto, lo que esperamos es la victoria”, explica Svitlana, porque la paz, aclara, “puede ser diferente” y perfilar una Ucrania distinta, pero la victoria no. “Lo que hacen en Ucrania no se puede describir con palabras, tenemos mucho dolor en nuestros corazones”.

Para Vlad, se trata de luchar por un “estilo de vida”. “Por eso resistimos con tanta fuerza. No queremos vivir como en Rusia. Es una lucha de dos mentalidades diferentes. Nunca nos arrodillaremos ante los rusos, queremos ser libres. Y no son solo palabras, es un sentido de la existencia muy serio. No queremos ser una Unión Soviética”, afirma.

Porque esta invasión, añade, marca un antes y un después en su relación con Rusia. Ahora Vlad ve la guerra del Donbas de 2014 como un primer aviso. Svitlana vio venir lo que ahora ocurre, destaca, pero no él ni muchos ucranianos.

“Pensábamos que no iba a volver a pasar y vivimos nuestras vidas. Para nosotros la guerra empezó muy de repente: nos fuimos a dormir y por la mañana nos levantamos con las explosiones”.

Él, recuerda, estuvo en Rusia en 2012 cantando “Rigoletto”. “Desde fuera son gente normal, igual la propaganda los cambió”, dice para vaticinar que ambos países serán “enemigos por años”. “Han matado a mucha de nuestra gente”.

Ante una nueva pregunta, Vlad tarda dos segundos en responder y clava los ojos, esta vez en su interlocutora.

- ¿Te ves cantando en Rusia dentro de 20 años?

- No.

Por María Traspaderne, para la agencia EFE.

IG